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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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II Domingo de Adviento. Ciclo B.

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Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (40,1-5.9-11):

«Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.»
Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos –ha hablado la boca del Señor–.»
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 84,9ab-10.11-12.13-14

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro (3,8-14):

No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,1-8):

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

II Domingo de Adviento. Ciclo B.

El mensaje de la buena noticia está precedido y preparado por una exhortación a la enmienda de vida (μετάνοια). Esta es distinta de la respuesta a la buena noticia, la conversión (ἐπιστροφή); sin embargo, la segunda exige e incluye la primera.
La enmienda de vida implica dos cambios, el de mentalidad y el de conducta, y se concreta en una relación más justa entre las personas. Esto significa que el camino del Señor se prepara con el crecimiento humano en justicia e igualdad, porque es imposible convertirse a Dios («creer») sin acoger y respetar al semejante. Eso sí, el que verdaderamente se convierte lo demuestra siendo más que justo, amando, que es una rectitud de vida superior a la exigida por las leyes. La justicia legal se puede considerar como la más pequeña proporción del amor y, por lo mismo, de la fe.

Mc 1,1-8.
El texto del evangelio propuesto para hoy contiene el título de todo el libro y cuatro anuncios: una promesa de Dios, su cumplimiento, Juan como precursor del Mesías, y el mensaje de Juan.
1. Título
El autor no se propone exponer la buena noticia, sino remitir a sus orígenes. Da por sentada la experiencia («buena») que sus destinatarios ya tienen del mensaje («noticia») de Jesús, a quien se refiere con dos títulos: «Mesías», que es designación judía, e «Hijo de Dios», que es designación universal (válida para judíos y paganos). La buena noticia se remite a Jesús, es decir, a su persona, a su obra y a su mensaje.
2. Promesa de Dios.
Los orígenes de la buena noticia están en una promesa de liberación y salvación hecha ya desde antiguo «como está escrito». La Escritura mantiene la memoria de la promesa y, en cierto modo, la garantiza. Cita dos textos: el primero se refiere a la salida de Egipto (cf. Exo 23,20), el segundo, al retorno de Babilonia (Isa 40,3). Esto hace ver que el cumplimiento de la promesa se verifica en todas las épocas de la historia del pueblo. Y también muestra que hay que «preparar» el camino para el cumplimiento de la misma, es decir, los destinatarios no tienen un papel pasivo. Los dos textos citados hablan de un portavoz de parte de Dios («ángel», «heraldo»), de un «camino» que hay que recorrer y de unas advertencias a los destinatarios de la promesa.
3. Cumplimiento de la promesa.
Fue así como «se presentó Juan Bautista», el mensajero de parte de Dios. El lugar de su presencia («el desierto») y el símbolo que propuso («un bautismo») hacen referencia a la salida de Egipto en un orden inverso: la travesía del desierto y el paso del río Jordán. Y es porque el bautismo es, a la vez, signo de «enmienda» personal, por la cual cada uno renuncia a su propia injusticia, para así obtener el perdón de Dios, y reanudación colectiva del camino del éxodo para así entrar en la definitiva tierra prometida. No se trata de sepultar en las aguas el ejército de un país enemigo, sino la propia injusticia, los propios pecados. Ellos son el verdadero enemigo del pueblo.
La respuesta de aceptación general es una «salida» que indica la voluntad de «preparar el camino del Señor» y muestra una población dispuesta a aceptar su responsabilidad y resuelta a «rectificar sus senderos». Esta es la reacción inicial que muestran los oyentes de Juan: una «salida» masiva y enseguida se produce un reconocimiento individual de injusticias («pecados») y la disposición a enmendarse, manifestada con el signo de la inmersión en el río Jordán. Antaño, la entrada en la tierra prometida se dio atravesando del Jordán; ahora, la entrada a la nueva tierra prometida se dará saliendo de la injusticia a través de la enmienda.
