Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,22-30):
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.»
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Palabra del Señor
Lunes de la III semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Después de la muerte de Saúl y Jonatán, David fue ungido rey de Judá, y lo fue por siete años y medio, cuando los soldados de Saúl, que habían nombrado rey a Isbaal, hijo de Saúl, desafiaron las tropas de David. Estas vencieron esta vez, pero murió un sobrino de David, y las guerras se prolongaron hasta cuando Abner, general de las tropas de Saúl, por un reclamo de faldas que le hizo Isbaal, le dio la espalda a este y adhirió a la causa de David, pero, como él había matado al sobrino de David, Joab hermano del difunto, se vengó matando a Abner, asesinato que David repudió maldiciendo a Joab. A raíz de esto, las tropas de Saúl entraron en pánico, asesinaron a Isbaal en su casa y le llevaron su cabeza a David. Este enfureció y mando ejecutar a los traidores asesinos de Isbaal. Solo sobrevivió un hijo de Saúl, Meribaal. (cf. 2Sm 2,1-4,12, omitidos).
Los nombres de los hijos de Saúl aquí mencionados, Isbaal (אֶשׁבַּעַל: cf. 1Sam 14,49) y Meribaal (מְרִיבַּעַל: cf. 2Sam 4,4), que contienen el nombre de una divinidad cananea, Baal (בָּעַל), constituyen un arcaísmo, por cuando ese nombre significa «Señor», y era común a las divinidades de área de Asia Menor. En un tiempo los israelitas llamaron así al Señor (יהוה), pero después, para deshacer la ambigüedad, cambiaron esa denominación, por eso los mismos hijos aparecen con nombres diferentes en otros lugares.
2Sam 5,1-7.10.
El texto tiene dos partes claramente distintas: el nombramiento de David como rey de Israel, y la conquista de la ciudad de Jerusalén.
1. David, rey de Israel.
Estamos en las últimas etapas de la ascensión de David. Se advierte que David es presentado en constante comunicación y consulta con el Señor, cuyo consejo solicita antes de tomar cualquier decisión (cf. 1Sam 22,5; 23,4; 2Sam 5,19.23). El movimiento a Hebrón probablemente pretende el narrador vincular la unción de Saúl como rey de Israel con la inminente unción de David como rey de Judá. David se trasladó con sus hombres y sus respectivas familias a Hebrón y su entorno.
Informado sobre el acto piadoso de los de Yabés de Galaad –quienes sepultaron los cadáveres de Saúl y sus hijos e hicieron duelo por ellos (cf. 1Sam 31,11-13)–, David les envió un mensaje de cortesía y gratitud, aunque también con una insinuación política («Ahora tengan ánimo, sean valientes; Saúl, su señor, ha muerto, pero Judá me ha ungido a mí rey suyo»: cf. 2Sam 2,1-7).
La «unción» de David aparece aquí como una especie de pacto de mutua lealtad, con juramento, entre David y las tribus de Israel, representadas por sus concejales. Esta elección es presentada como acatamiento del designio del Señor, que había manifestado su decisión de que David fuera el «pastor» y «jefe» de Israel. Según el texto, David le otorga una alianza a Israel (cf. 3,21). Esto implica que Judá e Israel reconocen a David como rey por aparte, la unidad de las tribus se funda en su persona, lo cual la hace extremadamente frágil (cf. 2,4 con 5,3). No hay propiamente unión de las tribus, las cuales permanecen autónomas, pero reconocen al mismo hombre como su rey. Por eso se hace constar que su reinado inicial, de siete años, es separado, y que el suplementario, de treinta y tres, es simultáneo («… en Jerusalén… sobre Israel y Judá»). Se trata de algo así como de «reinos unidos» en confederación, o de una «monarquía dual».
2. Toma de Jerusalén.
La ciudad de Jerusalén y el reinado de David están históricamente vinculados. Por eso aparece enseguida la narración de un hecho que se data históricamente después de las victorias sobre los filisteos (cf. vv. 17-25), pero anticipada a este lugar del relato por el interés teológico del narrador en relacionar la elección de David con la designación de Jerusalén como ciudad capital del reino, ciudad que estaba en territorio de Judá. Los jebuseos, antiguos habitantes de Jerusalén (cf. Jos 15,63; Jue 1,21), consideraban que su capacidad de defender la ciudad era tan firme que, cuando les hicieron la oferta de la rendición, la rehusaron alardeando de que la ciudad sería defendida de manera eficiente solo por los discapacitados que hubiera en ella («los ciegos y los cojos»). Parece que el refrán debió de causar una gran impresión, porque es transmitido de diversos modos en las versiones aramea, latina y griega del texto, aunque –en sustancia– dicen lo mismo.
David se tomó el alcázar de la ciudad por asalto manifestando así su desprecio por los supuestos ciegos y cojos que le cerrarían el paso. Dicho alcázar estaba situado sobre el monte Sion, entre los valles del Cedrón y del Tiropeón, al sur de la cumbre en donde David construirá un altar (cf. 24,18-25) y posteriormente su hijo Salomón edificará el templo (cf. 1Rey 6).
Se recuerda que ese día David había dicho que para darle el golpe al jebuseo había que tomarse el canal, presumiblemente en alusión al canal subterráneo que permitía que se aprovisionaran de agua los habitantes de la ciudad en el torrente Guijón, que estaba fuera de la ciudad, pero existe otra transmisión del dicho: «Al primero que mate un jebuseo lo nombro general en jefe» (1Cro 11,6). En su instalación en el alcázar y en la designación del mismo como «ciudad de David» se percibe la intención que lo animaba de hacer de esa ciudad la capital –entre Judá e Israel– de sus dos reinos, garantizando así la independencia del rey. Ese es el sentido que tiene el traslado de la capital del reino de Hebrón a Jerusalén y el refuerzo de sus defensas (v. 9, omitido).
El hecho de la victoria hace recordar que antes de la refriega David había manifestado desprecio por los combatientes improvisados con los que lo amenazaron («a esos cojos y ciegos los detesta David»). Pero este dicho fue tomado al pie de la letra y se utilizó después para justificar el hecho de que los ciegos y los cojos fueran excluidos del acceso al templo (v. 8, omitido; cf. Lev 21,18).
La prevalencia de su reinado se afianza, y el narrador declara que «el Señor de los ejércitos estaba con él». Más adelante se reporta que esa es la toma de conciencia que realiza el rey: «Comprendió David que el Señor lo engrandecía como rey de Israel y que engrandecía su reino por amor a su pueblo, Israel» (v. 12).
Vale la pena tener en cuenta el hecho de que, según Mateo, Jesús rechaza lo permitido y permite lo prohibido cuando, tras expulsar a los vendedores del templo, acoge y cura a «ciegos y cojos», mostrando que la verdadera purificación reside en la exclusión del lucro con pretexto de culto y en la integración de los excluidos por prejuicios religiosos (cf. Mt 21,14).
«El Señor de los ejércitos» terminó siendo una designación del Dios de Jacob como señor de la creación y de la historia. Este señorío no lo ejerce Dios desde fuera, sino desde dentro, incluso a pesar de las falencias e incomprensiones de los hombres, como un padre que educa con amor paciente a hijos díscolos.
Ahora, con la humanización de Dios en Jesús, ese señorío se hace posible con el don del Espíritu Santo, que actúa en nosotros mejor que en David por nuestra comunión con el Mesías Jesús.
Feliz lunes.