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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Lunes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.

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Primera lectura

Lectura del primer libro de los Macabeos (1,10-15.41-43.54-57.62-64):

En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.
Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: «¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»
Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,53.61.134.150.155.158

R/. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos

Sentí indignación ante los malvados,
que abandonan tu voluntad. R/.

Los lazos de los malvados me envuelven,
pero no olvido tu voluntad. R/.

Líbrame de la opresión de los hombres,
y guardaré tus decretos. R/.

Ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad. R/.

La justicia está lejos de los malvados
que no buscan tus leyes. R/.

Viendo a los renegados, sentía asco,
porque no guardan tus mandatos. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18, 35-43):

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Lunes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
En esta penúltima semana vamos a leer de forma alternativa pasajes de 1Mac y 2Mac. En la versión griega del Antiguo Testamento (LXX) aparecen cuatro «libros de los Macabeos». El prologuista de 2Mac afirma que la obra original consta de cinco volúmenes y que fue escrita por Jasón de Cirene, y que él se propone resumirla en uno solo (cf. 2Mac 2,23). El primero, pues, es independiente, y su lengua original fue el hebreo, texto dado por perdido. Se piensa que las fuentes de Jasón son las de 1Mac, y esta es la razón por la que coinciden en algunos relatos. El tercero no tiene relación alguna con el período macabeo, ni es tenido por canónico en la Iglesia católica ni en las Iglesias de la Reforma, pero sí es leído en la Iglesia griega; y recibe este nombre por narrar la persecución de los judíos en Egipto en tiempos de Ptolomeo IV Filopator (222–205 a. C.). El cuarto es un tratado filosófico judío en clave estoica, sobre la primacía de la razón piadosa-religiosa por encima de las pasiones. Fue escrito alrededor del año 205 a. C., y es considerado canónico por la Iglesia Ortodoxa.
1Mac y 2Mac no pertenecen al canon judío; san Jerónimo los juzgaba apócrifos, los Padres de la Iglesia casi no los citan, y solo a partir del siglo IV aparecen en los cánones. Aunque Lutero lamentaba que 1Mac no fuera canónico, la Reforma protestante los rechazó, pero en el Concilio de Trento la Iglesia católica los admitió como inspirados. El tema de ambos libros es semejante: gracias a la ayuda divina, Judas Macabeo y sus hermanos reconquistaron tanto la autonomía nacional como la libertad de culto que Antíoco IV quiso aniquilar. Pero los dos relatos son independientes y no cubren exactamente el mismo período. Ambos llegaron hasta nosotros en griego, la lengua original de 2Mac.
1Mac 1,10-15.41-43.54-57.62-64.
Nos hallamos en el año 175 a.C. Antíoco IV de Siria domina Palestina. Hacia 169 a. C., este rey toma por título θεός ἐπιφανής («Dios manifiesto»), título que sus súbditos no tardaron en cambiar por el apodo ἐπιμανής («loco»). Él había estado en Roma como rehén, después de que su padre fuera derrotado por los romanos. La simpatía por la cultura griega encuentra acogida entre unos judíos, pero halla feroz rechazo entre los otros. Esa es la primera tensión que se ve en el relato. El autor pertenece al grupo que la rechaza de plano. Los dos grupos son presentados en sus más extremas posturas: colaboracionismo ingenuo y oposición firme.
El primer grupo es calificado de apóstata, el segundo, de mártires.
