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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Viernes de la cuarta semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Dios cumplió la promesa resucitando a Jesús.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles    13, 26-33

Habiendo llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: “Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios. En efecto, la gente de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, ni entendieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado, pero las cumplieron sin saberlo, condenando a Jesús.

Aunque no encontraron nada en Él que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo condenara. Después de cumplir todo lo que estaba escrito de Él, lo bajaron del patíbulo y lo pusieron en el sepulcro.

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos y durante un tiempo se apareció a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén, los mismos que ahora son sus testigos delante del pueblo.

Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres, fue cumplida por Él en favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: “Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy””.

SALMO RESPONSORIAL   2, 6-12a

R/. ¡Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy!

“Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa Montaña”. Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho: “Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy”.

“Pídeme, y te daré las naciones como herencia, y como propiedad, los confines de la tierra. Los quebrarás con un cetro de hierro, los destrozarás como a un vaso de arcilla”.

Por eso, reyes, sean prudentes; aprendan, gobernantes de la tierra. Sirvan al Señor con temor; temblando, ríndanle homenaje.

EVANGELIO

 

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO       Jn 14, 6

Aleluya. 

“Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida.  Nadie va al Padre, sino por mí”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    14, 1-6

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten.

Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar?

Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes.

Ya conocen el camino del lugar adonde voy”.

Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”

Jesús le respondió:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El paso de Jesús por su muerte cruenta evoca el paso del Mar Rojo; su entrada en la gloria del Padre, el ingreso en la tierra prometida. Ahora nos corresponde a los suyos «salir» del mundo, pasar a través del «desierto» (la historia humana) y llegar a la misma meta que él. Este «éxodo» lo realiza cada uno al salir de sí mismo, sin miedo de amar como él, al encuentro de los demás.
Hoy como ayer, frente a los innegables fenómenos de exclusión social, afirmar la universalidad de la buena noticia constituye un acto de valor, un triunfo del amor sobre el miedo. Cuanto más se justifican y legitiman las exclusiones –con argumentos que ofuscan las mentes– tanta mayor fe en Jesús necesita el evangelizador para proclamar el amor universal de Dios. Convertirse del particularismo al universalismo –del ancestral nacionalismo a la apertura «a las naciones»– exigió tiempo, porque no se trataba simplemente de superar prejuicios, sino de aprender a pensar y a sentir como Jesús, es decir, a dejarse conducir por su Espíritu Santo a través de la historia.
El amor de Jesús es reflejo del amor del Padre: universal, gratuito y fiel. El discípulo de Jesús se empeña en vivir este amor en «el mundo», que es excluyente, mezquino y voluble, como son sus intereses. El testigo de Jesús requiere lucidez y valentía, pero, sobre todo, ese mismo amor para salvar a sus propios adversarios y enemigos sin dejarse convencer de odiarlos para corresponder, así, a su rechazo. El testigo de Jesús no se siente ganador con la perdición de sus enemigos, sino con el hecho de que estos lleguen a ser sus hermanos.

1. Primera lectura (Hch 13,26-33).
Segunda parte del discurso de Pablo (13,26-37). Recalca a quiénes se dirige: a los «descendientes de Abraham» y a los «prosélitos». Los seguidores de Jesús («nosotros») son los destinatarios del mensaje de Dios –según él– porque Israel rechazó al Mesías. Primera acusación: no reconocieron al Mesías, y al condenarlo cumplieron las profecías que leen cada sábado; segunda acusación: a pesar de no encontrarlo culpable, pidieron al gobernador pagano (Pilato) que lo ejecutara; tercera acusación: lo condenaron a morir entre «malhechores» a los ojos del mundo pagano («en la cruz»: cf. Lc 23,33), y como un «maldito de Dios» a la vista del pueblo judío («colgado de un madero»: cf. Deu 21,22-23). Pero Dios lo resucitó, reivindicándolo y anulando así la condena y la pena. Y esta inequívoca intervención divina –solo Dios resucita muertos– es el testimonio fundamental a favor de Jesús, aunque no el único. Siguiendo el procedimiento rabínico, Pablo propone otros testimonios, estos de carácter humano, que certifican dicha actuación divina y sus consecuencias.
Primer testimonio: él se apareció «durante muchos días» (que equivalen a los «cuarenta días» de 1,3), de lo cual existen testigos: sus discípulos, los que subieron con él desde Galilea a Jerusalén. Segundo testimonio: el anuncio de la buena noticia de que la promesa hecha a los antepasados la ha cumplido Dios a sus herederos («los padres… sus hijos») al resucitar a Jesús de la muerte. Tercer testimonio: la Escritura (Sal 2,7-8) –de la cual solo cita el comienzo, por ser un texto muy conocido por sus oyentes– testifica que el Señor llama «hijo mío» a «su Ungido», cuya generación declara «hoy» (Pablo la refiere a la resurrección), y le ofrece «en herencia las naciones de la tierra, en posesión los confines del mundo», que es el reino del Hijo.
O sea, que corrige lo que había dicho antes: Jesús no es ya «un salvador para Israel» (v.23), sino un salvador universal. Aunque haya entrado primero en una sinagoga judía, Pablo afirma en ella el universalismo cristiano.

