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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Miércoles de la quinta semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Se decidió que subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles    15, 1-6

Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse.

A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros de ellos, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros.

Los que habían sido enviados por la Iglesia partieron y atravesaron Fenicia y Samaría, contando detalladamente la conversión de los paganos. Esto causó una gran alegría a todos los hermanos.

Cuando llegaron a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia, por los Apóstoles y los presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho con ellos.

Pero se levantaron algunos miembros de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos convertidos y obligarlos a observar la ley de Moisés.

Los Apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar sobre este asunto.

SALMO RESPONSORIAL    121, 1-5

R. ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!

¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la Casa del Señor”! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor.

Según es norma en Israel para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO      Jn 15, 4a. 5b

Aleluya. 

“Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. El que permanece en mí da mucho fruto”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   15, 1-8

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.  Ustedes ya están limpios por la palabra que Yo les anuncié.

Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.

El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.  Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.

La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

La reflexión del padre Adalberto Sierra
La estrechez de horizonte, debida a la educación y a la cultura, obstaculiza la visión y la búsqueda del ideal de Jesús. La fe cristiana no está atada a ningún culto anterior ni a ninguna cultura previa, porque ella genera un culto propio y transforma en su raíz las culturas. Esta apertura radical es la que hace posible la alegría de ver cómo nuevos pueblos, lenguas y culturas dan fe a la buena noticia del Señor, porque ese hecho muestra la universalidad y la eficacia del amor de Dios.
A dónde lleva ese éxodo al cual Jesús invitó a sus discípulos, es un interrogante que tiene una respuesta sugerente en el evangelio: a la comunidad cristiana, germen de la humanidad del futuro, que está «fuera» del «mundo», no en sentido local, sino espiritual. La comunidad se presenta, así, como la nueva tierra prometida que da respuesta al anhelo humano de una alternativa al mundo injusto. Jesús recurre a una metáfora (la vid y los sarmientos), la desarrolla y la convierte en una alegoría, logrando así una vivaz explicación.

1. Primera lectura (Hch 15,1-6).
Luego de la prolongada y grata estancia de Pablo y Bernabé en Antioquía, donde no se dice que enseñaran, sino simplemente se indica que convivieron «con los discípulos», es decir, disfrutaron la vida en comunidad (14,28), aconteció la llegada de «unos que habían bajado de Judea» (15,1), los que, visiblemente, llegaron a perturbar la paz de la comunidad.
Esos discípulos de origen judío y muy apegados a sus tradiciones se muestran en desacuerdo con la admisión de los paganos sin exigirles la circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés. No se los llama «cristianos», porque estos no han renunciado a su exclusivismo. Los «cristianos» de Antioquía sienten una fuerte presión con esa exigencia de circuncidarse (incorporarse al pueblo judío) y someterse a la Ley de Moisés.
Pablo y Bernabé, cada uno por su lado, defienden la apertura a los paganos. La animadversión se dirige ante todo contra Pablo, que es considerado el gran traidor. La determinación es que los dos suban a «consultar» en Jerusalén (el códice Beza dice que deben subir a ser juzgados). Esto deberá hacerse «con algunos más de ellos» ante «los apóstoles y los responsables (πρεσβυτέρους)». La comunidad de Antioquía financió ese viaje de «consulta» («juicio»). Pero la delegación no dio muestras de afán por llegar a Jerusalén. Primero visitó a los cristianos de Fenicia (que engloba Galilea) y Samaría, a quienes les habló de la conversión de los paganos, de lo cual ellos –también «paganos»– se alegraron mucho.
Pero en Jerusalén fueron más cautelosos, solo notificaron «lo que Dios había hecho con ellos», sin hacer referencia a la exención de los paganos de observar la Ley de Moisés. Fueron recibidos por «la comunidad, los apóstoles y los responsables»; y no hubo manifestación alguna de alegría. El espíritu fariseo, que ya se había metido en la comunidad, exige que los paganos se hagan judíos (se circunciden) y que observen la Ley de Moisés, porque –según ellos– no basta con que crean en Jesús para heredar la promesa de salvación.
En ese clima polarizado se realiza el examen de tan trascendental cuestión para el futuro de la misión. Sutilmente, Lucas deja ver una anomalía: la recepción estuvo a cargo de la comunidad, de los apóstoles y de los responsables. Pero el examen del asunto solo lo harán «los apóstoles» –encabezados por Pedro– y «los responsables» –encabezados por Santiago–, sin la participación de «la comunidad». En definitiva, se enfrentan dos pareceres: el de «los apóstoles», los que habían recibido el Espíritu Santo, y el de los «responsables» o «ancianos» (πρεσβύτεροι), funcionarios con cargos administrativos (no confundir con los actuales «presbíteros» de la Iglesia). Se advierte que los dos grupos son distintos: los «apóstoles» estarán representados por Pedro; los «ancianos», por Santiago. La comunidad se limitará a aprobar la posterior resolución ejecutiva (cf. v. 22).

