PRIMERA LECTURA
No retiré mi rostro cuando me ultrajaban, pero sé muy bien que no seré defraudado.
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
SALMO RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mí fuerza, ven pronto a socorrerme.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”.
SEGUNDA LECTURA
Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”.
BENDICIÓN DE LOS RAMOS
EVANGELIO
«Bendito el que viene en nombre del Señor»
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas Lc 19, 28-40
Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén.
Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: «¿Por qué lo desatan?», respondan: «El Señor lo necesita»».
Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho.
Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?».
y ellos respondieron: «El Señor lo necesita».
Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.
Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!».
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».
Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».
Queridos hermanos:
Imitemos a la muchedumbre que aclamó a Jesús, y caminemos cantando y glorificando a Dios, unidos por el vínculo de la paz.
Antífona de entrada Cf. Jn 12, 1. 12-13; Sal 23, 9-10
Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor entraba a la ciudad de Jerusalén, los niños salieron a su encuentro con palmas en sus manos y aclamaban con toda su voz. Hosanna en las alturas. Bendito tú, que has venido lleno de misericordia.
Puertas, levanten sus dinteles. Ábranse, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria. ¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. Hosanna en las alturas. Bendito tú, que has venido lleno de misericordia.
MISA
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Flp 2, 8-9
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
EVANGELIO
+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 7. 14—23, 56
C. Llegó el día de los Ázimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
+ “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”.
C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
+ “Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.
C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
“Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
+ “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”
C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:
+ “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, Yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso Yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
C. Pedro le dijo:
S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.
C. Pero Jesús replicó:
+ “Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
C. Después les dijo:
+ “Cuando los envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?”
C. Respondieron:
S. “Nada”
C. Él agregó:
+ “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: “Fue contado entre los malhechores”. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.
C. Ellos le dijeron:
S. “Señor, aquí hay dos espadas”.
C. Él les respondió:
+ “Basta”.
C. Enseguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:
+ “Oren, para no caer en la tentación”.
C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:
+ “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:
+ “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:
+ “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”
C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
S. “Señor, ¿usamos la espada?”
C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:
+ “Dejen, ya está”.
C. Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:
+ “¿Soy acaso un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas”.
C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:
S. “Éste también estaba con Él”.
C. Pedro lo negó diciendo:
S. “Mujer, no lo conozco”.
C. Poco después, otro lo vio y dijo:
S. “Tú también eres uno de aquellos”.
C. Pero Pedro respondió:
S. “No, hombre, no lo soy”.
C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:
S. “No hay duda de que este hombre estaba con Él; además, él también es galileo”.
C. Dijo Pedro:
S. “Hombre, no sé lo que dices”.
C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: “Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:
S. “Profetiza, ¿quién te golpeó?”
C. Y proferían contra Él toda clase de insultos.
C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:
S. “Dinos si eres el Mesías”.
C. Él les dijo:
+ “Si Yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso”.
C. Todos preguntaron:
S. “¿Entonces eres el Hijo de Dios?”
C. Jesús respondió:
+ “Tienen razón, Yo lo soy”.
C. Ellos dijeron:
S. “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.
C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. “¿Eres Tú el rey de los judíos?”
+ “Tú lo dices”.
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.
C. Pero ellos insistían:
S. “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. “Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. “¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!”
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”
C. Por tercera vez les dijo:
S. “¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en Él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
+ “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: “¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: “¡Sepúltennos!” Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”
C. Con Él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
C. Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
+ “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”
C. También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
S. “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”
C. Sobre su cabeza había una inscripción: “Este es el rey de los judíos”.
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
S. “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo”.
C. Y decía:
S. “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.
C. Él le respondió:
+ “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
+ “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
C. Y diciendo esto, expiró.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. “Realmente este hombre era un justo”.
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
La reflexión del padre Adalberto Sierra
Según el Códice Alejandrino, Lucas indica que Jesús sube a «Jerosólima» –Ἱεροσόλυμα, nombre profano de la ciudad–, pero el Códice Beza indica que sube a «Jerusalén» –Ἰερουσαλήμ, nombre sacro de la misma–; es el mismo destino (cf. Lc 19,28), pero las distintas designaciones indican diferentes intenciones. Al comienzo del viaje, se señaló que Jesús tomó la decisión de encararse con «Jerusalén» (cf. Lc 9,51). Cuando refirió la parábola de las onzas, se dijo que «estaba cerca de «Jerusalén» (cf. Lc 19,11). Al referirse a «Jerusalén» denota la institución religiosa y política, a la cual Jesús va a denunciar, no a conquistarla para hacerse al poder, como pensaban algunos.
El narrador señala tres acercamientos de Jesús sin decir finalmente que entró en ella: «a Betfagé y Betania» (cf. Lc 19,29), «a la bajada del Monte de los Olivos» (cf. Lc 19,37) y a la ciudad misma (cf. Lc 19,41), pero finalmente indica que «entró en el templo» (cf. Lc 19,45), que era su objetivo.
Es costumbre hablar de «la entrada triunfal» de Jesús, pero nada tiene de triunfal, aunque sí se escuchan las aclamaciones a un general que viene victorioso de la guerra. Es una entrada tensa, eso sí, por el contraste entre las aclamaciones de los discípulos y la reacción de «unos fariseos».
Lc 19, 28-40.
El relato que se lee antes de la procesión comprende los dos primeros acercamientos de Jesús: a Betfagé y Betania, y a la bajada del Monte de los Olivos.
1. Primer acercamiento.
Hay una triple indicación local: Betfagé y Betania, como parajes de paso, y el Monte de los Olivos como indicador de dirección, no de destino. Betfagé (arameoבֵּית פַּגֵּי: «casa de los higos verdes»), situada a un kilómetro de Jerusalén, era reconocida como parte integrante de la ciudad, y Betania (hebreo בֵּית עֲנִיָּה: «casa del pobre»), situada a tres kilómetros, se consideraba un suburbio, y era habitado por galileos. El Monte de los Olivos era el «lugar» de reunión de Jesús con sus discípulos (cf. 22,39-40); la designación «lugar» (τόπος) lo presenta como alternativo al templo.
Los «higos verdes» anuncian la primavera (cf. Cnt 2,13) y la proximidad del verano, o la época de la cosecha (cf. 21,29), pero la «higuera» que era Israel no produjo «fruto» (cf. 13,6-9) por haber explotado a los pobres y por haberlos excluido (cf. 19,45-47; 21,1-4). Betfagé está más cerca de Jerusalén que Betania, punto de partida del nuevo éxodo y del don del Espíritu (cf. 24,50).
El envío de dos discípulos (cf. 9,2; 10,1) sugiere su papel de representantes del grupo y evoca la misión. El hecho de que –después de haber mencionado dos aldeas– envíe a los discípulos «a esa aldea de enfrente» se debe a que la «aldea», denominación genérica, engloba la población de Judea dominada por «la ciudad», es decir, los ámbitos populares sometidos al influjo ideológico de la institución política y religiosa instalada en Jerusalén. Teniendo en cuenta ese cariz negativo, se entiende que «enfrente» (κατέναντι) no indica mera posición topográfica, sino que sugiere un antagonismo «frontal». Ellos han de dirigirse a un ámbito hostil, que no comparte la enseñanza que Jesús les ha dado en la parábola de las onzas (19,11-28).
Su misión consiste en desatar un borrico «en el que nadie se ha montado nunca» y traérselo. Les advierte que es posible que esta acción cause extrañeza y ellos deberán dar una explicación. Esto alude a la profecía de Zac 9,9, que anunciaba al Mesías rey pacífico, profecía que estaba «atada», silenciada por la ideología oficial del Mesías guerrero, y que ningún rey o jefe de Israel o de Judá ha asumido como su propio programa (nadie lo ha montado); todos han recurrido a la violencia. El borrico tiene «dueños» (οἱκύριοι), pero «el Señor» (ὁκύριος) está por encima de ellos, o sea, los dirigentes se han adueñado de las profecías arrogándose la facultad de decidir cuáles valen y cuáles no. Jesús reclama autoridad por encima de todos ellos (cf. Lc 9,35). Esto tendrá su plena explicación cuando Jesús declare que lo que tenía que cumplirse era justamente «lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,27), únicamente lo escrito acerca de él (cf. 24,44).
