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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Lecturas del Domingo de Ramos. Ciclo C

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Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (50,4-17):

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 21,2a.8-9.17-18a.19-20.23-24

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.

Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel». R.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):

Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios

Evangelio

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22,14–23,56):

En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. El le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insitían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes,
que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre si.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
Lectura de antes de la procesión
Domingo de ramos en la pasión del Señor 01. Ciclo C.
Aunque Lucas indica que Jesús sube a Jerosólima (??????????) –nombre profano de la ciudad–(cf. Lc 19,28), señala tres acercamientos de Jesús sin decir finalmente que entró en ella: «a Betfagé y Betania» (cf. Lc 19,29), «a la bajada del Monte de los Olivos» (cf. Lc 19,37) y a la ciudad misma (cf. Lc 19,41), pero finalmente indica que «entró en el templo» (cf. Lc 19,45), que es su objetivo.
Es costumbre hablar de «la entrada triunfal» de Jesús, pero nada tiene de triunfal; no se escuchan las aclamaciones a un general que viene victorioso de la guerra. Es una entrada tensa, eso sí, por el contraste entre las aclamaciones de los discípulos y la reacción de «unos fariseos».
Lc 19, 28-40.
El relato que se lee antes de la procesión comprende los dos primeros acercamientos de Jesús: a Betfagé y Betania, y a la bajada del Monte de los Olivos.
1. Primer acercamiento.
Hay una triple indicación local: Betfagé y Betania, como lugares de paso, y el Monte de los Olivos como indicador de dirección, no de destino. Betfagé (arameo ????? ???????: «casa de los higos verdes»), a 1 km de Jerusalén, era reconocida como parte de la ciudad, y Betania (hebreo ????? ????????: «casa del pobre»), a 3 km, era un suburbio habitado por galileos. El Monte de los Olivos era el «lugar» de reunión de Jesús con sus discípulos (cf. Lc 22,39-40), alternativo al templo.
El envío de dos discípulos (cf. Lc 9,2; 10,1) sugiere su papel de representantes del grupo y evoca la misión. El hecho de que –después de haber mencionado dos aldeas– envíe a los discípulos «a esa aldea de enfrente» se debe a que la «aldea», denominación genérica, engloba la población de Judea dominada por «la ciudad», es decir, los ámbitos populares sometidos al influjo ideológico de la institución político-religiosa instalada en Jerusalén. Teniendo en cuenta ese cariz negativo, se entiende que «enfrente» no es mera posición topográfica, sino antagonismo ideológico. Ellos han de dirigirse a un ámbito hostil, que no comparte la enseñanza que Jesús les ha dado.
Su misión consiste en desatar un borrico «en el que nadie se ha montado nunca» y traérselo. Les advierte que es posible que esta acción cause extrañeza y ellos deberán dar una explicación. Esto alude a la profecía de Zac 9,9, que anunciaba al Mesías rey pacífico, profecía que estaba «atada», silenciada por la ideología oficial del Mesías guerrero, y que ningún rey o jefe de Israel o de Judá ha asumido como su propio programa (nadie lo ha montado); todos han recurrido a la violencia. El borrico tiene «dueños» (????????), pero «el Señor» (? ??????) está por encima de ellos, o sea, los dirigentes se han adueñado de las profecías arrogándose la facultad de decidir cuáles valen y cuáles no. Jesús reclama autoridad por encima de todos ellos (cf. Lc 9,35).
Esto significa que Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Mesías pacífico y a comprobar que la ideología de los letrados le ha impedido al pueblo aceptar este anuncio.
La reacción de los discípulos ante la profecía se escenifica con las acciones que realizan respecto del borrico. Unos de ellos «echaron sus mantos encima del borrico», como cuando los servidores de David aparejaron la mula para que Salomón fuera coronado rey (cf. 1Rey 1,28-35); esto alude a la aceptación de Jesús como Mesías pacífico. Pero otros, «según iba avanzando él, alfombraban el camino con los mantos», como cuando Jehú fue coronado rey (cf. 2Rey 9,1-13), lo que habla de su interpretación de Jesús como Mesías rey guerrero.
2. Segundo acercamiento.
Cualquiera que fuera la forma en que lo miraran, los discípulos participan del mismo patriotismo nacionalista y de la misma religiosidad exaltada, por esa razón «la muchedumbre (??????) de los discípulos, en masa, empezó a alabar a Dios, entusiasmados y a grandes voces por todas las proezas que habían visto». No es el pueblo el que lo aclama, porque este aún no lo reconoce como su Mesías (cf. Lc 13,35), son solo los discípulos, testigos de su obra liberadora. Lo declaran bendito y lo aclaman como rey que viene «en nombre del Señor», es decir, Mesías, haciéndole así eco al cántico de los ángeles (cf. Lc 2,14): la paz del Mesías viene «del cielo», y, por él, le da gloria «a Dios» el pueblo. Aunque no todos entienden a Jesús del mismo modo, la actitud de los discípulos es positiva en relación con él. A esta actitud positiva se contrapone la actitud negativa de los fariseos –que están en la multitud (?????) presente–, quienes respetuosamente (lo llaman «Maestro») le piden a Jesús que conmine a los discípulos. Según los fariseos, los discípulos están «poseídos» por una ideología diabólica, y consideran que Jesús debe increparlos. La respuesta de Jesús parece aludir a las palabras de Juan Bautista (cf. Lc 3,8): así como Dios es capaz de suscitar descendientes de Abraham de «estas piedras» (refiriéndose a los paganos), así afirma Jesús que si sus discípulos judíos callan serán los paganos quienes proclamarán su mensaje.
La misión de los discípulos siempre consistirá en proponer la verdadera calidad mesiánica de su Maestro, a sabiendas de que en el mundo hay expectativas contrarias, e incluso de que en medio del grupo pueden surgir posturas contradictorias. Jesús se aproxima a sociedades infestadas de fanatismo excluyente y violento acompañado de discípulos que lo reconocen como rey de paz, aunque también tienen ideas y prácticas violentas; además, lo acompañan discípulos que todavía no han hecho la mínima ruptura con la sociedad excluyente y violenta, y se imaginan que él los respalda en esas actitudes. Él sabe que no son las ideas ni las culturas las que van a decidir quién es o no su discípulo, sino la actitud ante la cruz. Cuando las autoridades lo condenen a morir en una cruz, como antisocial e impío, entonces se verá quiénes están con él y quienes lo dejan solo. El problema no es con quiénes anda Jesús, sino quiénes realmente andan con él. Él camina con todos, pero no todos caminan con él.

Lectura después de la procesión (eucaristía)
Domingo de ramos en la pasión del Señor 02. Ciclo C.
El éxodo del Mesías, que iba a completar en Jerusalén (??????????, Lc 9,31: nombre judío de la ciudad), comienza con la celebración de «la fiesta de los Ázimos, llamada la Pascua». Pero ahora será el nuevo Moisés el que resultará muerto; en vez del Egipto opresor, será la institución judía la que se oponga al éxodo; y, en lugar de la salida del pueblo, se reafirmará su cautividad. Pero el Mesías, visiblemente derrotado, terminará lanzando el grito de victoria.
Lc 22,1–23,56.
La pasión de Jesús presenta una serie de contrastes que confrontan dos mundos: el suyo, el de la «luz que es revelación para las naciones y gloria para tu pueblo, Israel» (cf. Lc 2,32), y el del opresor poder de «las tinieblas y sombras de muerte» (cf. Lc 1,79; 22,53).
I. «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho» (Lc 9,22)
Jesús en manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados.
1. Dos designios: el de Satanás y el de Dios.
La institución religiosa y Judas aparecen como personeros de Satanás planeando la traición y la muerte de Jesús, regocijándose por la oportunidad de hacer el mal y recompensando con dinero la deslealtad de Judas, que había roto con ellos, y ahora rompe con Jesús. Simultáneamente, Jesús es personero del Padre y quiere asociar con él a sus discípulos; los exhorta a volver al espíritu de la enmienda y, desde esa perspectiva, a prepararse para su Pascua (22,1-13).
2. Los discípulos en el mundo.
El Espíritu de Jesús inaugura un mundo nuevo, abierto al reino de Dios, en el cual la eucaristía es la cena pascual de los nuevos hombres libres. Pero el espíritu del mundo se infiltra en el grupo de Jesús, y la fatal tentación será siempre la del afán dominio en vez del deseo servicio. Los que quieran reinar con Jesús deberán juzgar el mundo con su conducta fraterna y servicial, evitando asimilarse a los poderosos de la tierra (22,24-30).
3. La conversión permanente.
Los discípulos asimilan el espíritu del mundo disfrazándolo de fe y amor a Jesús, cayendo en la trampa de confiar en sus propias fuerzas en vez de apoyarse en su Señor. Las tentaciones que él venció deberán superarlas ellos también, y los urge a que se den cuenta de que a ellos les tocarán circunstancias difíciles a lo largo de la historia. Pero confunden el combate espiritual con la lucha armada, y Jesús exterioriza su hastío por la incomprensión de ellos (22,31-38).
4. El combate espiritual.
En tanto que Jesús ora, superando la tentación de abandonarlo todo por el miedo a morir, ellos se desaniman porque perciben que su ideal de un Mesías nacionalista y guerrero no se realizará. Jesús permanece fiel al designio del Padre incluso al precio de la propia vida; ellos –igual que los enemigos de Jesús– apelan a la violencia. Jesús deslegitima el recurso a la violencia (cura la oreja del criado del sumo sacerdote), rechazando esa violencia que entraña el poder (22,39-53).
5. El discípulo entre los enemigos.
Pedro sigue «de lejos» de Jesús y se entremezcla con sus enemigos. Allí niega totalmente (3 veces) ser discípulo suyo. Su fidelidad al ideal del Mesías guerrero lo lleva a caer en la tentación. Pero la mirada de Jesús lo rescata de su perdición. Los guardias del templo se burlan de Jesús tratando de descalificarlo como profeta. Los tres poderes judíos (senadores, sumos sacerdotes y letrados) lo juzgan solo para legitimar su condena, pero Jesús declara que Dios lo reivindica (22,54-71).
II. El Hijo del Hombre «en manos de ciertos hombres» (Lc 9,44)
Jesús comparece ante Pilato y ante Herodes, los poderes paganos.
6. La unión de poderes enemigos.