2. Evangelio (Jn 15,1-8).
En el AT «la vid» («viña») era símbolo del pueblo de Dios. Al decir que él es la vid «verdadera» da a entender que Israel ya no es el pueblo de Dios, y que el pueblo verdadero deriva de él su existencia, no de una raza ni de una institución, sino de la unión vital con él (fe). Y esto es así por decisión del Padre. Así que a quien no produzca los mismos «frutos» que él, el Padre no lo reconoce («lo corta»: corta esa relación), y al que los produzca, el Padre lo «limpia» a fin de que produzca más. Lo que «limpia» es el mensaje de Jesús. Por eso, la condición para producir fruto es la permanente unión con él, así como el sarmiento unido a la vid produce fruto. El «fruto» es a la vez metáfora: a) del crecimiento personal y comunitario –internamente– y b) de la expansión de la comunidad –hacia su exterior–, o sea, la vida, la convivencia y la misión universal. La unión es recíproca: Jesús da su vida y el grupo produce fruto; sin él, no habrá amor verdadero al ser humano, ni tampoco se daría el auténtico fruto, porque solo él comunica el Espíritu Santo, que los habilita para crecer en lo personal y comunitario y expandirse en perspectiva universal.
Lo dicho en relación con el Padre vale en relación con Jesús («Yo soy la vid…»). Entre ellos («sarmientos») y él («vid») circula una misma vida (savia: Espíritu), que produce «mucho fruto». Quien se salga de esa comunidad de vida, muere («se seca»), sentencia contra sí mismo («fuego») y se destruye («arder»). Tras una muerte en vida, termina en la muerte definitiva. La fidelidad a Jesús y a sus exigencias de amor tiene como garantía el compromiso de Jesús con los suyos a favor de la humanidad. Al pedir, hacen reconocimiento de que la vida-Espíritu procede de él, y buscan estrechar más la unión de la comunidad con él. Están identificados con él en la realización del designio del Padre, por eso su apoyo es irrestricto («pidan lo que quieran»). Esta actividad a favor de la humanidad, como la de Jesús, manifiesta visiblemente la gloria (el amor-Espíritu) del Padre. La gloria del Padre no es un elogio dirigido a él, sino el amor a la humanidad.

El fruto maduro de la obra de Jesús son los hombres nuevos y la nueva humanidad, es decir, los que han nacido de nuevo, del agua y del Espíritu, y han formado comunidades en las que desde ya se vive el reinado de Dios Padre. Ese hecho, sobrehumano y sencillo, marca un giro en la historia: Dios interviene para recrear el mundo, liberarlo y salvarlo por medio de Jesús. En eso consiste la misión que el Padre le encargó y que él les confió a los suyos (cf. Jn 20,21; Hch 1,8).
Esta es la alternativa de Jesús al mundo opresor: comunidades de amor unidas a él, que, con la fuerza de su Espíritu van produciendo nuevas comunidades de la misma naturaleza (los gajos de uvas de la vid son una metáfora apropiada de las nuevas comunidades cristianas). Esto es posible en la medida en que crece el discípulo en el amor universal y se da a todos, como su maestro.
Por eso es necesario ir superando el particularismo excluyente que se atrinchera a menudo en las comunidades con ingeniosos pretextos para justificar la auto referencialidad y el encierro en sus estrechos confines. Lo que nos hace «católicos» no es el uso de un adjetivo –a veces con ánimo sectario– sino la efectiva apertura que da testimonio del amor universal del Padre.
La eucaristía nos comunica la vida del Señor para que nosotros crezcamos y maduremos en la misión, produciendo nuevas comunidades de gente unida a Jesús por el mismo Espíritu-amor.

Detalles

Fecha:
18 mayo, 2022
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