Esto significa que Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Mesías pacífico y a comprobar que la ideología de los letrados le ha impedido al pueblo aceptar este anuncio.
La reacción de los discípulos ante la profecía se escenifica con las acciones que realizan respecto del borrico. Unos de ellos «echaron sus mantos encima del borrico», como cuando los servidores de David aparejaron la mula para que Salomón fuera coronado rey (cf. 1Rey 1,28-35); esto alude a la aceptación de Jesús como Mesías pacífico. Pero otros, «según iba avanzando él, alfombraban el camino con los mantos», como cuando Jehú fue coronado rey (cf. 2Rey 9,1-13), lo que habla de su interpretación de Jesús como Mesías rey guerrero.
2. Segundo acercamiento.
Cualquiera que fuera la forma en que lo miraran, los discípulos participan del mismo patriotismo nacionalista y de la misma religiosidad exaltada, por esa razón «la muchedumbre (πλῆθος) de los discípulos, en masa, empezó a alabar a Dios, entusiasmados y a grandes voces por todas las proezas que habían visto». En el Códice Beza se distinguen netamente dos aclamaciones: una de carácter positivo, la de los discípulos que depositaron sus mantos sobre el borrico; la otra es de carácter políticamente tendencioso, la de los que alfombraron el camino debajo del borrico.
No es «el pueblo» el que lo aclama, porque este aún no lo reconoce como su Mesías (cf. 13,35), son solo sus seguidores, testigos de su obra liberadora. Lo declaran bendito y lo aclaman como el que viene «en nombre del Señor»; los otros lo declaran Rey, aparentemente, haciéndole así eco al cántico de los ángeles (cf. Lc 2,14): la paz de este Mesías viene «del cielo», y, por él, el pueblo le da gloria «a Dios». Como se ve, aunque no todos entienden a Jesús del mismo modo, la actitud de todos sus seguidores es positiva en relación con él.
A esta actitud positiva se contrapone la actitud negativa de algunos de los fariseos –que están en la multitud (ὄχλος) presente–, quienes respetuosamente (lo llaman «Maestro») le piden a Jesús que reprenda a «sus» discípulos por lo que dicen. Según dichos fariseos, estos discípulos están «poseídos» por una ideología diabólica, y consideran que Jesús debe increparlos. La respuesta de Jesús parece aludir a las palabras de Juan Bautista (cf. 3,8): así como Dios es capaz de suscitarle descendientes a Abraham de «estas piedras» (refiriéndose a los paganos), así afirma Jesús que si sus discípulos judíos callaran serán los paganos quienes proclamarán su mensaje.
La misión de los discípulos siempre consistirá en proponer la verdadera calidad mesiánica de su Maestro, a sabiendas de que en el mundo hay expectativas contrarias, e incluso de que en medio del grupo pueden surgir posturas contradictorias. Jesús se aproxima a sociedades infestadas de fanatismo excluyente y violento acompañado de seguidores que lo reconocen como rey de paz, aunque también tienen ideas y prácticas violentas; además, lo acompañan seguidores que todavía no han hecho la mínima ruptura con la sociedad excluyente y violenta, y se imaginan que él los respalda en esas actitudes. Él sabe que no son las ideas ni las culturas las que van a decidir quién es o no su discípulo, sino la actitud ante la cruz. Cuando las autoridades lo condenen a morir en una cruz, como antisocial e impío, entonces se verá quiénes están con él y quienes lo dejan solo. El problema no es con quiénes anda Jesús, sino quiénes realmente andan con él. Él camina con todos, pero no todos caminan con él.
El éxodo del Mesías, que iba a completar en Jerusalén (Ἰερουσαλήμ, Lc 9,31: nombre judío de la ciudad), comienza con la celebración de «la fiesta de los Ázimos, llamada la Pascua». Pero ahora será el nuevo Moisés el que resultará muerto; en vez del Egipto opresor, será la institución judía la que se oponga al éxodo; y, en lugar de la salida del pueblo, se reafirmará su cautividad. Pero el Mesías, visiblemente derrotado, terminará lanzando el grito de victoria.
Lc 22,1–23,56.
La pasión de Jesús presenta una serie de contrastes que confrontan dos mundos: el suyo, el de la «luz que es revelación para las naciones y gloria para tu pueblo, Israel» (cf. 2,32), y aquel del opresor poder de «las tinieblas y sombras de muerte» (cf. 1,79; 22,53).
I. «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho» (9,22)
Jesús en manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados.
1. Dos designios: el de Satanás y el de Dios.
La institución religiosa y Judas aparecen como personeros de Satanás planeando la traición y la muerte de Jesús, regocijándose por la oportunidad de hacer el mal y recompensando con dinero la deslealtad de Judas, que había roto con ellos, y ahora rompe con Jesús. Simultáneamente, Jesús es personero del Padre y quiere asociar con él a sus discípulos; los exhorta a volver al propósito de la enmienda y, desde esa perspectiva, a prepararse para su Pascua (22,1-13).
2. Los discípulos en el mundo.
El Espíritu de Jesús inaugura un mundo nuevo, abierto al reino de Dios, en el cual la eucaristía es la cena pascual de los nuevos hombres libres. Pero el espíritu del mundo se infiltra en el grupo de Jesús, y la fatal tentación será siempre el afán de dominio en vez de la voluntad de servicio. Los que quieran reinar con Jesús deberán juzgar el mundo con su conducta fraterna y servicial, evitando asimilarse a los poderosos de la tierra (22,24-30).
3. La conversión permanente.
Los discípulos asimilan el espíritu del mundo disfrazándolo de fe y amor a Jesús, cayendo en la trampa de confiar en sus propias fuerzas en vez de apoyarse en su Señor. Las tentaciones que él venció deberán superarlas ellos también, y los urge a que se den cuenta de que a ellos les tocarán circunstancias difíciles a lo largo de la historia. Pero confunden el combate espiritual con la lucha armada, por eso Jesús exterioriza su hastío ante la incomprensión de ellos (22,31-38).
4. El combate espiritual.
En tanto que Jesús ora, superando la tentación de abandonarlo todo por el miedo a morir, ellos se desaniman porque perciben que su ideal de un Mesías nacionalista y guerrero no se realizará. Jesús permanece fiel al designio del Padre incluso al precio de la propia vida; ellos –igual que los enemigos de Jesús– apelan a la violencia. Jesús deslegitima el recurso a la violencia (cura la oreja del criado del sumo sacerdote), rechazando esa violencia que es propia del poder (22,39-53).
5. El discípulo entre los enemigos.
Pedro sigue «de lejos» de Jesús y se entremezcla con sus enemigos. Allí niega totalmente (3 veces) ser discípulo suyo. Su fidelidad al ideal del Mesías guerrero lo lleva a caer en la tentación. Pero la mirada de Jesús lo rescata de su perdición. Los guardias del templo se burlan de Jesús tratando de descalificarlo como profeta. Los tres poderes judíos (senadores, sumos sacerdotes y letrados) lo juzgan solo para legitimar su condena, pero Jesús declara que Dios lo reivindica (22,54-71).
II. El Hijo del Hombre «en manos de ciertos hombres» (9,44)
Jesús comparece ante Pilato y ante Herodes, los poderes paganos.
6. La unión de poderes enemigos.
Los dirigentes judíos lo ponen en manos de un pagano acusándolo de socavar la estabilidad del dominio romano sobre la región; al no tener éxito, porque el gobernador no les cree, aducen que Jesús es galileo, región sediciosa, y Pilato opta por enviárselo a Herodes, responsable de Galilea. Herodes tenía curiosidad y esperaba gestos de poder de parte de Jesús, pero él no los hizo, y por eso lo despreció y lo devolvió. Y así volvieron a ser amigos Herodes y Pilatos (23,1-12).
