Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
Palabra del Señor
2 de noviembre.
Conmemoración de todos los fieles difuntos
Dada la multiplicidad de las lecturas bíblicas que propone el leccionario para celebrar lícitamente esta conmemoración, aquí hay unas pistas generales para enfocar el mensaje. Lo más importante es, sin duda, afirmar la concepción cristiana de la vida y de la muerte.
1. ¿Por qué oramos por los difuntos?
• Porque «Dios no le es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos» (Lc 20,38). Nos ejercitamos en la «comunión de los santos».
• «Porque ninguno de nosotros vive para sí ni ninguno muere para sí; si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, morimos para el Señor; o sea que, en vida o en muerte, somos del Señor. Para eso murió el Mesías y recobró la vida, para tener señorío sobre vivos y muertos» (Rm 14,7-9). Reconocemos el señorío universal de Jesucristo.
• Porque nosotros no somos los árbitros de la salvación, y tenemos claro que «aunque nuestra conciencia nos condene, por encima de nuestra conciencia está Dios, que lo sabe todo» (1Jn 3,20). Intercedemos por los hermanos y pedimos la vida para todos.
2. ¿Qué objeto tiene esta conmemoración?
• Profesar nuestra fe. Declaramos nuestra fe en la resurrección de los muertos, pero no en abstracto ni genéricamente, sino la de nuestros difuntos, la de nuestros queridos familiares y amigos cuya separación nos produjo intenso dolor y puso a prueba nuestra fe. Hacemos confiada memoria de aquellos cuya ausencia física sigue siendo un sensible vacío.
• Fortalecer nuestra esperanza. Afianzamos nuestra seguridad en la indestructible vida que el Padre nos infunde por Jesús. Confirmamos la certeza de que el Espíritu por el cual el Padre resucitó a Jesús de la muerte habita en nosotros y será también la razón de nuestra resurrección. Vivimos a la espera del futuro reencuentro con nuestros seres queridos, según la promesa del Señor.
• Mantener vivo el amor. Permanecemos fieles al amor por nuestros seres queridos que partieron de nuestro mundo, y cultivamos ese amor para conservar la relación con ellos a despecho de la muerte. La Palabra, la oración y los sacramentos alimentan la fidelidad que nos une a quienes volveremos a encontrar más allá de la muerte.
3. ¿Cuál es el mensaje de este día?
Es el núcleo del mensaje de nuestra fe, proclamado con ardor a pesar del dolor:
• Anunciamos con alegría y convicción que el Padre resucitó a Jesús de la muerte. Este constituye el núcleo de nuestra fe y la síntesis de nuestra buena noticia para toda la humanidad.
• Damos testimonio de que Jesús nos envía su Espíritu para darnos nueva vida. Esta aseveración declara el amor que conocimos por revelación y manifestamos con nuestro servicio.
• Esperamos la resurrección que Jesús nos promete y su Espíritu nos garantiza. Esta esperanza se basa en el cumplimiento que Dios dio a su promesa de vida en la persona de Jesús.
4. ¿Cómo celebrar este día?
• Renovando nuestra adhesión de fe y de amor a Jesús para estar con él, solidarios con él en el anuncio del reinado de Dios y en la construcción de su reino, y guardando con lealtad su mensaje en nuestra vida.
• Superando tanto las concepciones culturales que presentan la vida de forma contraria a la buena noticia como las supersticiones que entienden la muerte con criterios opuestos a los de nuestra fe católica.
• Absteniéndonos de tomar parte en rituales de duelo que nieguen nuestra esperanza en el Señor, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, o en festejos de corte pagano y en sórdidos negocios en los cementerios o en torno a ellos.
5. ¿Cómo hablar del purgatorio?
• Con la visión cristiana de la muerte. Jesús compara la muerte con el nacimiento: hay ruptura y continuidad, no hay aniquilación. Termina la vida física que recibimos de nuestros progenitores, pero permanece la vida eterna que, por la fe en Jesús, nos da el Padre del cielo.
• Con fundamento en el amor de Dios. La muerte repentina (por accidente, asesinato, enfermedad) puede truncar un proceso de conversión a Dios que iba en camino. El purgatorio se entiende como la oportunidad misericordiosa que Dios da para concluir ese proceso.
• Con independencia de criterio. Respetamos a los que creen en el animismo y en la reencarnación, pero no compartimos sus creencias. Por eso, necesitamos purificar el lenguaje: nada de «benditas ánimas», ni de «vidas anteriores», expresiones ajenas a nuestra fe cristiana.
Jesús nos enseña a ver la muerte en relación con la vida, y ambas en relación con él: «Yo soy la resurrección y la vida; el que se adhiere a mí, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y se adhiere a mí jamás morirá» (Jn 11,25-26). Por eso, él explica la muerte comparándola con el parto (cf. Jn 16,21), o con la invitación a una fiesta de bodas (cf. Mt 25,1-13). Implica responsabilidad, sí, pero no ante un código legal, sino ante los otros seres humanos: la entrega de la propia vida en el servicio a los demás (cf. Mt 25,14-30), el compromiso activo a favor de la vida de los otros (cf. Mt 25,31-46). Y Dios es tan generoso que puso la vida eterna al alcance de toda persona que busque su propia plenitud en un mínimo ético: el respeto por la vida humana (cf. Mt 19,16-19), aunque a sus discípulos les pide más: lograr una convivencia más humana (cf. Mt 19,20-21).
La tendencia a convertir en espectáculo las celebraciones de la Iglesia pretende cambiar nuestras «celebraciones exequiales» en «homenaje póstumo» a los difuntos, exigiendo que la celebración de la eucaristía con ocasión de la muerte de un cristiano se convierta en un anecdotario de este, con elogios incluidos, desperdiciando la oportunidad de anunciar a Jesucristo resucitado, Señor de vivos y muertos, vencedor de la muerte y fuente permanente del Espíritu Santo, que nos da la vida eterna. Algo semejante puede darse en esta celebración, cuando el acento se desvía hacia expresiones de tipo cultural-folclórico respecto de la muerte, o hacia el cultivo de sentimientos de nostalgia o de culpa en relación con los difuntos, dejando de lado la esperanza cristiana.
En la eucaristía, banquete de vida eterna, los fieles difuntos se sientan a la mesa al lado de Jesús mientras nosotros servimos el banquete (cf. Jn 12,2). Llegará un día en que nosotros estaremos a la mesa, y el Señor se ceñirá y nos servirá a uno por uno (cf. Lc 12,37). En ese banquete, en donde se entrecruzan el tiempo y la eternidad, nos encontramos con nuestros amados difuntos y nos mantenemos unidos al Señor y con ellos. No tenemos necesidad de invocar muertos ni de que lo hagan por nosotros; esta celebración nos permite vivir la experiencia de permanecer en comunión de amor con todos ellos.
Feliz y esperanzadora conmemoración.