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Eventos en mayo 2024 – Diócesis de Sincelejo
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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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24 de diciembre (misa matutina).

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24 de diciembre (misa matutina).

Dios realiza su designio y cumple su promesa. Pero su obra puede ser mirada de distintos modos, porque cada uno interpreta esa obra según su experiencia humana y de su apertura a Dios. Es indudable que los profetas tuvieron auténticas experiencias de Dios, pero es innegable que ellos difieren en la calidad de su experiencia y de su testimonio. Hablan del mismo Dios, el que sacó a Israel de Egipto, pero cada uno desde su propia perspectiva. La revelación del Señor se daba en medio de un pueblo en alianza con él, pero cada profeta tenía sus antecedentes personales y familiares que actuaban como filtros para individualizar la experiencia de Dios y el consiguiente anuncio del respectivo profeta.
La forma como Zacarías, padre de Juan Bautista, ve cumplida la promesa de Dios a David difiere de la que manifiesta María, la madre del Señor, por ejemplo. Sin embargo, Dios prosigue su obra sin exigir la comprensión perfecta. Le bastan la apertura y la cooperación de cada uno. Solo en Jesús habla Dios de manera inequívoca.

1. Primera lectura: promesa (2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16).
Incluso en la selección que, por razones de brevedad y de precisión, el leccionario hace de este relato se contraponen dos designios: el del rey, motivado por sentimientos religiosos, y el del Señor, movido por la fidelidad a su promesa.
1.1. El designio del rey David.
Después de consolidar su supremacía y de logar el reconocimiento interior y exterior, el rey se propone darle lustre a la casa del Señor, y le expone su propósito a Natán, el profeta de la corte. La paz de que goza y la cesación de la amenaza de sus enemigos cumplen las promesas del Señor (cf. Deu 12,10; Jos 21,44; 1Rey 5,18) y el rey quiere manifestarle su gratitud en reciprocidad. La casa del rey, construida con el apoyo de Jirán, rey de Tiro (cf. 5,11), era de cedro; en cambio, la tienda del arca hecha por indicaciones de David –distinta de la Tienda del Encuentro (cf. 6,17)– estaba confeccionada con «lonas» (cf. Exo 26; 36).
Natán, por estar al servicio del rey, se precipita a aprobar sus planes, sin discernir ni consultar al Señor. En medio de esa «noche», la palabra del Señor se abre paso, el Señor le revela su designio al profeta. Ni el rey ni el profeta han tenido en cuenta la revelación histórica del Señor, que los sacó de Egipto, y se lo han imaginado como los dioses cananeos.
1.2. El designio del Señor.
De él ha sido la iniciativa. Eligió a David cuando era un desconocido pastor de ovejas. Es preciso recordar que los pastores no eran estimados en la sociedad judía. Así resulta mayor el contraste de su elección por parte del Señor para que fuera el caudillo de Israel. Fue el Señor quien le dio éxito en sus empresas, porque él siempre ha tenido un designio de paz para su pueblo. Y David cumple una función propia en ese designio. Para referirse a David, el Señor usa la expresión «mi siervo» (7,5.8; cf. 3,18; 1Rey 11,13.32.34.36.38; 14,8; 2Rey 19,34; 20,6; Isa 37,35; Jer 33,21.22.26; Sal 89,4.21), que –usada para designar al Mesías (cf.34,23.24; 37,24.25)– señala al hombre libre y liberador al servicio del designio divino. Por eso, el Mesías es llamado también «mi Señor» (cf. Sal 110,1) por el justo orante. Es, a la vez, «siervo» y «señor».
Tendrá paz en adelante con sus vecinos, y, además, el Señor le dará una dinastía. Su descendencia se consolidará en el trono después de su muerte. (El v. 13, que alude a Salomón, se considera un añadido posterior; por eso lo omite el leccionario). El Señor educará a la descendencia de David como todo padre educa a sus hijos (incluidos los castigos), con lealtad a toda prueba, como los padres carnales. El caso de Saúl fue diferente (este no fue escogido por Dios): la casa de David permanecerá en presencia del Señor.
El rey y el profeta pensaban en darle gloria al Señor edificándole un templo, pero es el Señor quien hace glorioso el nombre de David, edificándole una «casa» (dinastía) que, por designio del Señor, habrá de permanecer indefinidamente.

