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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Jueves de la I semana de Cuaresma. Año I

Primera lectura

Lectura del libro de Ester (14,1.3-5.12-14):

EN aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor.
Y se postró en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo:
«¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro.
Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él.
Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 137,1-2a.2bc.3.7c-8

R/. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

V/. Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.

V/. Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

V/. Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,7-12):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Jueves de la I semana de Cuaresma.
La petición es la forma de oración que más aparece en el evangelio escrito. Y esto obedece a su carácter ocasional. La oración permanente (comunión con el Padre o con Jesús por el Espíritu) y las oraciones de alabanza y de acción de gracias son más espontáneas. Pedir es circunstancial, depende mucho de la necesidad. A esta oración se refiere la palabra que escuchamos hoy.
La oración de petición, que no consiste en manejarle la agenda a Dios, expone ante él la situación que contradice su designio, y ofrece el propio concurso, el don de sí mismo para que ese designio se realice. Este concurso es lo que se conoce en el Nuevo Testamento como «sacrificio», en vez de los «sacrificios y ofrendas», y de los «holocaustos y víctimas expiatorias» que mandaba ofrecer la Ley (cf. Heb 10,4-10). Esta oración pide la capacidad para hacerlo con valor, acierto y fruto, al mismo tiempo que declara la propia ruptura con la situación cuyo cambio se está pidiendo.
1. Primera lectura (Est 14,1.3-5.12-14) (Est 4,17n.p-r.aa-aa.gg-hh).
Tercera adición al texto hebreo del libro, que consta de las oraciones de Mardoqueo y Ester.
La reina, avisada del riesgo de extinción que amenaza a su pueblo y presionada para que actúe en su favor, se encierra en sus aposentos y se apoya en el Señor. Primero hace un rito penitencial despojándose de sus vestiduras de reina y vistiéndose de luto, echándose polvo y ceniza en la cabeza, en vez de perfumes, y desentendiéndose del todo su presentación personal. De esa forma manifiesta su ruptura interior con el reino inicuo en el que está inserta. Esto demuestra desapego y menosprecio de los lujos de la corte en los que antes se complacía.
Su oración comienza con un tono muy personal («Señor mío»), pero reconociéndose miembro del pueblo amenazado («rey nuestro») para dirigirse al único que reconoce como Dios y rey («tú eres único»). Esta doble declaración resume su fe personal y su solidaridad con el pueblo elegido.
Al mismo tiempo que se reconoce sola y desprotegida, busca apoyo en él, pues ella ha decidido exponerse por su pueblo (cf. Est 4,16). Hace memoria de su educación familiar en la tradición israelita y reconoce que, en tanto el Señor ha sido fiel, el pueblo pecó dando culto a otros dioses, y por eso le sobrevinieron tantos males (cf. Est 14,6-7, omitido). Pero el enemigo, el pueblo que les debía servir de «castigo» para reflexionar, se ha pasado de la raya y se ha ensañado en contra de Israel con la intención, jurada ante sus ídolos, de «invalidar el pacto» hecho por Dios y silenciar la alabanza del pueblo que lo alaba como liberador y salvador, dándole la razón a los que adoran ídolos y siguen a un rey humano (cf. Est 14,8-10, omitido).
Y pide al Señor que no ceda su gloria real ni permita la humillación de su pueblo (cf. Est 14,11, omitido), que el Señor se muestre en la tribulación que padecen, que le dé valor, él que está por encima de dioses y poderosos («rey de los dioses y señor de los poderosos»), que le dé acierto para hablarle al tirano con el fin de que, de enemigo, se vuelva amigo de su pueblo, y que –en cambio– aborrezca al enemigo que pretende aniquilarlo y a sus cómplices. Pide la intervención liberadora del Señor para el pueblo y su protección para ella, porque él conoce su corazón y lo mucho que ella aborrece los honores de la corte real. Invocándolo como «Dios de Abraham» da fin a su súplica apelando a la promesa de Dios (cf. Est 12,19, omitido).
2. Evangelio (Mt 7,7-12).
El discípulo es invitado por el Maestro a pedir con libertad y confianza, seguro de que así será atendido. Esta seguridad tiene como fundamento la realidad misma de Dios, que es «Padre», es decir, fuente inagotable de vida, de quien solo se puede esperar lo que favorezca la vida. De antemano se da por descontado que quien hace uso de esa libertad de hijo, con la confianza puesta en el amor del Padre, recibirá lo que pide, encontrará lo que busca y se le abrirán caminos cerrados. Los tres verbos («pedir», «buscar» y «llamar») definen la oración de petición.
Jesús recurre a la experiencia de paternidad de sus oyentes para explicarles el sentido y la eficacia de la oración de petición:
a) El «pan» representa la vida y la convivencia (cf. Mt 6,11) y el don de sí mismo (cf. Mt 14,17; 15,34; 16,7-12; 26,26); la «piedra», el engaño que no da vida y pone tropiezo en el camino del Señor (cf. Mt 4,3.6). Ningún padre humano le negaría a su hijo lo necesario para la vida ni le frustraría su convivencia con los demás.
b) El «pescado», acompañamiento del pan, es metáfora del don de sí mismo y del fruto de la misión universal (cf. Mt 4,18-22; 13,47-48; 14,17; 15,34); la «serpiente», aunque sea astuta (cf. Mt 10,16), es metáfora de hipocresía ponzoñosa y criminal (cf. Mt 23,33). Ningún padre humano le envenenaría la vida a su hijo ni le aprobaría que atentara contra la vida de los demás.
c) La paternidad. Si así tratan a sus hijos los padres humanos –incluso siendo malos– dándoles cosas buenas, con mayor razón hay que esperarlas del Padre, que es solamente bueno. Por eso, la oración de petición es libre y confiada. Puesto que se refiere a la oración de petición tanto del individuo como de la comunidad, la respuesta del Padre favorece la vida y la convivencia.
Esa actitud totalmente positiva del Padre se convierte en norma de conducta para sus hijos, no por obligación, sino por admiración, porque quieren parecerse a él. Se trata de darse a sí mismos con el fin de darles vida a los demás. Esa es la pauta de conducta universal, síntesis de la Ley y los profetas: tomar la iniciativa de hacer el bien que quisieran recibir de parte de los otros.
La oración de petición se funda en el amor que quiere comunicarse, más que en la necesidad que requiere de satisfacción. La circunstancia que motiva la petición se convierte en ocasión para ofrecerse a sí mismo como agente de su solución. La reina Ester, al mismo tiempo que pide la ayuda y la protección del Señor, se ofrece a sí misma para lograr la liberación de su pueblo. Jesús nos enseña que para pedir hay que aprender a dar generosamente como da el Padre (cf. Mt 5,42; 14,16), para encontrar, hay que aprender a buscar afanosamente como él (cf. Mt 18,12s), y para llamar, hay que aprender a abrir ampliamente como él (cf. Mt 3,16; 9,30).
Esto se aprende y se vive en la celebración de la Eucaristía, en donde el Señor se nos entrega y, al mismo tiempo, nos pide que imitemos su entrega, pero no nos pide reciprocidad (que nosotros nos entreguemos a él), sino que prolonguemos del don, que nos entreguemos como él. El amor de Dios no nos encierra en autocomplacencias, sino que nos abre para busquemos el bienestar de todos (cf. Rom 15,1-3).
Feliz jueves eucarístico y vocacional.

Detalles

Fecha:
14 marzo, 2019
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