III. «Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán…» (18,31-33)
Jesús condenado a muerte por los poderes judíos y paganos.
7. La opción por el sedicioso asesino.
Pilato convoca los poderes judíos para decidir juntos la suerte de Jesús. Ni él ni Herodes hallan culpa en él, pero ellos escogen a Barrabás, sedicioso asesino, y piden que Jesús sea condenado a morir en lugar de Barrabás. El evangelista hace énfasis en que «los sumos sacerdotes, los jefes y el pueblo» a una sola voz, por tres veces consecutivas, piden la crucifixión de Jesús a pesar de la resistencia de los dirigentes paganos, resistencia que ellos logran vencer (23,13-25).
8. La «via crucis».
Cuando Jesús va cargando el travesaño de la cruz camino al lugar de su ejecución, se mencionan tres tipos de personajes: Simón de Cirene, que carga la cruz detrás de Jesús, como paradigma de discípulo (cf. 9,23); las mujeres que se lamentan por él, a quienes él advierte que lo hagan por ellas y por sus hijos, porque esa sociedad que trata como criminales a los hombres de paz («leño verde») va camino de su propia destrucción; y los dos «malhechores» condenados a morir con él para ambientar su ejecución entre los malhechores, como uno de ellos (cf. 23,26-32; Isa 53,9).
9. En la cruz.
Jesús pide al Padre perdón para sus verdugos, estos se reparten sus vestidos, el pueblo mira y se calla, y los jefes dan rienda suelta a su odio. Los que comparten su suerte se dividen: uno insulta a Jesús, solidarizándose con sus propios verdugos; el otro advierte que una sociedad que condena al inocente no es justa, y por eso se acoge al reinado de Jesús, quien le promete hacerlo partícipe del reino de la vida, ese reino del cual se burlan los jefes (23,34-43)
10. La muerte.
La muerte de Jesús es un eclipse a mediodía, es la hora «de la autoridad de las tinieblas» (22,53). Sin embargo, es pasajera («hasta media tarde»); ahora el acceso a Dios queda abierto para siempre («se rasgó la cortina del santuario»), el Espíritu de Jesús está disponible para todos, y los que lo rechazaron comprenden lo trágico de su rechazo. Pero los conocidos de Jesús guardaban cierta distancia –como Pedro (cf. 22,54)–, ajenos al sentido de su muerte (23,44-49).
11. La sepultura.
Tratando de evitar que Jesús sea sepultado con los culpables, José de Arimatea, que «aguardaba el reinado de Dios», pide el cuerpo y le da honrosa sepultura. Su muerte de hombre «justo» a los ojos del mundo pagano (cf. 23,47) inaugura una nueva manera de morir y alienta la esperanza en un desenlace diferente («un sepulcro… donde no habían puesto a nadie todavía»). Las mujeres, testigos de la muerte y ahora de la sepultura, se disponen a evitar el olor a muerto (cf. 23,50-56).
El relato de la pasión queda trunco, incompleto, falta una escena. Queda pendiente lo que harán las mujeres, el embalsamamiento que se proponen para neutralizar la fetidez de la muerte. Dicho embalsamamiento no se lleva a cabo porque se sienten en el deber de observar el descanso, cosa que implica que no tienen la libertad de discípulas de Jesús (cf. Lc 2,23-28).
A pesar de que han quedado claras con toda su crudeza las atrocidades que se pueden cometer al poner la ley por encima de la vida humana, se necesita mucho más para que los discípulos de Jesús admitan que es él quien habla en nombre del Padre, y no la ley (cf. Lc 9,35).
Pero la muerte de Jesús queda como testimonio de que el Espíritu se da y se recibe por el amor sin medida, el amor que se entrega a todos y por todos, sin distinguir entre amigos y enemigos. Ese testimonio nos anima a comulgar con él.