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31 de diciembre:

Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo B.

En el mundo antiguo, las sociedades se sostenían sobre tres pilares: familia, patria y religión. Las interacciones entre las tres instituciones estaban guiadas por el común propósito de garantizar la unidad y la estabilidad de la sociedad. El pueblo de Israel no fue ajeno a esta realidad, por lo que reaccionó con extrañeza ante la buena noticia de Jesús, que subordinó los lazos de sangre al designio divino para formar la familia del Padre, que desconoció las fronteras patrias para proponer el reino de Dios, y que cambió la religión por la fe.
La familia, sin embargo, nunca podrá sustraerse a su medio sociopolítico, ni a sus raíces culturales, y mucho menos la familia cristiana, que mira la familia humana de Jesús como un referente para sí misma.
Lc 2,22-40.
La familia de Jesús aparece enmarcada en una sociedad en donde la religión es la que rige la vida y la convivencia de quienes son a la vez feligreses y ciudadanos. Al mismo tiempo, se observa un delicado proceso de transformación impulsado por Dios sin forzar la libertad de las personas. El relato de este domingo presenta dos escenarios extremos entre los cuales oscila la familia en la sociedad humana: por un lado, la apertura, y por el otro la reclusión.
1. Introducción.
El texto parece distinguir entre «la Ley de Moisés», a la que se atribuye el rito de la purificación de la puérpera, y «la Ley del Señor», a la que se atribuyen los asuntos referentes a la consagración del primogénito varón, a su rescate y al sacrificio de expiación propio de los pobres, asuntos relacionados con el éxodo.
2. Apertura universalista.
El primer escenario presenta la familia de Jesús en relación con un hombre «justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel» y cuya relación con Dios consiste en su intimidad con el Espíritu Santo, que lo llenaba de esperanza en el futuro de su pueblo y lo guiaba en sus caminos. Este recibe a Jesús de manos de sus padres y lo acoge dándole gracias a Dios. A la luz del Espíritu, ve que el niño cumple la promesa hecha a él, al tiempo que desborda la esperanza de Israel, porque el niño no solo será gloria de Israel, sino luz de las naciones.
Simeón sorprende a sus padres, al mismo tiempo que los bendice y le advierte a la madre que su hijo realizará un profundo cambio social en medio de oposiciones (cf. Lc 1,51-52; 2,34-35), pero que su muerte violenta, así como desmentirá las expectativas de triunfo terreno, permitirá conocer por dentro a las personas.
3. Reclusión nacionalista.
El segundo escenario presenta la familia de Jesús en relación con «una profetisa», muy arraigada en el pasado, pero en un pasado de desdicha y desolación, lejos de la alianza, y refugiada en su afecto a la institución religiosa («el templo») y en sus prácticas rituales («ayunos y oraciones»), pero sin vida (no menciona al Espíritu Santo). Ella también da gracias a Dios, pero habla del niño a un auditorio limitado «a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén», es decir, lo restringe a un mero liberador nacional y en contra de los pueblos paganos.
No se dice que acogiera al niño (no lo toma en sus brazos) ni que les hablara a sus padres, ni que profetizara sobre él.
4. Conclusión. 
Se reporta que ellos «dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor». No se describen ni el rito de la «purificación» de María, ni los de consagración del niño, ni tampoco los de su rescate, ni siquiera el sacrificio expiatorio, mencionado apenas para dejar clara la condición socioeconómica de la familia. Regresaron a su pueblo de Nazaret. Y es allí donde se verifica el crecimiento físico y humano del niño, a la par que su permanente comunión con Dios.
Está claro que una familia cristiana la constituyen «los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen por obra» (Lc 8,21). Este mensaje es el del reino sin fronteras, el reino universal del Padre, y la escucha y puesta en práctica del mismo constituyen la fe, que le da firmeza y estabilidad a esa familia (cf. Lc 6,46-48).Las circunstancias sociopolíticas o socioeconómicas, expresiones de las relaciones de convivencia propias de cada cultura, pueden favorecer o desafiar a la familia cristiana que quiere vivir su fidelidad a la buena noticia.
Los vínculos de la sangre pueden llegar a romperse por motivos económicos (cf. Lc 12,13) o por lealtades sociales o políticas (cf. Lc 21,16), se pueden fragmentar las familias a causa de la injusticia social (cf. Lc 12,52-55), porque lo que no se basa en la escucha y la práctica del mensaje del reino tiene pronóstico reservado (cf. Lc 6,49). Por eso, en algunas ocasiones el ser humano se ve obligado a tomar dolorosas decisiones (cf. Lc 14,26) para garantizar la propia coherencia de vida.
La apertura al Espíritu conduce las familias a una fidelidad mayor al designio del Padre y a la construcción de su reino. Y esto les garantiza un futuro abierto, dado que la promesa del Señor no se agota con esta vida física.
En la celebración de la eucaristía, las familias según la carne optan por ser familia de Dios asumiendo la carne del Hijo del Hombre.
Feliz Navidad. Dios está con nosotros.

Adalberto Sierra Severiche, Pbro.
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco de la Catedral San Francisco de Asís