Los dirigentes judíos lo ponen en manos de un pagano acusándolo de socavar la estabilidad del dominio romano sobre la región; al no tener éxito, porque el gobernador no les cree, aducen que Jesús es galileo, región sediciosa, y Pilato opta por enviárselo a Herodes, responsable de Galilea. Herodes tenía curiosidad y esperaba gestos de poder de parte de Jesús, pero él no los hizo, y por eso lo despreció y lo devolvió. Y así volvieron a ser amigos Herodes y Pilatos (Lc 23,1-12).
III. «Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán…» (Lc 18,31-33)
Jesús condenado a muerte por los poderes judíos y paganos.
7. La opción por el sedicioso asesino.
Pilato convoca los poderes judíos para decidir juntos la suerte de Jesús. Ni él ni Herodes hallan culpa en él, pero ellos escogen a Barrabás, sedicioso asesino, y piden que Jesús sea condenado a morir en lugar de Barrabás. El evangelista hace énfasis en que «los sumos sacerdotes, los jefes y el pueblo» a una sola voz, por tres veces consecutivas, piden la crucifixión de Jesús a pesar de la resistencia de los dirigentes paganos, resistencia que ellos vencen (Lc 23,13-25).
8. La «via crucis».
Cuando Jesús va cargando el travesaño de la cruz camino al lugar de su ejecución, se mencionan tres tipos de personajes: Simón de Cirene, que carga la cruz detrás de Jesús, como paradigma de discípulo (cf. Lc 9,23); las mujeres que se lamentan por él, a quienes él advierte que lo hagan por ellas y por sus hijos, porque esa sociedad que trata como criminales a los hombres de paz («leño verde») va camino de su propia destrucción; y los dos «malhechores» (cf. Is 53,9 Lc 23,26-32).
9. En la cruz.
Jesús pide al Padre perdón para sus verdugos, estos se reparten sus vestidos, el pueblo mira y se calla, y los jefes dan rienda suelta a su odio. Los que comparten su suerte se dividen: uno insulta a Jesús, solidarizándose con sus propios verdugos; el otro advierte que una sociedad que condena al inocente no es justa, y por eso se acoge al reinado de Jesús, quien le promete hacerlo partícipe del reino de la vida, ese reino del que los jefes se burlan (Lc 23,34-43)
10. La muerte.
La muerte de Jesús es un eclipse a mediodía, es la hora «del poder de las tinieblas» (Lc 22,53). Y, sin embargo, es pasajera («hasta media tarde»); ahora el acceso a Dios queda abierto para siempre («se rasgó la cortina del santuario»), el Espíritu de Jesús está disponible para todos, y los que lo rechazaron comprenden lo trágico de su rechazo. Pero los conocidos de Jesús guardaban cierta distancia –como Pedro (cf. Lc 22,54)–, ajenos al sentido de su muerte (Lc 23,44-49).
11. La sepultura.
Tratando de evitar que Jesús sea sepultado con los culpables, José de Arimatea, que «aguardaba el reinado de Dios», pide el cuerpo y le da honrosa sepultura. Su muerte de hombre «justo» a los ojos del mundo pagano (cf. Lc 23,47) inaugura una nueva manera de morir y alienta la esperanza en un desenlace distinto («un sepulcro… donde no habían puesto a nadie todavía»). Las mujeres, testigos de la muerte y ahora de la sepultura se disponen a evitar el olor a muerto (Lc 23,50-56).
El relato de la pasión queda trunco, incompleto, falta una escena. Queda pendiente lo que harán las mujeres, el embalsamamiento que se proponen para neutralizar la fetidez de la muerte. Dicho embalsamamiento no se lleva a cabo porque se sienten en el deber de observar el descanso, cosa que implica que no tienen la libertad de discípulas de Jesús (cf. Lc 2,23-28).
A pesar de que han quedado claras con toda su crudeza las atrocidades que se pueden cometer al poner la ley por encima de la vida humana, es necesario mucho más para que los discípulos de Jesús admitan que es él quien habla en nombre del Padre, y no la ley (cf. Lc 9,35).
Pero la muerte de Jesús queda como testimonio de que el Espíritu se da y se recibe por el amor sin medida, el amor que se entrega a todos y por todos, sin distinguir entre amigos y enemigos.
¡Feliz día del Señor!

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Fecha:
14 abril, 2019
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