La descripción del primer grupo comienza con una alarmante invitación: hacer pacto con las naciones vecinas (relativizando así el pacto con el Señor) con el pretexto de que su separación de ellas les ha provocado males. Dicha separación corresponde a lo que ellos entendían por la «santidad» del pueblo. Luego, buscaron la autorización del rey para adoptar costumbres paganas que implicaban la apostasía de la alianza. El gimnasio implicaba tres actividades: unas lecciones filosóficas, los deportes al desnudo y el culto a los dioses griegos, lo que los llevó a «disimular» la circuncisión mediante una operación quirúrgica de restitución del prepucio. El asunto implicaba, como mínimo, avergonzarse del signo de la alianza con el Señor. Además, esto incluía también la creación de una organización dedicada a la formación de la juventud en los aspectos físico, cultural y premilitar. Según varios autores, el cambio más significativo consistió en el nuevo estatuto de la ciudad: Jerusalén se convirtió en una πόλις (ciudad) griega, abandonando o subordinando su estatuto de «ciudad santa». Y, por último, así le abrieron las puertas al rey para que impusiera a los judíos las costumbres que al principio eran optativas.
Con el fin de facilitar la gobernabilidad, Antíoco considero oportuno uniformar su reino, ya que los diferentes grupos étnicos y lingüísticos lo hacían sentir rey de un reino políticamente inestable y socioculturalmente difuso, además de geográficamente disperso. Así promovió el sincretismo religioso y cultural. Pero esta fue una medida equivocada en Judea, donde le fe y las aspiraciones de independencia nacional coincidían. Antíoco se dio cuenta de que no podía lograr esa uniformidad sin suprimir la religión local. Y dio comienzo a la persecución religiosa desde el momento en que Jerusalén quedó asimilada a una «ciudad» griega. Muchos cedieron.
El segundo grupo, apenas mencionado, es descrito como firme en su fidelidad. Tal fidelidad se refiere, en primer lugar, a resistirse a adoptar la religión oficial, a ofrecer sacrificios a los ídolos y a profanar el sábado. En el templo, sobre el altar, se impuso un ara sacrílega, cuyas réplicas fueron diseminadas por las poblaciones judías del entorno. La expresión (βδέλυγμα ἐρημώσεως) «abominación de la desolación» está tomada del profeta Daniel (11,31) y traduce una expresión hebrea (שִּׁקֻוּץ מְשׁוֹמֵם) que denota un ídolo detestable que alude a Baal y al Zeus Olímpico de los sirios. A eso, se sumó la quema de los libros de la Ley, la erección de unos pequeños santuarios frente a las casas y la celebración mensual del día natalicio del rey (el 17 de diciembre –25 de Kisleu– del año 167), bajo pena de muerte a quien se negara a hacerlo.
Sin embargo, muchos israelitas ofrecieron resistencia, aunque su fidelidad se cifró en asuntos importantes –como la circuncisión de los niños–, también en asuntos secundarios de la Ley (no comer alimentos impuros), quizá porque ya no les permitían vivir de acuerdo con su Ley, bajo pena de muerte. Pero muchos prefirieron morir antes que apostatar.
El pueblo es objeto de una enorme cólera, que se le atribuye a los apóstatas (cf. Jc 2,11-20).
La falta de claridad entre lo que es fundamental e irrenunciable y lo secundario y adaptable es la primera causa del debilitamiento del pueblo de Israel. La división en partidos opuestos, nacida de esta falta de claridad, es la segunda causa, que permite que el enemigo común se incruste entre esos partidos. Y la falta de solidaridad –que tolera con indolencia que los unos sean tratados con consideración a costa del maltrato y del martirio de los otros– es la causa que amenaza con destruirlo.
Desempeñarse en un mundo plural, tanto ayer como hoy, ofrece oportunidades y comporta riesgos. Por eso el cristiano debe tener claro lo fundamental, mantener la unidad –como decía san Agustín– en lo indispensable, hacer uso de su libertad en lo discutible, y vivir el amor a los hermanos en toda circunstancia. Cada época produce polarizaciones de toda índole y lleva a asumir posturas intransigentes e intolerantes. No podemos perder de vista que toda división nos debilita y nos pone en manos de los enemigos del evangelio, arriesgando así el testimonio de la buena noticia. La división de la Iglesia perjudica gravemente su misión.
Unidos a Jesús en el abrazo de la comunión, hagamos cada día el firme propósito de mantener la unidad de fe «para que el mundo crea».
Feliz lunes.

Detalles

Fecha:
18 noviembre, 2019
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