Cargando Eventos

Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
  • Este evento ha pasado.

30 de diciembre: 6o día. En la octava de Navidad.

Loading

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,12-17):

Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno. Os repito, hijos, que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 95,7-8a.8b-9.10

R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. R/.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,36-40):

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

30 de diciembre: 6o día.
En la octava de Navidad.
La promesa de Dios se cumple en Jesús de manera sorprendente por la desbordante generosidad que el Padre manifiesta al dar a su Hijo «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17); es decir, el salvador es para toda la humanidad (sentido positivo de «el mundo»), que es objeto del amor de Dios (cf. Jn 3,16). Este amor incluyente es buena noticia para todos, pero el nacionalismo acusó marcada decepción frente a él, porque esperaba una manifestación de amor excluyente. Por eso Lucas registra la otra reacción –aparentemente también respaldada en los profetas– que se sentía con derecho exclusivo a la salvación, y la primera lectura nos aclara que esa manera de pensar y de sentir corresponde al modo de pensar y juzgar «los hombres», que organizan un sistema social inequitativo y excluyente (sentido negativo de «el mundo»), que es objeto de la reprobación de Dios. El cumplimiento de la promesa se verifica en donde hay apertura al amor universal.
1. Primera lectura (1Jn 2,12-17): Cumplimiento.
Con el propósito de perfilar y distinguir la identidad cristiana y de identificar a sus enemigos, el autor del escrito hace una contraposición entre la comunidad cristiana y el «mundo». En primer lugar, presenta los rasgos característicos de la comunidad cristiana (vv. 12-14), y luego describe el primero de los enemigos de la comunidad en cuanto tal, el «mundo» (vv. 15-17):
1. La comunidad cristiana.
Su rasgo fundamental es la homogeneidad. El autor se vale de un recurso ingenioso para afirmar la igualdad de los miembros de la comunidad, no con conceptos abstractos, sino con realidades concretas que expresan relaciones entre las personas. De todos afirma condiciones en apariencia contradictorias e imposibles de conjugar simultáneamente en las relaciones interpersonales. Pero la verdad es que todas esas condiciones de refieren a la relación de todos con Dios.
• En ella todos son «hijos», es decir, han nacido de Dios. El autor usa un diminutivo afectuoso (τεκνία), derivado de un verbo «alumbrar», o «dar a luz» (τίκτω), y denota en primer término a la criatura parida. Se refiere al nacimiento «de arriba», al origen divino de la nueva vida que tienen. Este es el único término relacional que se repite en esta carta (cf. 2,12.28; 3,7.18; cf. 2,18).
• Todos también son «padres» porque, por el nuevo nacimiento, conocen al Padre por el don del Espíritu recibido y, al amar como Jesús, son transmisores de su vida, es decir, del Espíritu. A pesar de que esta relación no se repite en la carta (vv. 13.14), el autor, al llamar a sus destinatarios «hijos míos» (τεκνία μου: cf. 2,1), deja entrever esa paternidad que consiste en transmitir la vida.
• Así mismo, todos ellos son «jóvenes» porque poseen la fuerza del Espíritu por su fe en Jesús, que les da vigor juvenil. Esa fuerza procede de la fe y les da la victoria sobre «el Malo» (cf. v. 13), es decir, vence la seducción del tentador («el mundo»: cf. 5,4) por haber interiorizado el mensaje de la buena noticia, respuesta de fe de donde se deriva la fuerza para vencer «el Malo» cf. v. 14).
Por ser hijos de Dios, han roto con el pasado y quedan libres del pecado; por ser padres, están vinculados al designio de Dios, que existía desde el principio; por ser jóvenes, son fuertes frente a los halagos del mundo y este no puede engañarlos.
2. El «mundo».
