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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Jueves de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año II.

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Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes (2,1-4.10-12):

Estando ya próximo a morir, David hizo estas recomendaciones a su hijo Salomón: «Yo emprendo el viaje de todos. ¡Ánimo, sé un hombre! Guarda las consignas del Señor, tu Dios, caminando por sus sendas, guardando sus preceptos, mandatos, decretos y normas, como están escritos en la ley de Moisés, para que tengas éxito en todas tus empresas, dondequiera que vayas; para que el Señor cumpla la promesa que me hizo: “Si tus hijos saben comportarse, caminando sinceramente en mi presencia, con todo el corazón y con toda el alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel.”»
David fue a reunirse con sus antepasados y lo enterraron en la Ciudad de David. Reinó en Israel cuarenta años: siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén. Salomón le sucedió en el trono, y su reino se consolidó.

Palabra de Dios

Salmo

1Cro 29,10.11ab.11d-12a.12bcd

R/. Tú eres Señor del universo

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos. R/.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. R/.

Tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria. R/.

Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Jueves de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Lo que ahora tenemos como 1Rey y 2Rey son originalmente un solo libro, dividido por razones de conveniencia práctica. El origen de dicho libro suele situarse después de los acontecimientos del año 587, cuando los babilonios se tomaron Jerusalén y redujeron la ciudad y su templo a un montón de ruinas. El pueblo se preguntaba qué había pasado, dónde había quedado la promesa hecha a David y su descendencia, cómo seguir creyendo en el Señor y en su fidelidad. Después del trato preferente dado por Evil Merodac, rey de Babilonia, a Jeconías (cf. 2Rey 25,27-30), por allá en el año 562, renació la esperanza y se escribió este libro.
El primer rollo (1Rey) comienza con la ancianidad de David, y las intrigas por la sucesión traen de nuevo a la memoria la predicción de Natán: «no se apartará jamás la espada de tu casa» (2Sam 12,10). Venciendo ambiciones contrarias, David logró que Salomón fuera reconocido como su sucesor, y este comenzó a reinar con energía (cf. 1Rey 1,1-53, omitido).
Sigue ahora la historia de los reyes, que después de Salomón se bifurca hasta la catástrofe sucesiva de los dos reinos. Los caminos, sin embargo, son diferentes, y la diferencia estriba en la promesa a David, que perdura por la fidelidad de Dios. La alianza domina el desarrollo de toda la historia, como refuerzo o como contraste.
1Rey 2,1-4.10-12.
La sucesión de David se zanjó mediante las intrigas palaciegas usuales en cualquier corte o reino pagano. Dios aparece actuando de modo discreto, sin duda protagonista, a través de su palabra. David exhorta a su hijo Salomón con tres recomendaciones:
• «¡Sé fuerte!» (חָזַקְתָּ), en el sentido de «¡fortalécete!» o «¡anímate!». El Señor le encargó a Moisés «confirmar» a Josué para que él repartiera a Israel la tierra prometida (cf. Deu 1,38). Esta fue la consigna que le dio Moisés a Josué (cf. Jos 1,6.9.18) y que él les transmitió a los israelitas (cf. Jos 23,6). Tal fuerza está, pues, en relación con la «herencia» de Israel, que es la promesa de Dios a Abraham en uno de sus aspectos: la tierra, que es espacio de libertad y autonomía.
• «¡Sé (como) un hombre!» (הָיִיתָ לְאִישׁ) equivale a «¡sé valiente!». El gobierno reclama entereza de carácter necesaria para tomar medidas en bien del pueblo y en contravía con los enemigos, tanto internos como externos. El hecho de que este libro se haya escrito después del fracaso de la monarquía entraña la advertencia de que esa «hombría» o «valentía» es decisiva tanto para el ejercicio de la realeza como para la estabilidad de su reinado y para el buen éxito del reino.
