Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,1-4):
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: «Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Palabra del Señor
Lunes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El libro de Daniel tomó su forma final en tiempos de la rebelión macabea, en el contexto que acabamos de recordar la semana anterior. El libro está escrito en tres lenguas, hebreo, arameo y griego. El ambiente babilónico en que el autor sitúa el relato es pretendidamente simulado con el fin de hacer del mismo una narración edificante para sus contemporáneos.
Desde el punto de vista de las lenguas, el material del libro se reparte así: en hebreo, 1,1–2,4a, 8 y 12; arameo, 4,4b–7,28; griego, 2,24-90; 13 y 14. Pero, teniendo en cuenta sus contenidos, el material del libro se distribuye en narraciones, visiones y oraciones Las «narraciones» tratan de hechos referentes a Daniel y sus compañeros; las «visiones» son de Daniel, explicadas por un ángel; y las «oraciones» son dos largas y dos breves. Unas veces el autor escribe en tercera persona y otras lo hace en primera persona. Las «narraciones» están escritas en hebreo (cap. 1), arameo (caps. 2-6) y griego (13-14); las «visiones», en arameo (cap. 7) y hebreo (caps. 8-12); las «oraciones» largas, en griego (3,25-90), y las breves en la lengua del caso.
Es el único escrito de género apocalíptico admitido en el canon judío, pero no como profeta, sino entre los «escritos» (כְּתוּבִים), a diferencia de como lo acogieron las biblias griega y latina. Se tiene la apocalíptica como heredera de la profecía.
Dan 1,1-6.8-20.
Esta introducción a toda la narrativa del libro sirve para presentar como modelo de israelita a los cuatro personajes destacados como tales, Daniel y sus tres compañeros. Conducidos a la corte, permanecen fieles a la Ley, sobre todo en dos asuntos que coinciden con los temas de fricción en la historia macabea: la prohibición de algunos alimentos, tenidos por impuros, y la idolatría. En esa época, tomó su forma definitiva el libro de Daniel. La «sabiduría» que el libro les atribuye a esos cuatro personajes, que es don de Dios, es también ejemplo para el pueblo de Israel, para que aprenda a ser fiel a su Señor.
La datación con la que comienza el libro –dadas las dificultades históricas que plantea– deja ver que el autor se vale del género literario «haggádico» –derivado del término hebreo de la Mishná הַגָּדָה, que literalmente significa «descripción», «narración»– utilizado con frecuencia en relatos con escasa o ninguna relación con la realidad histórica a la que se refiere, dado que su intención no es histórica, sino la de inspirar una lección moral. En el año 606 («tercero del reinado de Joaquín»), Nabucodonosor no era todavía rey de Babilonia (lo fue un año después, en el 605). El nombre de Babilonia aparece aquí en su versión antigua (Senaar: cf. Gen 10,10; 11,2), quizás como un arcaísmo intencional.
El ascenso de los israelitas en las cortes de los reyes paganos es un motivo literario desde el patriarca José en adelante. Y la acogida de Daniel se calca sobre el relato del ascenso de José en la corte del faraón, pero aquí con un marcado acento de confrontación entre el judaísmo y el helenismo que quería imponer el gobierno seléucida. Los cuatro jóvenes son presentados como miembros de la aristocracia judía, y el propósito de «enseñarles la lengua y la literatura caldeas» implica adiestrarlos en la literatura adivinatoria babilónica, adiestramiento que ellos solían hacer en tres años. Primero los presenta con sus nombres judíos: Daniel (דָּנִיּאֵל: «Dios es mi juez»), Ananías (חֲנַנְיָה: «el Señor es pródigo»), Misael (מִישָׁאֵל: «¿quién pertenece a Dios?») y Azarías (עֲזַרְיָה: «el Señor socorrió»). Enseguida se reporta su cambio de nombres a iniciativa del jefe de eunucos, a cuyo cargo quedaron. Daniel pasó a llamarse Belsazar (בֵּלְטְשַׁצַּר: nombre acadio abreviado: balāṭi-šar-uṣur: «¡guarda a vida del rey!»), Ananías, Sidrac (שַׁדְרַךְ: de probable origen hurrita Shadrak), Misael, Misac (מֵישַׁךְ: nombre de un pueblo de Asia Menor: Gen 10,2), y Azarías, Abdénago (עֲבֵד נְגְוֹ: deformación intencional del arameo עֲבֵד נַבוּ: «siervo de Nabú»). Este cambio de nombres es una afirmación de autoridad por parte del jefe de eunucos, pero también significa un cambio de destinación (cf. 2Rey 23,34).
