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Soñando la realidad

Cuando hay fundamentos para ello, es válido soñar sin caer en la vana ilusión. Y cuando se comparten esos sueños, hay posibilidades de que se realicen. El departamento de Sucre y su población me inspiran un sueño que quiero compartir.

Sueño con una población feliz: con ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes y niños que sean conscientes de lo mucho que valen, porque se los han hecho sentir desde el momento en que ingresaron en este mundo; gente tan segura de su valía que jamás le ponga precio a su dignidad ni permita que alguien lo intente. Sueño con un pueblo libre, no simplemente gozando de sus libertades escritas en códigos legales, sino, sobre todo, libre del miedo, del desafuero propio y ajeno, del pasado y del futuro, del dinero y del poder; gente tan libre para amar que tenga la osadía de inventar su mundo cada día. Sueño que somos los habitantes de la tierra de las abundancias y los cielos de la plenitud, donde cada uno experimente la satisfacción de saber y comprobar que lo que es y lo que hace contribuye a la propia realización y a la realización de los demás; gente tan plena que el momento de la muerte la sorprenda disfrutando de la vida en completa placidez.

Sueño con una convivencia armoniosa como la melodía de la partitura más hermosa jamás escuchada: con ciudadanos que, más que eso, son hermanos que habiten en esta tierra bendita como en una casa común, compartiendo el sueño de tener una morada digna, espaciosa, para que todos puedan crecer en ella bajo la mirada complacida de los demás; gente apasionada por hacer del derecho propio y ajeno su más honroso deber. Sueño con una sociedad educada, donde la sabiduría sea patrimonio común que se comparta con generosidad, y la cultura sea herencia que se le lega como ruta para hacer más digna la vida y más humana la convivencia; gente que ponga el conocimiento al servicio del bienestar y del desarrollo humanos. Sueño con una población reconciliada, humanos con humanos, humanos con naturaleza y humanos con el Dios de la justicia y la paz, la vida y la alegría, el amor, la fidelidad y la esperanza; gente capaz de trascender más allá de donde la mirada alcanza, porque siempre habrá futuro.

Sueño con un pueblo criado y educado para ser feliz.

*Esta columna de opinión fue publicada originalmente por la revista El Meridiano.

Adalberto Sierra Severiche, Pbro.

Vicario general de la Diócesis de Sincelejo

Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro