31 de diciembre: 7° día.
En la octava de Navidad.
El primer enemigo de la comunidad cristiana en cuanto tal es «el mundo», la organización social que propone valores opuestos a los que esta propone. Así que se enfrentan dos alternativas: o la comunidad cristiana, o «el mundo»; no se trata de dos teorías, sino de dos realidades palpables y visibles. La comunidad tiene sus testigos a favor de la luz; «el mundo», sus propagandistas, que recurrirán el género «testimonio» para cautivar a incautos. Se observa a menudo en la publicidad comercial la cantidad de «clientes satisfechos» que dan «testimonio» de las bondades de cualquier producto; también ese mismo recurso se emplea, con adaptaciones, a favor de estilos de vida o de convivencia (sistemas políticos). Y no faltan los propagandistas de cultos, como en los viejos tiempos, con sus «falsos profetas», que pretenden hacer mejores ofertas que las del evangelio. A esta engañosa realidad se refiere el mensaje de este día.
1. Primera lectura (1Jn 2,18-21): Cumplimiento.
Estamos en la hora decisiva de la historia de la humanidad. La «tiniebla» no solo es capaz de penetrar la comunidad cristiana, sino que también puede restarle miembros para reclutarlos a su servicio. Los «anticristos» (anti-Mesías) proceden de la comunidad, pero nunca se insertaron en ella, y por eso fueron seducidos por la «tiniebla» y apartados de la comunidad. Ellos son los que niegan que el Mesías sea Jesús, el crucificado por el imperio romano (una forma de «el mundo»). Separan al Jesús de la historia (el crucificado) del Cristo de la gloria (el Mesías), y se rehúsan a realizar la misión liberadora y salvadora de Jesús. En lugar de eso, proponen un Cristo glorioso, objeto de culto y sin exigencias de compromiso. Los que el autor llama «anticristos» son, pues, falsos profetas. En cambio, a los cristianos que están comprometidos los declara «ungidos» con una Unción que confiere «conocimiento» experimental del Santo/Consagrado (Jesús), es decir, verdaderos profetas. Por eso no los instruye el autor –no es necesario, ya que ellos conocen la verdad de Dios por experiencia–, sino que los exhorta a que hagan uso de ese conocimiento para discernir entre lo falso y lo verdadero.
El problema, como se puede ver, no es ideológico, sino más profundo. Opone la propaganda de los «anticristos» a la experiencia de los «ungidos» por el Consagrado. O sea, opone a la ideología embustera el amor vivido por la fuerza del Espíritu Santo.
2. Evangelio (Jn 1,1-18): Promesa.
El proyecto original de Dios existía cuando él creó el mundo. Ese proyecto era el hombre-Dios. Y Dios mismo estaba urgido por su propio proyecto, como si –hablando a lo humano– estuviera impaciente por realizarlo, porque él –pensando a lo humano– nunca lo perdió de vista. Toda su obra creadora, con sabiduría y paciencia –sintiendo a lo humano–, sin excepción, se encaminaba a ese objetivo. Era un proyecto de plenitud de vida, y la vida era el criterio de juicio y de valor, y la norma de vida y convivencia para toda la humanidad: era su luz. Dios envió a Juan (nombre que significa «Dios ha mostrado su favor») a declarar abiertamente, como profeta suyo, que él está a favor de la vida humana, que él quiere la plenitud de la vida para el ser humano, que quiere que la humanidad sea feliz. Y Juan debía insistir mucho en ello, porque había una fuerza contraria a ese testimonio suyo, la «tiniebla», una ideología disfrazada de mensaje divino que presentaba la desdicha humana como voluntad divina, y que desalentaba la búsqueda de la felicidad con falsos argumentos, pretextando que esa pretensión enojaba a Dios, cuando, en realidad, solo lesionaba los intereses mezquinos de quienes proponían esa ideología. Juan tenía la misión de lograr que «todos» creyeran que Dios es favorable a la realización humana.
El mensaje sí llegó, pero «el mundo» (la sociedad injusta) no lo reconoció como mensaje de Dios. «La tiniebla» (ideología opuesta a la vida) intentó sofocar tanto la aspiración humana a la vida como el testimonio a favor de la luz con argumentos religiosos. Pero los hechos no dejaron lugar a dudas: quienes lo aceptan reciben la capacidad de hacerse hijos de Dios (prueban esa plenitud de vida) y descubren un modo superior de vivir y convivir. Ese proyecto se realizó y se manifestó históricamente en Jesús, en cuyo favor testificó Juan. Por él hemos recibido el amor fiel de Dios y la capacidad de corresponderle. Ahora que en Jesús se ha manifestado Dios como hombre, queda abierta la posibilidad de que el ser humano llegue a «ser como Dios»: el hombre-Dios.
La promesa no está hecha con palabras pronunciadas ni con palabras escritas, sino con la Palabra «encarnada». En Jesús nos muestra Dios, cumplida y ofrecida a nosotros, la promesa de heredar la condición divina. Y esta palabra-hombre es más convincente que las palabras embusteras de la «tiniebla», en cualquiera de las formas que ellas se presenten. Por eso, los propagandistas de la «tiniebla», sea en sus versiones políticas, sea en las comerciales, sea en las sociales o sea en las de apariencia religiosa, no embaucan a quienes «conocen» por experiencia al verdadero Mesías.
El hombre-Dios se realiza en el creyente en la medida de su adhesión a Jesús, guiándose por la experiencia de Dios que da el Espíritu del Señor. Ese Espíritu nos impulsa a amar de la misma forma en que hemos sido amados, y nos libera del pietismo que con pretextos de tipo religioso acepta la «tiniebla» y elude el compromiso de la fe. Comulgar no es un mero acto piadoso. Es la decisión de abrazarse a Jesús para manifestarle al mundo el amor liberador y salvador del Padre celestial con su Hijo como guía y modelo y con la fuerza de amor y de vida de su Espíritu.
Feliz Navidad. Dios está con nosotros.