• «Guarda las consignas del Señor tu Dios». Es un programa de fidelidad al Señor (יהוה), el Dios (אֵל) del éxodo. La fórmula «el Señor tu Dios» hace alusión a que el único Dios que reconoce Israel es el que lo sacó de Egipto. Permanecer fiel a la alianza con él significa prolongar en el tiempo su obra liberadora. A lo largo del libro se pondrá de presente que los reyes no guardaron fidelidad al Señor, pues muchos de ellos fueron injustos e idólatras.
Dichas instrucciones formulan las condiciones para el cumplimiento de la promesa que le hizo el Señor al rey David («para que el Señor cumpla la promesa que me hizo: si tus hijos guardan su senda, caminando fielmente en mi presencia, con todo su corazón y toda su vida, no te faltará uno de los tuyos sobre el trono de Israel»: v. 4; cf. 2Sam 7,12-16). Aquí está el principio básico para entender la historia de los reyes e interpretar acertadamente sus acontecimientos.
Sin embargo, Salomón deberá ejecutar dos sentencias de muerte: la de Joab y la de Semeí. Joab, con sus crímenes, había manchado el honor militar de David, lo que permitió que el rey fuera acusado de ser instigador de esos crímenes (cf. 2Sam 16,7). Así que pesaba sobre el rey y sus descendientes una venganza de sangre que solo podía revocarse ejecutando al verdadero culpable (cf. 2Sam 21,1-14). Semeí lo había maldecido cuando él huía de Absalón (cf. 2Sam 16,5-13). La maldición, una vez pronunciada, no podía ser revocada más que con la muerte de su autor. Dado que ahora la maldición pasaría a su hijo, David decide suprimir a Semeí. Ambas acciones podrían afectar a Salomón y deslegitimar su realeza. No se trata, pues, de una tosca venganza, sino de la purificación de unas taras que –así se pensaba– podían amenazar la dinastía. En cambio, David le pide que sea magnánimo con Barzilay, el galaadita, que le brindó ayuda en su huida de Jerusalén (cf. 2Sam 19,33-40), y le pide que los cuente entre sus comensales –es decir, que los sostenga de por vida; se puede considerar equivalente a la actual «pensión»–, en razón su solidaridad con el rey cuando huía de Absalón (cf. 2,5-9, omitido).
La muerte y la sepultura del rey, después de un reinado de 40 años (cifra de significado simbólico: es un período englobante de paz o de desgracia), se reportan de manera escueta, sin más detalles, como habría sido de esperar. Esos 40 años se suman de la siguiente manera:
• 7 años en Hebrón (cifra redondeada, período idílico). En 2Sam 5,5 se precisa que fueron 7 años y medio (cf. 1Cro 3,4: «siete años y seis meses»), y
• 33 años en Jerusalén (cf. 2Sam 5,5; 1Cro 3,4), cifra complementaria que no parece tener valor simbólico. En Gen 46,15 se refiere al número de los hijos de Israel que emigraron a Egipto, y en Lev 12,4, también junto con el número 7, se refiere al tiempo de la purificación de la puérpera.
Esta nota redaccional –seguramente basada en 2Sam 5,4-5–, semejante a las que se refieren a los reinados de Salomón (cf. 11,41-43) y Jeroboam (cf. 14,19-20), se encontrará más adelante como fórmula estereotipada.
La intervención humana conduce todo a través de rivalidades e intrigas, en luchas por el poder. El discreto protagonismo de Dios se manifiesta haciendo posible la continuidad de la promesa en medio de ese sórdido panorama, como Señor de la historia, sin violentar la libertad de los hombres ni de los pueblos. Y el reino de Salomón «se consolidó».
Tampoco hoy ha perdido Dios el control de la historia, sin ser manipulador. Esto resulta posible porque Dios responde a las más nobles aspiraciones humanas, y en definitiva ellas son las que guían el actuar humano, aunque, a veces, yerre el hombre en la valoración de lo noble y lo ruin. Pero después el hombre aprende y rectifica, y así va creciendo en libertad.
Los bautizados, hechos ya hijos de Dios, solo necesitamos tres condiciones:
• Ser fuertes, con la fortaleza del Espíritu Santo que recibimos en la confirmación.
• Ser hombres nuevos, es decir, cabalmente humanos, y actuar con la adultez y valentía de Jesús.
• Ser fieles a la nueva alianza, sellada en la sangre de Jesús, que es su Espíritu Santo.
Feliz jueves.

Detalles

Fecha:
6 febrero, 2020
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