2. Evangelio: cumplimiento (Lc 1,67-79).
Zacarías se llenó de Espíritu Santo y profetizó. Esto se había dado ya en Isabel y en Juan. Ya no funge como sacerdote, sino como profeta. Su palabra bendice a Dios (le da gracias) e interpreta desde su perspectiva los hechos que se dan en su casa y que trascienden a su pueblo.
Limitándose solo al horizonte de Israel, comienza con una bendición a Dios porque la salvación ya ha tenido lugar para todo el pueblo al suscitarle una fuerza salvadora «en la casa de David, su siervo», según la promesa reiterada por los profetas. Esto se refiere al Mesías davídico, no a su propio hijo. La promesa se cumple para liberar al pueblo de sus enemigos (de fuera), por fidelidad a los antepasados y a la alianza con ellos. El resultado de dicha salvación es el culto auténtico y perpetuo. Aquí los enemigos no están dentro del pueblo (como sí lo están en el cántico de María), y la acción liberadora y salvadora de Dios se interpreta solo con una finalidad religiosa, no con el fin de erradicar el orden injusto (como sí lo es en el cántico de María).
En el centro del cántico, está la referencia a su hijo. Ahora ve cumplido el anuncio del ángel (cf. 1,17), y, citando a los profetas (cf. Isa 40,3; Mal 3,1), anuncia la misión del niño como profeta del Altísimo y precursor del Señor, con la tarea de darle al pueblo una experiencia de salvación mediante la liberación de sus pecados. Aquí reconoce el pecado del pueblo, pero desde una perspectiva cultual, según su mentalidad de sacerdote, no desde la perspectiva de los profetas («injusticia»). Zacarías no percibe la injusticia social que denuncia María.
Finalmente, anuncia y agradece el efecto positivo de la venida del Señor. Como expresión de su «entrañable misericordia», Dios «visitará» (cf. 7,16; 19,44) a su pueblo por medio del Mesías, como en otro tiempo visito a Israel en Egipto (cf. Exo 3,16; 13,19); y, como un astro que nace de arriba (no en el horizonte terreno), «el astro de Jacob» (cf. Num 24,17), el Mesías iluminará a los que «permanecen en tinieblas y sombras de muerte» (metáfora de la esclavitud y la opresión que padecen) a fin de conducirlos a la plena armonía entre ellos mismos y con Dios.

El cumplimiento de la promesa hecha a David se ha visto desde dos horizontes: el de María y el de Zacarías. Este último, por la casta sacerdotal a la que pertenece, enfoca el cumplimiento de la promesa en oposición a los otros pueblos, dado que no ve el pecado del pueblo como «injusticia», sino como «impureza»; él concibe la liberación solo en la perspectiva de una emancipación del dominio extranjero, no incluye la erradicación de la injusticia social ni la que hay en el corazón de cada uno. Para él, la salvación consiste en poder darle culto al Señor según la Ley de Moisés y sin impedimentos; no concibe la infusión de vida feliz por parte del Señor. Lo alegra la acción de Dios y la agradece, pero no la comprende.
María percibe la liberación como intervención de Dios para hacer fracasar el orden injusto, y la salvación como la dicha que producen las obras grandes del Señor en cada uno, y su misericordia que va de generación en generación. Por eso, al recibir al Señor en la eucaristía con un sí total como el de María, la Iglesia se declara «la sierva del Señor», colaboradora suya para que llegue el Mesías y realice su obra liberadora y salvadora.
¡Ven, Señor Jesús!
Feliz día.

Detalles

Fecha:
24 diciembre, 2020
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