Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,34-44):
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor
8 de enero.
O martes después de Epifanía.
El autor ha dicho repetidamente que el amor es el criterio fundamental para determinar quién es «hijo» de Dios, o sea justo, y que el odio identifica a los cometen la injusticia y, por tanto, son «hijos» del diablo. También ha dicho que el amor da vida y que el odio es homicidio. En esta disyuntiva aparecen también los profetas, auténticos testigos de Dios, y los «anticristos», falsos profetas que extravían a los inexpertos. El profeta auténtico está «ungido» (consagrado) por el Espíritu Santo, es decir, interiormente guiado por la experiencia del amor de Dios; el «anticristo» está impulsado por una falsa inspiración, es decir, poseído por una ideología que se resiste a reconocer que «Jesús es el Mesías venido en carne».
Para la fe cristiana este es un asunto vital, porque el cristiano no considera el amor como un afecto de carácter emotivo, sino como una experiencia que le sale al paso, que transforma su vida y su mundo de valores, y que lo hace capaz de amar del mismo modo como se siente amado por Dios (cf. Jn 1,6). Porque ese amor «existió por medio de Jesús Mesías» (Jn 1,17).
1. Primera lectura: discernimiento (1Jn 4,7-10).
«El amor viene de Dios» significa que Dios es el origen, la fuente, del amor. Esta afirmación es importante, porque las ciencias humanas pueden explicar cómo se verifica el acto de amar, pero no pueden explicar el origen mismo del amor. Y es porque el origen del amor está fuera del ser humano. El amor entre los humanos es experiencia de Dios. Por eso el autor establece tres afirmaciones:
• Todo el que ama ha nacido de Dios, es hijo de Dios. Esto se comprende de dos maneras: el amor da vida e imprime carácter. Es decir, el amor que procede de Dios es comunicación o donación de Dios mismo; cuando Dios nos ama, se nos da por medio de su Espíritu. Esta auto donación de Dios infunde su propia vida en el ser humano, e imprime un dinamismo consecuente, de modo que quien experimenta ese amor se comporta como Dios.
• Todo el que ama conoce a Dios, aunque no lo sepa. En consecuencia, la relación de amor que se da entre los seres humanos es ya «conocimiento» experimental de Dios, incluso si la persona es indiferente en cuestiones religiosas o de fe. El que ama está movido por el Espíritu de Dios, y en la medida en que se abre al amor más generoso en esa medida se abre a Dios y va creciendo en el conocimiento de Dios.
• El que no ama no tiene ni idea de Dios, aun si alardea de saber mucho de él. El problema del «ateísmo», desde el punto de vista del autor, no es cuestión ideológica, sino vital. No amar es desconocer (no «conocer» y no querer «reconocer») al «otro» como objeto de respeto y de benevolencia, y eso es odiarlo; y «quien odia a su hermano está en las tinieblas y camina en las tinieblas sin saber a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos» (1Jn 1,11).
El amor de Dios se manifestó en el don de sí para dar vida. Él tomó esa iniciativa «enviando al mundo a su Hijo único para tuviésemos vida». En esto consiste este amor, no en que nosotros hubiéramos amado antes a Dios –que es lo que define la religión–, sino en que él nos demostró su amor enviándonos a su Hijo con el fin de dar al ser humano la libertad para amar («para que expiase nuestros pecados»). El amor no es un aspecto de Dios, lo es todo.
2. Evangelio: manifestación (Mc 6,33-44).
El amor cristiano no es un sentimentalismo de estilo romántico. Es algo muy concreto.
El ir y venir sin sentido de la gente conmueve a Jesús, quien se pone a enseñarle. Pero sus discípulos no sintonizan con él y pretenden que Jesús se desentienda de la multitud. Él, al contrario, quiere que ellos se involucren y se den a la gente. Partir y compartir el pan es signo del don de sí para dar vida. Cuando hay egoísmo, hay temor; cuando amor, hay generosidad. Jesús tiene que vencer cierta resistencia de los discípulos («les ordenó») para dar paso al amor.
• Lo primero es hacer «recostar» a todos: comer recostado es propio de hombres libres (los esclavos lo hacían de pie). Se trata de reconocer la común libertad que posibilita la amistad.
• La hierba verde es símbolo de abundancia en la era del Mesías (cf. Sl 72,16): donde ellos ven escasez, Jesús ve abundancia. Los temores hacen imposible el ser generoso y dadivoso.
• Los corros significan la igualdad entre los integrantes de cada grupo, pero la gente se forma en cuadros, como pidiendo un jefe. Se requiere la responsabilidad de cada uno para cambiar.
• La «bendición» es una acción de gracias a Dios por sus dones, y el compromiso de partir y compartir con los demás. Quien sabe agradecer es capaz de compartir lo suyo con los demás.
• El resultado es la satisfacción plena de todos y la posibilidad de invitar todavía a un pueblo entero («12 cestos llenos»). La generosidad genera sobreabundancia; el miedo, escasez.
• Esta generosidad del amor no solo sacia, sino que realiza al ser humano llevándolo a su madurez: «5000 hombres adultos», es decir, personas aptas para el compromiso del amor.
Jesús se revela como el que puede llevar el ser humano a su plenitud personal y comunitaria. Y lo hace infundiendo su Espíritu para que nos sintamos amados por Dios y dispuestos a amar nosotros a los demás de la misma forma en que nos sentimos amados.
El amor entre nosotros es mucho más que un sentimiento, es una actitud de entrega de uno mismo que brota de la experiencia de haber sido beneficiario de una entrega personal (sentido de la «bendición») con generosidad desbordante («hierba verde») y con propósito liberador («recostarse») para formar comunidades de iguales («corros») en las que se comparte el don de Dios para la vida («panes», «peces») a fin de lograr la propia plenitud y el propio desarrollo humano. Ese amor viene de Dios. El pan que partimos y compartimos en la eucaristía es memoria de la entrega por amor que Jesús hizo de sí mismo, entrega de la cual nos invita a tomar parte por la comunión con él para hacer lo mismo en conmemoración de él.
Feliz día.