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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Domingo quinto de Pascua

PRIMERA LECTURA

Contaron a la Iglesia todo lo que Dios había hecho con ellos.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles  14, 21b-27

Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia. Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.

En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído.

Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir.

A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos.

SALMO RESPONSORIAL   144, 8-13a

R/Bendeciré tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey.

El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas.

Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza y el glorioso esplendor de tu reino: tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre.

SEGUNDA LECTURA

Dios secará todas sus lágrimas.

Lectura del libro del Apocalipsis   21, 1-5a

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.

Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.

Y oí una voz potente que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó.

Y el que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Jn 13,34

Aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros, como Yo los he amado, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Les doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 31-33a. 34-35

Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo:

Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él.

Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.

En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.

Credo 

Oración de los fieles

Invoquemos a Cristo, camino, verdad y vida, y, como pueblo sacerdotal, pidámosle por las necesidades de todo el mundo:

Para que Cristo, esposo de la Iglesia, llene de alegría pascual a todos los que se han consagrado a la extensión de su reino, roguemos al Señor.

Para que Cristo, piedra angular del edificio, ilumine con el anuncio evangélico a los pueblos que aún desconocen la buena nueva de la resurrección, roguemos al Señor.

Para que Cristo, estrella luciente de la mañana, seque las lágrimas de los que lloran y aleje el dolor y las penas de los que sufren, roguemos al Señor.

Para que Cristo, testigo fidedigno y veraz, nos conceda ser, con nuestra alegría evangélica, sal y luz para los hombres que desconocen la victoria de la resurrección, roguemos al Señor.

Dios nuestro, que, en tu Hijo Jesucristo, has hecho que todo sea nuevo, escucha nuestra oración y haz que asumamos, como distintivo de nuestra vida, el mandamiento del amor, y que te amemos a ti y a los hermanos como tú nos has amado, para que el mundo te conozca a ti y a tu Hijo Jesucristo. Él, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El mensaje de este domingo nos recuerda dos realidades íntimamente ligadas: la «gloria de Dios» y el «mandamiento nuevo».
En relación con la «gloria de Dios», hay que distinguir entre «ver» la gloria de Dios y «dar» gloria a Dios. El mensaje de este día se refiere a lo primero: la gloria de Dios se hace visible.
En relación con el «mandamiento nuevo», hay que advertir que se trata de una nueva realidad, o sea, no es un mandamiento más, sino uno que toma el puesto de los anteriores y los sustituye.

Jn 13,31-33a.34-35.
El escenario en donde Jesús pronunció estas palabras es la cena pascual, después de que Judas salió del grupo. Sin embargo, con el afán de no atenuar el carácter pascual, el leccionario omite la segunda parte del versículo 33, que constata la incapacidad de los discípulos para seguir a Jesús en la muerte, porque no entienden ni comparten su entrega de amor.
1. La manifestación de la gloria de Dios.
El término «gloria» (δόξα) tiene la misma connotación que su equivalente hebreo (כָּבוֹד): pesado, importante, riqueza y esplendor. Jesús se refiere a dos formas de manifestarse la gloria de Dios, la primera hacia el pasado, la segunda hacia el futuro. Ambas están en relación con él.
«Acaba de manifestarse la gloria del Hijo del Hombre y, por su medio, la de Dios». La relación con el pasado está conectada con Judas. Ante la incomprensión de sus discípulos, Jesús se puso en las manos del traidor con el propósito de salvarlo. Judas se afianzó en la decisión de entregarlo a sus enemigos y abandonó el grupo alejándose de Jesús e internándose en la tiniebla. Con ese gesto, entregándose a sí mismo, Jesús manifestó el incomparable amor de Dios al poner su vida en manos de la humanidad pecadora. La gloria de Dios consiste en su amor que da vida, gloria que manifestó Jesús al entregarse por amor para darle vida la humanidad. En este momento, esa «gloria» no se relaciona con la cruz, sino con la vida antedicha de Jesús, dedicada al servicio.
«Por su medio, Dios va a manifestar su gloria, y va a manifestarla muy pronto». La relación con el futuro sugiere la próxima muerte de Jesús en la cruz, en donde la manifestación de la gloria de Dios alcanzará una altura insuperable, y consistirá en la demostración del «amor más grande» (Jn 15,13), que se revelará cuando Jesús entregue su vida como testigo del amor del Padre, y cuando comunique ese mismo amor a la humanidad por el don de su Espíritu (cf. Jn 19,30), para que el ser humano conozca personalmente ese amor y llegue a ser capaz de amar con el mismo amor con el que Dios lo ama, un amor universal, para justos e injustos, amigos y enemigos, cercanos y lejanos. En la cruz se dará la gran manifestación de esa «gloria» (cf. Jn 19,33-35).
2. El mandamiento nuevo.
Jesús contrapone los mandamientos de la antigua alianza a los mandamientos de la nueva. Los primeros son exigencias exteriores de la Ley; los segundos, exigencias interiores del Espíritu. El mandamiento es «nuevo» y, además, característico del discípulo.
Con palabras cargadas de intenso afecto, Jesús les anuncia a sus discípulos su próxima muerte, lo cual le da carácter de «testamento» al «mandamiento nuevo».
«Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros…». El mandamiento se los da a sus discípulos, lo que indica que es como el «estatuto» que los constituye como su comunidad. No es posible llevarlo a la práctica sin la comunidad, así como tampoco es posible pertenecer a la comunidad sin llevarlo a la práctica. En cuanto «mandamiento», no es imposición, es exigencia interior de vida y de convivencia que él propone a personas libres, quienes lo aceptan porque quieren seguirlo. Y es «nuevo», además, por tres razones. Primera, porque la medida del amor es la misma que Jesús manifiesta: «igual que yo los he amado»; se supera la antigua medida: «como a ti mismo» (Lev 19,18). Segunda, porque la exigencia de amor no se hace en relación con Dios, sino con el otro ser humano; se trata de entregarse al otro para darle vida, no de entregarse a Dios («ámense unos a otros»). Esto entraña amar «igual» que Jesús y, en definitiva, «igual» que Dios, para lo cual se requiere la identificación con Jesús y con Dios, identificación que otorga el Espíritu Santo. Gracias a él «conocemos» y damos a «conocer» el amor de Dios. Y tercera, por su alcance: no se trata del «prójimo» –entendido como vecino, connacional o correligionario–, sino de «todos»; el amor mutuo es «distintivo», no «discriminador», porque está en función de la misión universal. Ha de ser signo de que la nueva humanidad es posible.
«En esto conocerán todos que ustedes son discípulos míos…». Este amor es inocultable, visible, porque es de hecho innegable. La comunidad no se da a conocer por una doctrina, ni por algún atributo de los que caracterizan las sociedades del mundo –poder, riqueza, prestigio–, sino por un empeño personal y comunitario de ofrecer a cada ser humano dignidad, libertad y alegría, es decir, por su afán de infundir vida; esta es su tarjeta de presentación, su carta de identidad. Tiene el propósito de mostrar con hechos el mensaje que pregona. Este mensaje tiene una destinación universal («todos»), por eso está desvinculado de cualquier determinación cultural, para que esté al alcance de todos los seres humanos sin condiciones indebidas. El culto puede ser inculturado, lo mismo que lo son las costumbres e incluso las leyes. Los usos políticos, las normas sociales y los sistemas económicos, tan vinculados a las culturas, encontrarán en el amor el criterio que les indicará si están al servicio del ser humano o no, es decir, si favorecen o impiden el amor. Y en ese caso, tendrán que optar entre el amor o la inhumanidad. No habrá alternativa. Es necesario recalcar la relación entre este amor y el Espíritu Santo, vínculo entre el Padre, el Hijo y los suyos.

Después de tantos siglos de escuchar y anunciar que el rasgo identificador del cristianismo es el amor, los hechos de amor debieran pulular en toda la tierra. Pero parece que ha habido un cierto desplazamiento de acento, despojando el amor cada vez más de su referencia a Jesús y dándole un sentido mucho más «aceptable» a los frívolos gustos del «mundo».
Los diversos géneros musicales, las letras y las artes plásticas, así como la economía y la política, parecen haber adoptado el lenguaje del amor como una «estrategia de venta» o un muy efectivo instrumento de persuasión. Lo más desconcertante es que esas mismas realidades, asumidas y cultivadas por cristianos, a menudo no se constituyen en alternativa, sino que se han impregnado de un romanticismo sentimental que reduce el amor a un sentimiento, y así presentan incluso el amor de Dios y de Jesucristo, casi sin alusión a la cruz del Señor. Por eso, cuando se trata de dar gloria a Dios se piensa sobre todo en instrumentos musicales y en arreglos florales, más que en la implantación de la justicia o en la erradicación de la violencia.
Las comunidades cristianas –que se congregan «el octavo día» para celebrar la victoria del Señor resucitado– no pueden olvidar que, desde la primera pascua, el Señor Jesús se manifiesta en sus asambleas mostrándoles «las manos y el costado» (Jn 20,20), como signo de que la victoria no es un golpe de suerte ni un alarde de poder, sino fruto del amor comprometido y demostrado con obras («manos») hasta la entrega total de sí mismo para manifestar el amor de Dios («costado»). Este es el amor que distingue a los seguidores de Jesús y que revela la gloria del Padre.

Detalles

Fecha:
15 mayo, 2022
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