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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Jueves de la séptima semana de Pascua / Santos Marcelino y Pedro, mártires

PRIMERA LECTURA

Tendrás que dar testimonio de mí, también en Roma.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles  22, 30; 23, 6-11

Queriendo saber con exactitud de qué acusaban los judíos a Pablo, el tribuno mandó quitarle las cadenas, y convocando a los sumos sacerdotes y a todo el Sanedrín, hizo comparecer a Pablo delante de ellos.

Pablo, sabiendo que había dos partidos, el de los saduceos y el de los fariseos, exclamó en medio del Sanedrín: “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y ahora me están juzgando a causa de nuestra esperanza en la resurrección de los muertos”.

Apenas pronunció estas palabras, surgió una disputa entre fariseos y saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos niegan la resurrección y la existencia de los ángeles y de los espíritus; los fariseos, por el contrario, admiten una y otra cosa.

Se produjo un griterío, y algunos escribas del partido de los fariseos se pusieron de pie y protestaron enérgicamente: “Nosotros no encontramos nada de malo en este hombre. ¿Y si le hubiera hablado algún espíritu o un ángel … ?”

Como la disputa se hacía cada vez más violenta, el tribuno, temiendo por la integridad de Pablo, mandó descender a los soldados para que lo sacaran de allí y lo llevaran de nuevo a la fortaleza.

A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: “Ánimo, así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, también tendrás que darlo en Roma”.

SALMO RESPONSORIAL      15, 1-2a. 5. 7-11

R/. ¡Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti!

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.  Yo digo al Señor: “Señor, Tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡Tú decides mi suerte!

Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.

Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO    Jn 17, 21

Aleluya. 

“Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, para que el mundo crea que Tú me enviaste”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Que sean perfectamente uno.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     17, 1b. 20-26

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:

Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.

Que todos sean uno: como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -Yo en ellos y Tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que Tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí.

Padre, quiero que los que Tú me diste estén conmigo donde Yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero Yo te conocí, y ellos reconocieron que Tú me enviaste.

Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos, y Yo también esté en ellos.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Cuando se dijo que «el Señor nuestro Dios es solamente uno» (hebreo, אֶחָד; griego, εἷς: Deu 6,4), no solo se declaró la unicidad de Dios, sino también su contraposición a los ídolos (los pueblos paganos eran politeístas); así que ese atributo afirma también la «verdad» de Dios, «verdad» que se manifiesta en su fidelidad a sus promesas, las cuales se concretan en el don del Espíritu Santo por medio de Jesús crucificado y resucitado (cf. Jn 7,39). Que los discípulos también sean «uno» con el Padre y con el Hijo –y como el Padre con el Hijo– explica que el Espíritu Santo resida en la comunidad y desde ella se manifieste como irradiación de la gloria del Padre y del Hijo.
1. Desenlace de los planes de Pablo.
• Suspicacia de los judeocristianos en su contra.
• Retorno de Pablo al judaísmo fariseo.
• Ocultación de su condición de discípulo de Jesús.
2. Final de la oración de Jesús.
• Petición de Jesús por sus discípulos del futuro: la unidad-identificación, según el modelo de la que se da entre él y el Padre, es sello inconfundible del designio divino.
• La fe del mundo (la humanidad) en él como enviado de Dios, y en el amor del Padre: fruto de esa unidad-identificación de los discípulos en el Espíritu («gloria»).
• Conclusión: pide al Padre, que es justo y que hace justo al hombre, que les dé a sus discípulos la experiencia de su amor como desde siempre se la ha dado a él.

