Evangelio de hoy
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
I Domingo de Adviento. Ciclo A.
El término «adviento», que significa «llegada», es apócope de «advenimiento», y designa el tiempo litúrgico que transcurre entre el domingo más próximo al 30 de noviembre y el 24 de diciembre. Es tiempo de preparación a la «llegada» de Jesús. Esta llegada se entiende de tres maneras:
• Primera, en carne: se refiere al nacimiento de Jesús, como acontecimiento histórico.
• Segunda, con fuerza: se refiere a la comunicación del Espíritu Santo, fuerza de vida.
• Tercera, con gloria: se refiere a su manifestación en la historia, como Señor resucitado.
Nosotros conmemoramos la primera, celebramos la segunda, y esperamos la tercera.
El año litúrgico termina y comienza con la misma aclamación que resuena en la celebración de la eucaristía: «¡Ven, Señor Jesús!». Adviento es un tiempo para cultivar la esperanza, pero también nos forma en la espera. Son actitudes distintas: la esperanza exige confianza; la espera, paciencia.
Mt 24,37-44.
La llegada del Señor se vive de dos modos diferentes, y depende del sentido que se le atribuya a la vida y a la convivencia. Antes de la venida histórica de Jesús hay un estilo de vida y convivencia que prepara o dificulta el encuentro con Dios en la historia. Después de esa venida, la vida y la convivencia exitosas dependen de su sintonía con la vida, muerte y resurrección del Señor.
El texto que se lee este primer domingo distingue la llegada del Señor a la humanidad en general y a su comunidad en particular.
1. La llegada del Señor a la humanidad.
Jesús parte de lo que aconteció antes del diluvio. Se trata de un suceso inesperado pero predecible que marcó un cambio de época a partir de una situación de injusticia, pero no es la destrucción de la creación. Jesús asegura que así sucederá cuando él venga con gloria.
La sociedad vivía pendiente de la conservación y prolongación de la vida física, de espaldas a la realidad que se cernía sobre ella. «Comían y bebían» (τρώγωνυες καὶ πίνοντες) sugiere, además de las funciones básicas para conservar la vida y la convivencia, un modo particular de hacerlo. El verbo griego «comer» aquí empleado (τρώγω) se usaba, sobre todo, para la manducación animal, y significa masticar, roer, triturar alimentos, sobre todo crudos. Implica fijar la atención en el modo como se come: por pequeñas porciones. No entraña el hecho de comer juntos, sino la mera acción de consumir los alimentos para garantizar la propia subsistencia.
Además –dice literalmente–, que «se casaban y se daban en matrimonio», indicando la diferencia social entre varones y mujeres en lo que se refiere a la prolongación de la convivencia. Ellos eran autónomos («se casaban»), pero ellas no («se daban en matrimonio»). Era una sociedad en la que el varón disponía de la mujer a su arbitrio, y esto no concordaba con el designio que el Creador había manifestado desde el principio, cuando creó la pareja (cf. Mt 19,3-9).
Describe así, «en los días de Noé», individuos materialistas en la práctica e inequitativos en sus relaciones de convivencia. El cataclismo los sorprendió a todos desprevenidos, acomodados en su materialismo y en sus exclusiones. Así, advierte Jesús, sucederá también cuando llegue el Hijo del Hombre: va a sorprender la sociedad en su rutina, pero también va a mostrar las diferencias que existen detrás de las apariencias. Personas que parecían identificadas por un mismo oficio o por una misma condición se mostrarán diferentes en el día de la llegada del Hijo del Hombre de acuerdo con la actitud interior que hayan tenido o la conducta que hayan observado.
2. La llegada del Señor a su comunidad.
Los cristianos viven insertos en la sociedad, conviven como iguales entre los demás ciudadanos, pero tienen como Señor a Jesús, el Hijo del Hombre. Esto significa que encarnan los valores que Jesús propone, y ejercen sobre sí mismos el señorío que él les participa por el don del Espíritu que les comunica, es decir, son interiormente libres.
Jesús los invita a «mantenerse despiertos» (γρηγορέω), lo que no se refiere a una mera actitud de vigilia, sino a su libre determinación a solidarizarse con él y a identificarse con su muerte (cf. Mt 26,38.40.41), espantando la modorra que hace que la comunidad relaje su compromiso y permita la infiltración del mal (cf. Mt 13,25; 25,5; 26,40). La llegada del Hijo del Hombre coincide con la persecución de los suyos; él llega para salvarlos (cf. v. 13) y reunirlos (cf. v. 31). Esa salvación es posible en la medida en que el discípulo se resiste a participar de la injusticia y se empeña en dar la buena noticia del amor universal. Esa buena noticia, como se ve claro en las bienaventuranzas, es testimonio personal y comunitario de los discípulos: su vida y su convivencia conjuntamente. La persecución «por su fidelidad» (Mt 5,10) proviene de proclamar con hechos y palabras el amor universal, que causa la ruina de los regímenes injustos; y la fidelidad, mantenida «hasta el fin», les garantiza definitivamente la vida (cf. Mt 24,13).
Así como el mal no avisa, la llegada del Señor, que se da para vencer el mal, tampoco. Porque la entrega hasta la muerte depende de la maduración del cristiano y de su comunidad, que los hace «hijos» de Dios como Jesús. Esa es la razón por la que «solo el Padre» (Mt 24,36) puede precisar «el día y la hora», porque solo él conoce cuándo se verifica esa identificación con Jesús. Por eso, no pueden descuidarse, deben estar siempre preparados. Si los discípulos están preparados para hacerle frente al mal y afrontar la persecución, incluso si les tocara entregar sus vidas, estarán preparados para cuando el Señor llegue.
La vida individual y la convivencia social permitieron o impidieron recibir a Jesús en su llegada «en carne», históricamente; permiten o impiden su llegada «con fuerza» en el momento presente; y permitirán o impedirán su llegada «con gloria» en el futuro inmediato. Nuestro modo de vivir y de convivir o nos prepara para acoger al Señor, o prepara nuestro fracaso definitivo.
El tiempo de Adviento nos prepara a conmemorar la llegada histórica de Jesús, nos invita a celebrar su llegada con fuerza en nuestra vida personal, y nos mantiene despiertos para recibirlo cuando llegue «con gloria». La esperanza que cultivamos en Adviento es responsable, activa y gozosa. Responsable, porque responde con fe a la promesa del Señor; activa, porque prepara con diligencia la llegada del Señor; y gozosa, porque vivimos y celebramos anticipando desde ya la alegría de ese encuentro, nunca lejano.
Los hijos de Dios, en apariencia, no nos diferenciamos de los demás: tenemos iguales derechos, asumimos los mismos deberes, participamos de la misma convivencia social y contribuimos con nuestro trabajo a la construcción de la sociedad; pero el ideal de vida que perseguimos es el de Jesús, y nuestro ideal de convivencia es el reino de Dios. Por eso, la cena eucarística –que, vista con otra mirada, es una simple comida ritual– es para nosotros encuentro con Jesús, profecía de la nueva humanidad, y prenda de la felicidad futura.
Feliz día del Señor.