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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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IV Domingo de Adviento. Ciclo C

Primera lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (5,1-4):

Esto dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemorables.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme,
pastoreará con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 79,2ac.3c.15-16.18-19

R/. Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

V/. Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

V/. Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.

V/. Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (10,5-10):

Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste
holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
—pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí—
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra de Dios


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

IV Domingo de Adviento. Ciclo C.
Ya está próxima la celebración del nacimiento del Señor, y la esperanza adquiere más vivacidad y se llena de mayor alegría. El evangelio nos sitúa en los momentos previos a la llegada histórica de Jesús, y nos los compara con el feliz encuentro de dos madres encinta. Son dos mujeres que, de maneras diferentes, celebran la maravilla de la vida como don de Dios. Sin embargo, más que un encuentro entre las dos madres –que están al servicio de las respectivas misiones de sus hijos– se trata del primer encuentro entre sus dos hijos. Desde el seno de su madre, Juan, por boca de Isabel, reconoce y señala a Jesús como el Mesías que ya está en el seno de María y desde allí lo bendice con el don del Espíritu por boca de su madre.
Lc 1,39-45.
Antes de que llegue el Señor, llega la madre del Señor con la buena noticia. María, apenas hubo recibido el «saludo» que el ángel Gabriel le trajo de parte de Dios, «se levantó, se puso en camino y fue a toda prisa a la serranía, a una ciudad de Judá». Este acontecimiento está relacionado con la anunciación y con el asentimiento que dio María a ese anuncio. El relato tiene dos partes: las acciones de María y las repercusiones de dichas acciones, declaradas por Isabel.
1. Las acciones de María.
La primera acción de María es «levantarse», que expresa la profunda transformación realizada en ella, con todas sus consecuencias, a causa del mensaje que recibió y aceptó, y la determinación con la que ella emprendió esta nueva etapa de su vida. Es una acción semejante a la de Felipe, al hacer su propio éxodo y salir a cumplir la misión que le encargó el ángel del Señor (cf. Hch 8,27).
La combinación de este verbo (????????) con el siguiente (?????????) se usa en la versión griega de la Biblia (LXX) como traducción de un modismo hebreo (???????? ?????????) que connota un suceso de capital importancia (cf. Gen 22,3.19; 24,10,61, etc.).
La segunda acción consiste en «ponerse en camino» con una dirección definida: «la serranía», por la vía más corta y peligrosa, a «una ciudad de Judá», quizá Jerusalén (cf. 2Mac 4,36), en donde se encuentra la casa de Zacarías. Esta acción la ejecuta ella con diligencia, «a toda prisa», con cierto afán misionero (cf. Lc 10,4). La mujer creyente se dirige a la casa del sacerdote que se resistió a creerle al mismo mensajero divino al que ella le dio crédito, pero no va a encontrarse con él, sino con su pariente, de cuyo embarazo tuvo noticia por medio del ángel (cf. Lc 1,36).
La tercera acción es doble «entrar en la casa y saludar a Isabel», en correspondencia con lo que hizo el ángel (cf. Lc 1,28), es decir, anunciarle a Isabel el mismo «saludo» que ella recibió y acogió. Isabel experimentó y reconoció el cumplimiento de la promesa que el Señor le había hecho a su marido, y sentía gratitud por el favor que Dios le había hecho. María entró en la casa de Zacarías por la única puerta abierta a Dios: Isabel estaba más cerca de ella, no solo por su parentesco de sangre, sino por la gratitud de ambas ante el favor del Señor (cf. Lc 1,25.48).
2. Las repercusiones.
Las acciones de María repercuten hondamente en Isabel. Su «saludo» hace «saltar» o «bailar» la criatura en el vientre de Isabel. Este verbo (??? ???????) connota la alegría del éxodo librador (Sal 114,4-6). Juan –como lo afirmará su madre– saltó o bailó «de alegría» experimentando cerca el éxodo del Mesías, que es el definitivo, porque introducirá a la humanidad en la propia «tierra prometida», en donde serán satisfechas las ansias de libertad y de vida.
«Al oír Isabel el saludo de María… Isabel se llenó de Espíritu Santo». Al haber acogido el «saludo», María se lo apropió, y al anunciarlo como propio comunica con ese «saludo» el Espíritu Santo. La declaración de bendición que hace Isabel a María por causa de su hijo, es su acción de gracias a Dios por esa madre a la que él le dio ese hijo como «fruto». Aunque esa bendición recuerda la de mujeres ilustres –Jael (cf. Jue 5,24), Judit (cf. Jdt 13,18) y Abigaíl (cf. 1Sam 25,33)– todo invita a evocar la bendición original: el don de la vida y de la capacidad de transmitirla (cf. Gen 1,28; 9,1; 17,16). La bendición del fruto del vientre es una de las prometidas a todos los que escuchan y ponen por obra las palabras del Señor (cf. Dt 7,12-13; 28,4).
Isabel reconoce a María como «la madre de mi Señor», es decir, la madre del Mesías rey (cf. Sal 110,1; Lc 20,42; Hch 2,34), y manifiesta su asombro al sentirse honrada porque esta madre se ha dignado llegar hasta ella. Al interpretar el salto de Juan en sus entrañas, declara dichosa a María por haber dado fe al mensajero de Dios. Es decir, la fe de María no solo la hace dichosa a ella, sino capaz de transmitir su propia alegría.
María –declara Isabel– le dio fe a Dios escuchando y cumpliendo el mensaje del Señor (cf. Lc 11,28), a diferencia de Zacarías, el esposo de Isabel (cf. Lc 1,18-20), y por eso María tiene la dicha de «saludar» a los demás y de ver cómo se va a cumplir lo que el Señor le anunció.
Las dos mujeres personifican dos grupos humanos: Isabel, el Israel piadoso y excluido; María, la comunidad cristiana misionera. Esta personificación se puede llevar hasta el punto de que Isabel encarne la humanidad religiosa y María la Iglesia enviada por Jesús.
El tiempo de adviento nos ayuda a entender que la figura de María encinta es imagen del pueblo cristiano que lleva la presencia de Jesús, el «saludo» de Dios y el don del Espíritu Santo a todos los que sinceramente buscan a tientas su liberación y su salvación. La presencia de Jesús implica el nuevo y definitivo éxodo, que hace festejar de alegría a los que lo esperan, el «saludo» de Dios asombra y maravilla a quienes se sienten objeto de su amor universal, gratuito y fiel, y el don del Espíritu Santo convierte en profetas y testigos de Dios a quienes lo acogen.
Las comunidades cristianas que celebran el adviento no preparan una fiesta folclórica, se alistan para conmemorar el acontecimiento que cambió la historia de la humanidad, y para renovar ese acontecimiento reavivando su propio espíritu misionero. Eso es lo que hace nuevo cada adviento y cada celebración de la Natividad del Señor. Eso es lo que le da verdadero culto a Dios.
¡Feliz día del Señor!

Detalles

Fecha:
23 diciembre, 2018
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