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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Domingo de Pentecostés Solemnidad

LITURGIA DE LA PALABRA

Misa vespertina de la Vigilia

PRIMERA LECTURA

Derramaré mi espíritu sobre sobre todos los hombres.

Lectura de la profecía de Joel                       3, 1-5

Así habla el Señor:

“Yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres: sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños proféticos y sus jóvenes verán visiones. También sobre los esclavos y las esclavas derramaré mi espíritu en aquellos días. Haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que llegue el Día del Señor, día grande y terrible,

Entonces, todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará, porque sobre el monte Sión y en Jerusalén se encontrará refugio, como lo ha dicho el Señor, y entre los sobrevivientes estarán los que llame el Señor”.

SALMO RESPONSORIAL           103, 1-2a. 24. 27-28 29bc-30

R/. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, que grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz.

Bendice al Señor alma mía: ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo los hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas!

Todos esperan de ti que les des la comida a su tiempo: se la das, y ellos la recogen; abres tu mano, y quedan saciados.

Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.

SEGUNDA LECTURA

El Espíritu intercede con gemidos inefables.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 22-27

Hermanos:

Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no solo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.

Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.

Misa del día

PRIMERA LECTURA

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles   2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.

Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:

¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

SALMO RESPONSORIAL   103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

R/Señor envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas!

Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.

¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor.

SEGUNDA LECTURA

Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7. 12-13

Hermanos:

Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo.

Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.

Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.

Secuencia

Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.

Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.

Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Concede a tus fieles, que confían en Ti, tus siete dones sagrados.

Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.

EVANGELIO

Misa vespertina de la Vigilia

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO

Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.

EVANGELIO

Brotarán manantiales de agua viva.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   7, 37-39

El último día de la fiesta de las Chozas, que era el más solemne, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí”.

Como dice la Escritura: “De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva”. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en Él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado.

Misa del día

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO

Aleluya.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.

EVANGELIO

Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes: Reciban el Espíritu Santo.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes!

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes!

Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.

Credo

Oración de los fieles

Oremos, hermanos, e invoquemos a Cristo, que, entronizado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, y pidámosle que lo derrame sobre la Iglesia y sobre todo el mundo:

Oremos a Cristo, el buen pastor de la Iglesia, que nos mereció la efusión del Espíritu Santo, y pidámosle que sean iluminados por este mismo Espíritu el papa Francisco, nuestro obispo N. y todos los demás pastores de la Iglesia, a fin de que conduzcan su grey por las sendas de la salvación.

Pidamos también al Señor resucitado, que envió su Espíritu en forma de lenguas para destruir la división de Babel, que congregue en la unidad y conceda la paz a todos los pueblos y naciones del mundo.

Supliquemos al vencedor de la muerte que envíe el Consolador a los que sufren, para que encuentren fuerza y consuelo en la contemplación del misterio pascual, y les dé la firme esperanza de que están llamados a la resurrección y a la felicidad de su reino.

Pidamos al Hijo de Dios, que desde el Padre nos ha enviado el Espíritu Santo, que este mismo Espíritu nos recuerde constantemente sus palabras y nos dé la fuerza que necesitamos para dar testimonio de él hasta los confines del mundo.

Terminemos nuestra oración pidiendo al mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos, que permanezca en nosotros y nos disponga así para ser piedras vivas del templo eterno de Dios.

Escucha, Señor, las oraciones de tu pueblo y haz que quienes nos disponemos a clausurar, con la solemnidad de hoy, las fiestas pascuales, renovados y fortalecidos por tu Espíritu, vivamos continuamente la novedad pascual y lleguemos también a las fiestas de la Pascua eterna. Por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.

LITURGIA EUCARÍSTICA

 

Misa vespertina de la Vigilia

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Padre santo, derrama la bendición de tu Espíritu sobre estas ofrendas y, por ellas, concede a tu Iglesia aquel amor que manifieste al mundo entero la realidad del misterio de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN       Jn 7, 37

El último día de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: el que tenga sed que venga a mí y beba. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Señor Dios, que esta eucaristía nos alcance el mismo fervor del Espíritu que inflamó el corazón de los Apóstoles de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Misa del día

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS 

Señor y Dios nuestro, concédenos, según la promesa de tu Hijo, que el Espíritu Santo nos revele con más claridad el misterio de este sacrificio y nos manifieste toda su verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO 

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. 

Para llevar a su plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre aquellos que habías adoptado como hijos, haciéndolos partícipes de la vida de tu Hijo Único; el mismo Espíritu que, al nacer la Iglesia, dio a todos los pueblos el conocimiento del Dios verdadero y unió a las diversas lenguas en la confesión de una sola fe. 

Por eso, con esta efusión del gozo pascual, el mundo entero desborda de alegría y también los coros celestiales cantan un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: 

Santo, Santo, Santo …

Antífona de comunión         Hech 2, 4. 11 

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban las maravillas de Dios. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN 

Señor Dios, que concedes a tu Iglesia los bienes del cielo, conserva en ella la gracia que le has dado, para que el Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza y esta eucaristía nos sirva para la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El Espíritu Santo es don del Señor crucificado y resucitado. Por eso, se conecta esta solemnidad con el día de Pascua leyendo el mismo evangelio (primera opción). No se trata de una celebración individual del Espíritu Santo, sino de la realización en plenitud de la obra renovadora, liberadora y salvadora de Dios a través de la vida, la obra y el mensaje de Jesús. Pedagógicamente, la Iglesia celebra este misterio como desplegándolo en acontecimientos sucesivos con el único propósito de facilitar su comprensión y apropiación por parte de todos y cada uno de sus miembros.
También hay la opción de proponer el mismo misterio con otros textos del cuarto evangelio, que nos presentan igualmente al Espíritu Santo en relación con el discípulo que forma la nueva sociedad humana y, por la misión, se responsabiliza de llevar la historia a su plenitud más allá de tiempo. El Espíritu es «otro Valedor» como Jesús, pero distinto de él, porque su relación con el discípulo es ahora interior y trasciende el espacio y el tiempo, aunque actúe dentro de ambos. Y también es «El Espíritu de la Verdad», que da testimonio de Jesús en la historia y hace sus testigos a los discípulos, capacitándolos para interpretarla y para conducirla a su meta.
Pentecostés es el don del Espíritu Santo, que capacita a las comunidades cristianas para su salida misionera con la fuerza del amor universal, gratuito y fiel del Padre que Jesús manifestó.

Jn 20,19-23 (Ciclos A, B y C).
El don del Espíritu culmina la obra de Jesús para que se cumplan la promesa y el designio del Padre. Su objetivo es crear un hombre nuevo y una nueva sociedad. El Espíritu Santo acompaña y sostiene con su influjo al discípulo de Jesús, renueva todo recordando la obra y el mensaje de Jesús, suscita testigos e interpreta la historia a medida que los acontecimientos se van sucediendo.
1. El hombre nuevo.
Entre el desconcierto por la muerte de Jesús en la cruz y la experiencia de su resurrección, media un período de incertidumbre, cargado del temor a la muerte que infunden los que crucificaron a Jesús. Sus discípulos se sienten desamparados y desprotegidos, con una angustiosa sensación de abandono y vulnerabilidad, literalmente sitiados por su propio miedo a los dirigentes.
La inesperada presentación de Jesús en el centro del grupo, con la misma cercanía a cada uno, no solo les anuncia, sino que les trae la paz. Lo que tanta paz les produce es ver que «las manos» de Jesús, clavadas como infames en la cuz, declarando así malditas sus obras (cf. Deu 21,23) por parte de las autoridades judías, y subversivas y antisociales por parte de las autoridades romanas, esas manos están vivas y libres. Dios ha reivindicado las manos de Jesús y respaldado sus obras. Además, del «costado» de Jesús, que en una innecesaria muestra de odio fue traspasado, pero del cual salió sangre y agua –ambas manifestaciones del Espíritu como don de amor universal– está fluyendo siempre el «agua que salta dando vida definitiva» (4,14), y la sangre que es «verdadera bebida» (6,55), amor ofrecido y disponible para todos. Dios insiste en su amor a la humanidad y no amenaza a quienes lo rechazaron crucificando o abandonando a Jesús. Esas manifestaciones de amor les devuelven la paz y los colman de la alegría definitiva (cf. 16,22).
2. La nueva sociedad.
El «mundo» ha sido vencido por él. La injusticia, el odio y la muerte no pronunciaron la última palabra. La victoria sobre el mundo abre una nueva esperanza para todas las sociedades humanas. Por eso les reitera el saludo de paz, porque ellos, con él, forman la sociedad alternativa al mundo, alternativa a la mentira y la exclusión, al odio y la violencia.
Jesús había pedido al Padre que su comunidad compartiera con él la condición filial y participara de la misma gloria que él, el Espíritu Santo (cf. 17,24). Ahora, dando por escuchado y concedido ese deseo, los considera iguales a él y en capacidad de adelantar en la tierra la misma misión que el Padre le encargó a él. Hasta antes de la resurrección y del don del Espíritu los ha considerado sus «amigos» (15,15), pero después de haber entregado el Espíritu en la cruz (cf. 19,30) y haber manifestado su gloria (cf. 17,1; 19,31-37), puede llamarlos sus «hermanos», hijos del mismo Padre (cf. 20,17). La nueva humanidad ya es un hecho, ya es posible nacer «de arriba», «de nuevo», para «entrar en el reino de Dios» (cf. 3,3.5-8). El ingreso al reino los constituye sus ciudadanos en el «mundo», pero están en el «mundo» sin pertenecer al «mundo»; fueron sacados del «mundo» por el Padre (cf. 17,6), y Jesús les confía una misión en él (cf. 17,18.21.23).
3. La misión.
La expresiva acción de Jesús al soplar evoca la creación del primer hombre (cf. Gen 2,7) y sugiere que Jesús resucitado crea una nueva raza humana. Es el hombre libre y feliz. Eso significa la paz con la que Jesús saluda de nuevo a sus discípulos.
El hombre-carne, sujeto a sus impulsos, pasó a ser el hombre sujeto a la Ley, y este al hombre-espíritu (cf. 1,17; 3,6). Esto se expresa aquí con el paso de la opresión del miedo –de todos los miedos– al disfrute de la alegría, y de la sensación de desamparo e inseguridad a la experiencia de compañía y protección. Por otro lado, la condición de hijos que ahora disfrutan también los discípulos entraña la libertad, que en este caso es la más amplia y profunda de todas, la libertad para amar. Esa es la característica fundamental del que ha nacido del Espíritu (cf. 3,8).
El hombre nuevo y la nueva comunidad tienen la tarea de ir renovando a los individuos y sus sociedades mediante su ruptura con la injusticia («el pecado del mundo») y su incorporación a la nueva sociedad que crea Jesús. A los discípulos y sus comunidades les toca la misma misión que el Padre le confió a Jesús: entregarse por amor para crear hombres nuevos y nuevas comunidades humanas. La comunidad de los discípulos tiene que anunciar con gozo quiénes dejaron atrás «el pecado del mundo», y denunciar con valentía quiénes siguen atados a ese orden injusto. Y esto no lo hace solo de palabras, sino constituyendo comunidades alternativas al mundo: universales, abiertas a todo ser humano, sin exclusiones, donde se verifique el amor cristiano.

Jn 14,15-16.23b-26 (opcional para el ciclo C).
Según explica Jesús, la experiencia del Valedor tiene su origen en el compromiso de los discípulos con él a favor de la humanidad. La vivencia del mensaje será cada vez más consciente y profunda en los discípulos que lo han acogido gracias a la presencia y a la actividad del Valedor en ellos.
1. Jesús, el Padre los discípulos y el Valedor.
Esta es la primera vez que Jesús se refiere al amor de sus discípulos a él, y lo hace formulando una relación de causa a efecto entre el amor a él y el amor a los demás. Amarlo a él es «cumplir los mandamientos míos». No se trata de los mandamientos de la Ley mosaica, sino de los suyos. Esto se entiende al verificar que el mandamiento suyo, nuevo, único y distintivo de sus discípulos (cf. 13,34; 15,12) se despliega en «los mandamientos» suyos, que son las exigencias concretas del amor mutuo. Este amor se expresa de dos formas: en la identificación de propósito de quienes se aman, y en la entrega de cada uno al otro. El que ama a Jesús se identifica con él en su interés por servir a la humanidad, como lo hace él; de este modo, el «mandamiento» no consiste en una imposición exterior, sino en un impulso interior que brota del deseo de imitar a Jesús. Pero, en lo que se refiere a la entrega, Jesús no reclama la reciprocidad, o sea, no pide que así como él se entrega por los demás los demás se entreguen por él, sino que, también en este caso, la entrega de sí mismo la dirija su discípulo a los demás, no a él. Esto significa que el amor a Jesús no crea una relación cerrada, sino necesariamente abierta a los demás, totalmente incluyente.
En reciprocidad a esa entrega a los demás, Jesús promete rogarle al Padre que dé a sus discípulos «otro Valedor». El ruego (ἐρωτάω) implica la petición de un don de tal importancia que amerita la consulta. Se pondera de ese modo lo rogado, que es «otro Valedor». Jesús es designado como «Valedor» (παράκλητος: 1Jn 2,1), y ninguno más, fuera del Espíritu. Así que solo se conocen dos Valedores; pero uno no sustituye al otro, sino que tienen «misiones» distintas en relación con los destinatarios. La presencia física de Jesús es histórica, temporal (cf. 12,8); la del Espíritu será de carácter permanente («siempre»). El Espíritu, como Jesús, procede del Padre, pero el Espíritu es respuesta del Padre a un ruego de Jesús en favor de sus discípulos en tanto estos se comprometen a cumplir los mandamientos de Jesús, es decir, a entregarse a los demás como lo hace él.
2. El discípulo, el Padre, Jesús y el Valedor.
Discípulo de Jesús es aquel que manifiesta su amor a Jesús por la aceptación de su mensaje de amor identificándose con él en el propósito de dar vida entregando la propia. No hay discipulado masivo, sino personal, porque la relación de amor es personal; tampoco hay manifestaciones de poder avasallador para abrumar a los que se resistan a creer, sino manifestación de amor de parte del Padre, que da su Hijo (cf. 3,16) e infunde el Espíritu como don de sí (cf. 4,10). Y en vez de su presencia simbólica en un lugar determinado, concede su presencia viva y permanente en el corazón del que ama a Jesús cumpliendo su mensaje.
Lo contrario, es decir, no cumplir el mensaje de Jesús, implica rechazar al Padre y privarse de la experiencia de su amor liberador y salvador, o sea, abstenerse de la experiencia del Espíritu. La experiencia de Dios no se impone por poder, porque eso anularía la libertad y deshumanizaría al ser humano; se propone para que, al aceptarla, el ser humano haga uso de su libertad y obtenga por su propia decisión la vida que procede del Padre.
Jesús diferencia las dos épocas, la de su presencia física y la de su presencia espiritual. Lo que él les enseñó a los discípulos durante su vida terrena deberán tenerlo en cuenta una vez él se haya marchado físicamente, porque no habrá ruptura en el mensaje (cf. 16,4); su presencia espiritual se ampliará y ahondará cuando llegue el Espíritu, porque la manifestación del amor es la entrega de una herencia indivisible (cf. 16,12-15).
El Espíritu Santo Valedor lo envía el Padre por medio de Jesús. No hay otro camino de acceso al don del Padre que a través de la realidad humana glorificada de Jesús (cf. 4,10.14; 6,35.53.63; 7,37-39; 20,22). Esa realidad humana es esencial en el proyecto divino (cf. 1,14), porque Dios quiere llegar al ser humano a través de lo humano, y el camino para llegar al Padre es el hombre Jesús (cf. 14,6-7). El Espíritu Santo –a través de los profetas– estará «siempre», con los discípulos, enseñándoles todo y recordándoles todo lo que Jesús les expuso en los días de su vida histórica.

Cada vez que el Señor resucitado se encuentra con nosotros, nos renueva y nos envía a renovar las sociedades humanas. Tenemos la misión de constituirnos en alternativa de vida y convivencia con la fuerza del Espíritu Santo. Jesús lo hizo, y quiere seguir haciéndolo por medio de nosotros. No somos enviados a hacerle oposición al mundo, sino a ser alternativa a él. Nuestra misión es eminentemente positiva y propositiva, no meramente reactiva, ni mucho menos condenatoria.
Recibimos el Espíritu Santo como misioneros activos, no como beneficiarios pasivos. El mundo sentirá la presencia del Espíritu en nosotros y en nuestras comunidades en la medida de nuestra capacidad de mostrarnos como alternativa de vida y de convivencia. Con alegría, mostremos ser hombres nuevos y formemos verdaderas comunidades que vivan el reinado de Dios y propongan su reino a toda la humanidad.
Nuestras asambleas eucarísticas dominicales han de ser testimonio profético ante el mundo. Por un lado, anunciando la victoria de la vida sobre la muerte y del amor sobre el odio celebrando con gozo la resurrección del Señor. Por el otro, mostrando la fuerza reconciliadora del Espíritu de Pentecostés, que realiza la admirable unidad de los dispares dispersos cuando nos reunimos sin distingos de clases o estratos sociales, más allá de partidismos, para partir juntos y compartir el mismo pan, la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza y entendiéndonos en el lenguaje del amor universal.

Detalles

Fecha:
5 junio, 2022
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