Es la organización social creada por «los hombres»; se basa en el egoísmo, en la codicia de riqueza y en el lujo que crea desigualdades y humillación («concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia del dinero»). Amar ese orden de cosas es negar el amor del Padre, porque nada de eso procede de él, dado que todas esas tendencias merman la calidad de la vida humana. Cuando el autor habla de «amar» tanto el «mundo» como «lo que hay en el mundo» hace pensar en que el amor es la relación exclusiva con el Padre, y que «amar» algo distinto del Padre implica una desviación, además de idolatría. El amor del Padre, en cambio, tal como se ha manifestado en Jesús Mesías, implica, en primer lugar, la condición de «hijo» (imitador) del Padre, y, por tanto, el amor a los otros hijos de ese mismo Padre (cf. 5,1).
Los bajos apetitos («concupiscencia de la carne»), la apetencia insaciable («concupiscencia de los ojos») y la avidez de los lujos («concupiscencia de los bienes») no pude provenir del Padre. Esos impulsos desenfrenados manifiestan descontrol en el ser humano y ausencia del señorío divino.
Eso procede del «mundo», y lleva en sí mismo el principio de su propia destrucción, pues está inclinado al fracaso. Todo lo que se opone al designio divino carece de consistencia («sin ella no existió cosa alguna»: Jn 1,3) y, por no tener el apoyo de Dios, es una ilusión engañosa y efímera («el mundo pasa y su concupiscencia también»). En cambio, el que realiza el designio de Dios (la plenitud de vida para la humanidad) tiene garantía de futuro para siempre.
2. Evangelio (Lc 2,36-40): Promesa.
Simeón, familiarizado con el Espíritu Santo, anunció a Jesús como una «señal contradictoria» (σημεῖον ἀντιλεγόμενον). Ahora aparece Ana, anclada en el pasado (genealogía), en una tradición muerta, con una larga historia de soledad después de haber conocido la felicidad. Haber vivido «7 años con su marido» sugiere las mieles del amor juvenil; «77 de viuda», muestran una honda y prolongada desventura. La suma de años (7+77= 84 = 12×7) la presenta como personificación de la nación «viuda» de Dios (cf. Lc 7,12). Aparece, además, como incondicional de la institución judía («no se apartaba del templo»), y apegada a sus tradiciones religiosas («ayunos y rezos»). Ella restringe el horizonte propuesto por Simeón, ya que solo tiene en cuenta a «los que esperaban la liberación de Jerusalén», es decir, insiste en la separación entre judíos y extranjeros. Aquí radica la contradicción: mientras unos ven a Jesús como salvador universal, otros lo ven como liberador nacional. Los que están familiarizados con el Espíritu Santo se abren al horizonte universal, al amor incluyente; los anclados en el pasado se encierran en la exclusión de carácter nacionalista, ponen límites al amor. En ese ambiente creció Jesús como promesa de salvación universal, se robusteció, se llenó de saber (captó claramente el designio divino), y el favor de Dios (el Espíritu Santo) descansaba sobre él configurándolo cada vez más con su Padre.
La promesa de Dios se cumple a pesar de las incomprensiones de «los hombres». Siempre habrá personas encerradas en moldes ideológicos estrechos que –incluso sin darse cuenta– le opondrán resistencia al amor universal de Dios, y hasta con argumentos de la Escritura o de la tradición. Cuando se dice que Ana era «profetisa» (προφῆτις), queda claro que «hablaba» en nombre de la tradición profética nacionalista que Jesús descartó.
Creer en Jesús no sólo transforma la vida de cada persona –individualmente considerada– sino también su convivencia social. La luz «brilla», pero también «ilumina». No es posible para un cristiano ser santo individualmente sin irradiar la luz de esa santidad, haciendo cada vez más humana la convivencia social. El «mundo» debe ser liberado y salvado, y esto solo será posible con el amor universal testimoniado por Jesucristo. No hay razón para que las comunidades cristianas se encapsulen y se aíslen, en vez de insertarse en el mundo, como la levadura en la masa, para transformarlo y ayudarlo a alcanzar su propia meta.
Por eso la eucaristía termina con el envío misionero («¡Pueden irse en paz!»).
Feliz Navidad. Dios está con nosotros.

Detalles

Fecha:
30 diciembre, 2019
Hora:
8:00 am - 5:00 pm
Categoría del Evento: