Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3,17–4,1):
Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,28b-36):
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
II Domingo de Cuaresma. Ciclo C.
El primer domingo nos dejó el mensaje de que para vencer la tentación necesitamos escuchar la Palabra de Dios, y nos dejó la advertencia de que, en relación con la supervivencia, el diablo sabe manipular esa Palabra y disfrazarse de religión para hacer caer a los creyentes incautos. Por eso, este domingo nos aclara quién es el auténtico portavoz de Dios y a quién podemos escuchar con seguridad y tranquilidad. La conversión a Dios, que es el objetivo de la Cuaresma, se concreta y verifica en la aceptación de Jesús como «Hijo» de Dios, es decir, como fiel reflejo suyo. Así que no se trata simplemente de convertirse a Dios, sino de convertirse al Padre que se revela en Jesús.
Lc 9,28-36.
En el relato íntegro se pueden distinguir una breve introducción, la oración de Jesús, la reacción de Pedro y sus compañeros, la intervención del Padre, y una breve conclusión.
1. Introducción.
El acontecimiento se fecha como al «octavo día» de que Jesús hubiera hablado de su destino y del destino de sus seguidores. Si el «sexto día» alude a la creación del hombre, y el «séptimo día a la creación de todo el mundo visible, el «octavo día» se refiere al mundo futuro. Por tanto, este relato responde a la inquietud por la supervivencia del creyente. Jesús se lleva consigo al monte el grupo al que ha hecho testigo del triunfo de la vida (Pedro, Juan y Santiago: cf. Lc 8,51).
2. Oración de Jesús.
El único que ora en el monte es Jesús; sus discípulos no oran con él (cf. Lc 9,18; 11,1), aunque también están allí, o sea, en relación con el Dios de Israel. Esta oración suya deja ver claramente su gloria, expresada por la transfiguración de su rostro y el blanco refulgente de sus vestidos.
La súbita e inesperada presencia de Moisés y Elías como «dos hombres» (cf. Lc 24,4) tiene unos rasgos que la definen muy bien. «Dos» es el número mínimo de testigos fiables; al conversar con Jesús, muestran que se subordinan a él (cf. Exo 34,35) a pesar de su visible condición gloriosa («resplandecientes»); y el tema del que hablaban, «su éxodo, que iba a completar en Jerusalén», se refiere a la muerte de Jesús a manos de las autoridades judías, ya anunciada por él (cf. Lc 9,22), tema del que los discípulos preferían no hablar (cf. Lc 9,44-45; 18,31-34). Esto deja dicho que él está por encima de la Ley, representada por Moisés, y los profetas, representados por Elías, que Jerusalén representa a Egipto, y que la muerte de Jesús es un «éxodo», una salida.
3. Reacción de Pedro.
«Pedro y sus compañeros» no estaban interesados en esa oración, como tampoco lo estarán en la oración de Jesús antes de su pasión, porque dicha oración no encaja con sus expectativas (cf. Lc 22,45); y por eso se desentendieron, «amodorrados por el sueño», pero la presencia de Moisés y Elías los despabiló. Se sintieron respaldados por la Ley y los profetas para disentir de Jesús.
Sin embargo, al ver que ellos se alejaban para dejarle libre el paso a Jesús, «Pedro» formuló una propuesta para asegurar la permanencia de ellos dos; se resistía a aceptar el destino que proponía Jesús con su «éxodo» y que Moisés y Elías aceptaban. La propuesta de «Pedro», de manera sutil, situó a Moisés por encima de Jesús, en abierta contradicción con lo que acababan de presenciar. Este hecho concreta la tentación de buscar la supervivencia interpretando la promesa de Dios como si su principal objetivo fuera la preservación de la vida física. Definitivamente, Pedro «no sabía lo que decía». Por su boca hablaba la doctrina de los letrados, no el Espíritu de Dios.
4. Intervención del Padre.
Ante tanta resistencia, provocada por esa doctrina que había sido presentada como avalada por Dios, se hizo necesario que Dios mismo interviniera para dirimir la cuestión. Los discípulos no creían que Jesús estuviera hablando en nombre de Dios, porque consideraban que los letrados sí lo hacían. Era preciso que Dios dijera quién era su auténtico portavoz.
Esa intervención se produce desde «una nube» que «los fue cubriendo con su sombra». Esto no es un hecho amenazante, al contrario, la «nube» revela y vela la presencia liberadora y salvadora de Dios (cf. Exo 13,21), evoca la alianza con él (cf. Exo 19,16) y asegura la presencia de su gloria en medio del pueblo (cf. Exo 40,34-38).
Desde la nube hubo una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escúchenlo a él». Cuando se produjo esa voz, «Jesús estaba solo», ya no estaban con él Moisés y Elías; por tanto, la voz se refería únicamente a él. El sentido de esta locución referida a Jesús es manifiesto:
• «Mi Hijo»: indica que Dios se reconoce reflejado íntegramente en Jesús; él es y actúa como su Padre, por consiguiente, la persona misma de Jesús es revelación de Dios como Padre.
• «El Elegido»: declara a Jesús como el Mesías prometido, aunque no corresponda a la figura de poder y dominio que han venido enseñando los letrados con su doctrina triunfalista.
• «Escúchenlo a él»: exhorta a aceptar a Jesús como el único portavoz autorizado por Dios, por encima de la Ley y de los profetas, que ya no tienen mensaje propio; el mensaje es Jesús.
5. Conclusión.
Los discípulos, invitados a ser testigos del triunfo de la vida, decidieron silenciar el sentido de la visión que habían presenciado, porque esta contradecía sus expectativas de triunfo terreno. Una confabulación de silencio, motivada por sus intereses ideológicos, prevalece sobre el mensaje de Dios y oculta el sentido cristiano de la supervivencia.
Todavía muchos discípulos están «en el monte», es decir, creen en Dios, pero se resisten a creer en el Padre que revela Jesús. Por eso se aferran a la Ley y los profetas del Antiguo Testamento, porque la buena noticia de Jesús no termina de convencerlos. No han aceptado al Hijo de Dios o, por lo menos, no lo escuchan, siguen mezclando su mensaje con el de Moisés y Elías, a veces subordinándolo, y se privan de la grandeza y belleza del Evangelio.
Las comunidades cristianas están llamadas a dar testimonio de la fuerza de vida que contiene la buena noticia, sin acobardarse de anunciar Evangelio (cf. Rom 1,16). Esto tiene que verse en el desprendimiento generoso, en la disponibilidad para el servicio y en el amor fraternal. Pero, ante todo, debe verse en la valentía para amar con libertad cristiana y asumir la causa de los excluidos de todas las sociedades, sin dejarse acobardar por ese «mundo» que despoja, oprime y desacredita a quienes se oponen a sus ambiciones de riqueza, poder y prestigio. Solo así seremos testimonio creíble de una vida que vence la muerte, y que por eso la enfrenta, como nos enseñó Jesús.
¡Feliz día del Señor!