Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,20-28):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»
Palabra del Señor
25 de julio.
Fiesta de Santiago Apóstol.
Jesús denuncia dos obstáculos para el desarrollo humano:
1. La mentira propuesta en nombre de Dios («espíritu inmundo»).
2. La violencia practicada como homenaje a Dios («demonio»).
Y denuncia tres obstáculos para que el discipulado cristiano:
1. La codicia de riqueza.
2. La ambición de poder.
3. El ansia de prestigio.
Hay dos Santiago que se destacan en el evangelio: Santiago, uno de los dos hijos de Zebedeo, y Santiago, el pariente del Señor. La fiesta que hoy celebramos conmemora al hijo de Zebedeo. Junto con su hermano Juan, representa a los discípulos que siguen a Jesús animados por intereses personales, y que luego hacen su proceso de conversión. El formulario tiene dos lecturas para los lugares en donde se celebra como fiesta, y tres para aquellos en donde es solemnidad.
1. Primera lectura (2Co 4,7-15).
El apóstol de Jesús no es un superhéroe intocable. Las tribulaciones y persecuciones que padece, y que dejan en evidencia su debilidad, son las que prueban que es un ser humano, «de barro», como los demás. Hay un contraste visible entre la «fuerza extraordinaria» del mensaje y lo frágil del recipiente que lo contiene; así queda claro que Dios es su único apoyo. Pero cuanto más se vea el suplicio de «Jesús» en su vida, tanto más efectiva es la vida de Jesús en él. Pablo se refiere a la persona histórica («Jesús») y no al Mesías glorificado («Señor») para evocar la humillación y el sufrimiento del Mesías en su vida terrenal. Por eso, habla del «cuerpo» como portador de «la muerte de Jesús», porque es la persona histórica del apóstol, en su convivencia con los demás, la que da testimonio del Mesías sufriente y rechazado.
Su continua abnegación y entrega hasta la muerte es la forma como la vida de Jesús actúa en los apóstoles y en las comunidades a las que ellos sirven. La fe en el Señor resucitado les da fuerzas para proclamar el mensaje a pesar de las oposiciones. Los apóstoles tienen claro que el Padre los va a resucitar, como resucitó «al Señor Jesús», a quien ahora designa como glorificado («Señor»), pero identificado con el crucificado («Jesús»). Las penas que sufren tienen un sentido: el triunfo sobre la muerte, tanto de ellos como de los destinatarios de su mensaje, para que los hombres conozcan la generosidad de Dios y lo alaben por ella.
Eso es lo que les da fuerzas para proseguir, aunque en apariencia se vayan desgastando a los ojos humanos. Tienen la certeza de que tras una breve tribulación les espera una gloria eterna.
Segunda lectura (Hch 4,33; 5,17.27-33; 12,1-2).
El texto, engarzando citas, se propone dar un perfil de la fisonomía colectiva de los apóstoles.
En primer lugar, los presenta como inicialmente lo hacían ellos, «testigos de la resurrección del Señor Jesús», lo cual implica una limitación, por cuanto Jesús los designó testigos de él («testigos míos»: 2,8), es decir, de su vida, muerte y resurrección, no solo de esta última. Pero indica que lo hacían «con mucho vigor», lo que implica que su testimonio, aunque parcial, era contundente.
Los sumos sacerdotes –del partido saduceo– reaccionaron con irritación por tres razones: los apóstoles habían roto con el templo como institución, estaban ganando simpatía en el pueblo, y, al dar testimonio de la resurrección, desacreditaban la doctrina saducea que negaba que hubiera resurrección. Así que los sometieron a interrogatorio por parte del Consejo, pidiéndoles cuentas de las prohibiciones que les habían hecho de enseñar «en nombre de ese». Odian tanto a Jesús que evitan pronunciar su nombre. También el reclamo es triple: no han hecho caso de lo que les prohibieron, han llenado Jerusalén con su enseñanza, y los responsabilizan de la muerte «de ese».
La respuesta de los apóstoles a la presión del poder es matizada. Por un lado, afirman que Dios está por encima de todo, pero ellos, de nuevo, se integran al pueblo de Israel («nuestros padres»), aunque tienen el valor de acusar a los sumos sacerdotes de haber asesinado a Jesús. Pero indican que el llamado al arrepentimiento es para Israel, aunque Jesús dijo que era para todos los pueblos (cf. Lc 24,47). Y afirman que si ellos tienen el Espíritu Santo –lo que no se verifica en el caso de los sumos sacerdotes– es porque ellos, los apóstoles, obedecen a Dios.
A raíz de la ayuda de los cristianos antioquenos a los de Jerusalén (cf. 11,27-30), se produjo un malestar teológico: los judíos recibieron dinero «impuro» de unos paganos, y esto les resultaba humillante, porque era como admitir que la bendición de Dios estaba con los paganos y no con los judíos. Herodes aprovechó la ocasión para tantear a los judíos y degolló a Santiago para ver la reacción de los judíos y así proseguir su plan de exterminio.
Evangelio (Mt 20,20-28).
El evangelio de hoy muestra que los discípulos –entre ellos Santiago– tuvieron ambiciones de poder por espíritu nacional y se mostraron dispuestos a morir como héroes con tal de alcanzarlo. Esto lo explica Mateo haciendo ver que es la «madre» (nación) de ellos la que pide los primeros puestos para sus hijos. Pero Jesús les hizo ver que él no reclutaba heroicos guerreros, sino que llamaba a ser fieles testigos que estuviesen dispuestos a morir como mártires, según su ejemplo, y por eso, la muerte de él como mártir será un trago amargo que ellos tendrán que beber. Y es que el discípulo no tiene el ideal de ser «oposición» a los poderes del mundo sino alternativa al mundo mismo. Sin embargo, los otros diez discípulos tenían la misma ambición de poder. Por eso Jesús debió insistirles a todos en que la Iglesia no es como las naciones paganas, donde los primeros son los que dominan y oprimen. En la comunidad cristiana el único título de grandeza es un servicio semejante al de Jesús. Santiago y Juan aprenderán esto siguiendo al maestro, que no tiene por misión dominar sino servir.
También hoy en nuestras comunidades existen esas ambiciones de poder y de dominio, e incluso entre los miembros de las comunidades parroquiales se ve el afán por sobresalir. Toca, con igual amor y con la misma paciencia de Jesús, ayudar a estos hermanos a que encuentren el camino del servicio como el ideal de vida y de convivencia que Jesús nos mostró. La santidad cristiana está en las antípodas del poder. Para estar con Jesús y compartir su mesa es necesario apropiarse de su entrega de servicio, y renunciar a toda ambición de poder o a todo intento de justificar el poder, o de sacralizarlo para aspirar a él y ejercerlo sin escrúpulos de conciencia.
La celebración de la eucaristía en la cual Jesús se entrega y da su sangre para que todos vivamos, debe animarnos a vivir este servicio cristiano al estilo del Señor. Nos encontramos con alegría a la mesa en donde compartimos la vida en espíritu de servicio y haciendo memoria del Señor.
Feliz fiesta.