2. Evangelio (Jn 14,1-6).
Jesús siempre camina delante, y los suyos lo siguen libremente (cf. 6,2; 10,4). Pero esto también se verifica cuando se trata de ir tras él a la definitiva tierra prometida. Al aproximarse su partida, él la anuncia y ellos se inquietan, pero él los tranquiliza. Esta «partida» tiene dos perspectivas:
• El evangelista se refiere a su muerte, que culminará en su resurrección (su «marcha» al Padre), la cual, en la perspectiva de Jesús, entraña su glorificación.
• La celebración del tiempo pascual la refiere a su glorificación, y –en particular– a su ascensión al cielo y al envío del Espíritu Santo (Pentecostés).
Para tranquilidad de los suyos, Jesús les explica:
• Mientras permanezcan unidos a él, también permanecerán unidos con Dios.
• La relación con Dios es familiar, por eso él les habla del «hogar de mi Padre».
• El Padre quiere tener muchos hijos; Jesús no ha hablado de un Dios excluyente.
• Su partida tiene carácter preparatorio: «un lugar» como el suyo para los suyos.
• Él volverá a «acoger» a los suyos a fin de que compartan su condición divina.
Para alcanzar la misma meta que él, los suyos han de realizar su mismo éxodo, salir del «mundo», y recorrer el mismo camino, que es él. Pero los discípulos no captan todavía cuál es el destino ni cuál el camino. Suponen que la muerte es el final del camino. Jesús les explica que:
• Él es el «camino». Con esto les indica que el discipulado es dinámico, progresivo, no estático. Seguirlo es empeñarse en ese proceso de crecimiento continuo en el amor, «hasta el fin» (13,1). El discípulo es siempre alguien en seguimiento, y para seguir a Jesús hay que caminar tras él.
• Él es la «verdad». Se refiere a que la gran verdad de Dios es su inmenso amor, y él es quien revela esa verdad. El discípulo está invitado a aceptar esta revelación y a dar testimonio de esa misma verdad con su propia entrega de amor, identificándose con Jesús en su forma de amar.
• Él es la «vida». El contenido de la verdad es la vida (cf. 1,4), es decir, el amor comunica vida, y «vida desbordante» (cf. 10,10). Esta vida es, a la vez, la verdad y la tarea del discípulo. No hay verdad si no hay comunicación de vida. La verdad que transmite el discípulo es el Espíritu Santo.
Este es el único itinerario para llegar al Padre. El discípulo lo vive de un modo consciente, por eso puede amar con el «amor más grande» (15,13). No se trata de un saber esotérico, sino de una vida vivida. Los demás lo harán en la medida en que estén dispuestos a realizar en sí mismos el designio de Dios, que consiste en el logro de su propia plenitud humana (cf. 1,6-9; 3,19-21; 7,17).

La apertura universal es característica del amor de Dios. Los cristianos no son seres huraños que le hacen mala cara al mundo, como reprochándole sus pecados o reprobando su existencia. Las comunidades cristianas no son fortalezas de refugio para rechazar, sino espacios de convivencia abierta u «hospitales de campaña», como ha repetido con notable insistencia el papa Francisco, donde puedan llegar y encontrar acogida los que se sientan desamparados, heridos y excluidos.
A partir de las palabras de Jesús surge una luz de esperanza y de confianza. Para salvar la propia vida hay que darla, sin temor a perderla, como lo hace él, como lo hace el Padre. Surge también una certeza: la ortodoxia (la fidelidad a la verdad) no radica en el aferramiento a unas ideas, sino en esa inquebrantable voluntad de dar vida en la entrega de sí mismo, siguiendo los pasos («el camino») de Jesús. Y es claro que buscar la propia felicidad por el camino de Jesús no conduce al egocentrismo, sino al generoso, espontáneo y fiel don de sí mismo para darles vida a los demás.
Comulgar con Jesús es empeñarse en ser hijo de Dios como él, buscando así la propia realización. La comunión es, al mismo tiempo, abrazo feliz e impulso a una mayor felicidad

Detalles

Fecha:
13 mayo, 2022
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