Los destinatarios de la proclama que Juan pregonaba «desde del desierto», lugar alternativo a la ciudad, aceptan que la promesa de Dios requiere que ellos participen de su cumplimiento, y que ese cumplimiento se dará en la medida que ellos reconozcan y rectifiquen sus injusticias.
4. Juan, precursor.
Juan encarna al mensajero («ángel») que Dios envía por delante (cf. Exo 23,20). Él es el precursor del Mesías, quien va a encabezar el nuevo y definitivo éxodo. Con su actividad prepara «el camino del Señor». Su vestido lo caracteriza con rasgos del profeta Elías (cf. 2Rey 1,8), que debía ser el precursor del Mesías (cf. Mal 3,23) con sus exigencias de fidelidad y rectitud, reconciliando así lo antiguo con lo nuevo y lo nuevo con lo antiguo (cf. Mal 3,24). Su dieta corresponde a la de un nómada, a lo que podía conseguir en el desierto, lo que sugiere que Juan se ha desvinculado de la sociedad que él denuncia como injusta, y que no depende de ella para vivir desde ningún punto de vista, político o religioso. Su «bautismo» es símbolo de muerte (cf. Mc 10,38-39), invitación a romper definitivamente vínculos con la sociedad injusta, y a cambiar la lealtad a ella para empezar una nueva vida y anudar nuevas relaciones de convivencia social con los demás.
Si en otro tiempo hubo que «salir» de Egipto, y siglos más tarde también de Babilonia, ahora, y por la misma razón, hay que romper con el modo de vida y convivencia de su propia sociedad. Y esta ruptura se expresa con el bautismo, que es una forma ritual de muerte al propio pasado.
5. Mensaje de Juan.
Su proclama anuncia a uno que viene detrás suyo, de quien él se declara precursor. Lo describe como alguien que es «más fuerte» que él, expresión que alude a que tiene un derecho superior al suyo. Al decir que él no es el indicado para agacharse a desatarle la correa de las sandalias aclara a qué derecho se refiere aludiendo a un rito por el cual uno se apropiaba del derecho de esposo, según la ley judía del levirato (cf. Rut 3,5-11). Esto significa que Juan no se apropia del papel de «esposo» del pueblo, papel exclusivo de Dios (cf. Ose 2,4-22; Isa 54,62; Eze 16,8-14) y que ahora le corresponde a Jesús (cf. Mc 2,19-20); es decir, será Jesús quien realizará con el pueblo la nueva alianza (cf. Jer 2,2; 31,31-34). En vez de un agua purificadora, Juan anuncia que «el que viene» les infundirá el Espíritu Santo que Dios había prometido (cf. Isa 44,3-5; Eze 36,26-28), el que le comunica al ser humano fuerza de amor y de vida y lo consagra para Dios. Por eso, también, es «más fuerte», porque comunica fuerza divina.
Los que Juan ha bautizado con agua serán los mismos que bautizará con Espíritu Santo «el que llega detrás» de él. Hay continuidad entre preparación y cumplimiento.

El camino del Señor se prepara con el cambio radical de vida y de convivencia social. La promesa de Dios se puede cumplir en todas las épocas de la historia, y en cada una de ellas se cumplirá de manera adecuada. Los israelitas en Egipto la vieron cumplida de un modo, los judíos cautivos en Babilonia, de otro. Pero todos vivieron una experiencia de liberación y salvación.
Esta promesa también vale para los creyentes de toda época. Y también significa experiencia de liberación; se refiere tanto a la libertad de acción como a la libertad de opción, crecimiento de libertad interior y exterior; pero no se detiene allí. De modo semejante, significa experiencia de salvación, y se refiere a la experiencia de nueva vida, en el presente, y después de la muerte.
Preparamos ahora el camino del Señor con la enmienda que transforma nuestra mente y nuestra conducta, nuestra vida y nuestra convivencia. Las comunidades cristianas no solo conmemoran un suceso pasado, lo actualizan y avizoran su pleno cumplimiento futuro. Y eso lo celebramos en la eucaristía, donde el Señor «viene».
¡Feliz día del Señor!

Detalles

Fecha:
6 diciembre, 2020
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