No es sorprendente que el primer asunto que se plantea sea el de los alimentos, cuestión que se resolverá favorablemente para ellos, y con enorme ventaja. Y esto se debió a que el jefe de eunucos fue «movido por Dios», aunque sentía el riesgo que implicaba desobedecer al rey, su señor, porque desobedecerle significaba exponer su vida. Hay que situar esta cuestión en el marco del siglo II, en el que los judíos consideraban «impuros» los alimentos paganos. La prueba a los justos durante «diez días» es un período que se vuelve recurrente en la literatura apocalíptica. Más que el ayuno, la fidelidad al Señor mejora el aspecto de la persona. Y esto significa mucho para los judíos de la época de Antíoco IV. El Señor actúa también entre los paganos, y quienes son receptivos respetan la fidelidad de los justos; quienes se oponen a esa fidelidad, se muestran cerrados al Señor.
Daniel y sus compañeros no solo aventajan físicamente a los jóvenes paganos sino también intelectualmente. En las cortes se formaba a los niños que eran destinados a la profesión de las «letras» (escribas, traductores, cronistas, sabios y adivinos). Aquí se habla de las tradiciones religioso-culturales caldeas, pero, fuera de ese saber, Daniel se destaca –como José– por su capacidad de «interpretar visiones y sueños», capacidad que le viene de Dios. En conjunto, el grupo de jóvenes israelitas supera diez veces más a «los magos y adivinos de todo el reino» (anticipo del tema del capítulo 2, donde se designarán las diversas categorías de «sabios»), sin que esto signifique que los israelitas sean magos o adivinos, sino que son superiores a ellos. Pasada la prueba de los «diez días», resultan «diez veces» superiores.
Más adelante Daniel explicará que los sueños y visiones son desvaríos de la fantasía del ser humano. Esto significa que su capacidad de interpretación versa sobre la condición humana, la cual él es capaz de escrutar por don de Dios.
El objetivo del autor es inculcar la convicción de que la fidelidad al Señor hace al creyente respetable y estimable ante «los hombres», y que no debería el creyente sentirse apocado por su fidelidad, ni avergonzado por no ser como los demás, ni acomplejado por llevar un género de vida diferente al de las demás personas.
También los discípulos de Jesús podemos aprender a afirmar nuestra identidad de cristianos sin arrogancia y sin vergüenza. Y, mucho más, podemos tener presente que nos compete una responsabilidad con toda la humanidad: somos «sal de la tierra», y la sal no puede perder su sabor porque solo servirá para que la echen fuera y la pisoteen; o sea, si se desdibuja nuestra identidad, harán caso omiso de nosotros y nos despreciarán como seres sin valor alguno.
No podemos igualarnos a los magos y adivinos, debemos mostrar la inmensa superioridad de nuestra fe sobre las supersticiones. «Los hombres» necesitan y esperan que les mostremos una Iglesia «experta en humanidad», como dijo Pablo VI ante la ONU. Somos «luz para el mundo», y la sociedad humana tiene derecho a que le mostremos otro modo de convivir, el estilo de convivencia que se deriva de las bienaventuranzas, que satisface las ansias de vida.
No es comprensible que los que comemos del Cuerpo y bebemos de la Sangre del Señor nos comportemos como seres humanos intrascendentes.
Feliz lunes.