PERSONALIZAMOS EL DEMONIO DE NUESTROS MIEDOS
Preocupados por todo lo que navega en las redes sociales, en este caso en relación con el festejo del Halloween y las connotaciones religiosas que se le cargan a su contenido, tenemos la oportunidad de profundizar el pensamiento para situarnos a otro nivel. Gabriel Rolón afirma algo que todos conocemos pero que no sobra reiterar: que desde el comienzo de los tiempos el hombre quiso comprender el universo. Y, movido por la pulsión del saber, construyó mitos, leyendas y teorías, para intentar explicar un mundo que se muestra extraño.
Se pensaba que el sonido de los truenos era resultado de los golpes del martillo de Thor; que las pasiones eran efecto de un capricho de Afrodita, que insuflaba un ardor incontenible capaz de nublar la razón; que la grandeza del desierto era producto del error de un ángel torpe que derramó en un solo lugar toda la arena destinada al mundo.
El conocimiento avanza cada día a pasos agigantados, y los miedos ancestrales del humano nos asaltan, ya que pueden tener su origen antes de que la mente humana empezara a elaborar el pensamiento crítico.
El hombre de las cavernas, aturdido por los truenos, escondido entre las rocas, temblando de miedo ante las fieras, que por su débil condición física lo obligaban a ocupar el último puesto en participar de la cadena alimentaria, se vio forzado a esperar que comieran los más fuertes, para acercarse después a los huesos que ellos dejaban tirados y partirlos para alimentarse de la médula ósea.
Este hombre, sin mucha capacidad cognitiva, en la medida en que fue evolucionando hacia la revolución cognitiva, tomó sus miedos, los imaginó y comenzó a fantasear con ellos; se imaginó monstruos terribles, fieras indomables, leones con dos caras y grandes dientes que amenazaban con devorar al mundo… y creó una manera ancestral de hacer fantasías con sus propios miedos.
Aún existen entre nosotros muchas culturas que tienen miedos personificados como ocurre con los monstruos del Halloween. Esta es una cultura ajena que, habiéndose involucrado en la cultura global, trajo estos miedos personificados hasta nosotros, para que los exorcicemos y los domestiquemos con nuestras fiestas y con nuestras aproximaciones: En esta época, en los Estados Unidos abundan centros de recreación para exorcizarlos haciéndose “selfies”.
Entre nosotros, en la fiesta del carnaval, se hace parranda con los esqueletos humanos que personifican el miedo a la muerte y, para exorcizarla, se baila con ella y así se la domestica; esa es una manera de exorcizar la muerte. En algunos contextos, hay “bromas pesadas” y juegos de manos, que, en el fondo, pretenden exorcizar algunos miedos sexuales.
Hemos tomado la figura del diablo y la hemos involucrado dentro de estos imaginarios culturales porque sentimos necesidad de exorcizarlo para defendernos de nuestros miedos ancestrales. Infortunadamente, nos educaron con miedos, para domesticarnos, disciplinarnos y someternos.
Estamos muy distantes de lo que nos enseña el Evangelio de Jesús, cuyo nacimiento estuvo precedido por dos exhortaciones: “Alégrate” y “No temas” (Lc 1,28.30). Él jamás recurrió al miedo o a la amenaza, ni para ser escuchado, ni para hacerse seguir. Y, después de resucitar, exorcizó el “miedo de ultratumba” de sus discípulos diciéndoles: “¿Por qué ese espanto y a qué vienen esas dudas? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Tóquenme y miren; un fantasma no es humano, como ustedes ven que yo lo soy” (Lc 24,38-39).
Los cristianos estamos convencidos de lo que Jesús dice a sus discípulos: “No tengan miedo” (Lc 12,4), porque su propuesta es de cara a la vida y a la felicidad humana.
Ramón González Mora. Pbro.
Sincelejo, 25 de octubre de 2017