1. Primera lectura (Hch 22,30; 23,6-11).
Llegamos al nudo de la cuestión. Lucas plantea la ida de Pablo a Jerusalén en paralelo antitético con la subida de Jesús a esa misma ciudad. Jesús hizo tres avisos de que iba a padecer en manos de sus enemigos, porque así cumplía él el designio del Padre, que consiste en entregarse para dar testimonio del amor divino (cf. Lc 9,22.44s; 18,31-33); Pablo, en cambio, recibió tres avisos de parte del Espíritu Santo para que no subiera a Jerusalén, porque eso no correspondía al designio de Dios (cf. 20,23; 21,4.10s).
No obstante, él subió, y al llegar a esa ciudad fue recibido con cierta displicencia, debido a su predicación algo distante de la Ley. Santiago y los responsables («presbíteros») de la iglesia local le informaron que había muchos «creyentes» entre los judíos, pero que todos seguían siendo fervientes partidarios de la Ley; al mismo tiempo le advirtieron que todos estaban informados de que Pablo –según decían los judíos en el extranjero– enseñaba a los judíos a renegar de Moisés y de la Ley, diciendo que no se circuncidaran ni circuncidaran a sus hijos, ni observaran las tradiciones heredadas de los mayores. Se percibe la amenaza de que todos se iban a enterar de eso apenas se supiera que él estaba en Jerusalén. Así que le propusieron aparecer como judío observante apadrinando a unos judíos que iban a hacer voto de nazireato y que pagara los costos del voto. Pablo se quebrantó, cedió a esa propuesta y desvió el dinero de la colecta que había hecho para los pobres de la Iglesia de Jerusalén destinándolo al costoso ritual de purificación en el templo. Pero esto no arrojó el resultado esperado.
Apenas lo identificaron en el templo, lo acusaron de haber introducido paganos a ese lugar, cosa que no era cierta, aunque él hubiera andado en compañía de extranjeros (cristianos) en la ciudad. Lo arrestaron y lo condujeron a un cuartel, donde él se declaró vecino de Tarso y judío, y solicitó permiso para hablarles a los judíos, hacer su «defensa» (contra lo indicado por Jesús: cf. Lc 12,11; 21,14). Primero, se declaró judío, narró su conversión, y, después, se declaró judío y fariseo, y reclamó que lo juzgaran como fariseo. Él quería lograr la conversión masiva de los judíos –que Jesús no había logrado–, pero la verdad es que se mostró muy inferior al maestro: primero imitó la arrogancia de Pedro, y luego renegó de su condición de cristiano. Y así como la triple negación de Pedro recibió en respuesta la mirada compasiva del Señor (cf. Lc 22,61-62), a la triple negación de Pablo acude el Señor en su ayuda animándolo, para que declare en Roma lo mismo que declaró en Jerusalén: el mandato que él le dio de dirigirse a los paganos (cf. 22,17-18.21).

2. Evangelio (Jn 17,20-26).
Seguro de que su obra perdurará, Jesús pide enseguida por sus futuros discípulos, los que le van a dar su adhesión a él a través del mensaje de los discípulos. Y aquí se observa una clave de esa continuación: la apropiación del mensaje. No se puede prolongar la obra de Jesús sin apropiarse del mensaje que él transmite.
• Originalmente, el mensaje se presenta como propio del Padre (cf. 6,7).
• Jesús se lo apropia encarnándolo para transmitirlo («mi mensaje»: 14,23).
• Los discípulos lo proponen como suyo propio («su mensaje»: 17,20).
La asimilación y apropiación del mensaje es una experiencia que se transmite con la identificación del testigo mismo. No es una simple doctrina que se aprende y luego se enseña teóricamente.
2.1. Para que el mundo crea…
La unidad es a la vez expresión de la fe de los discípulos que muestran en ella la unidad entre el Padre y el Hijo y expresión del amor que produce esa unidad. Dios no se hace manifiesto por la formulación de una doctrina, sino por la comprobación de la unidad entre los discípulos de Jesús. Esa unidad es la que puede provocar la fe de la humanidad en Jesús como enviado de Dios. La fe, pues, es una adhesión a su persona en razón del firme vínculo de amor entre los discípulos.
2.2. Para que el mundo conozca…
La «gloria» que él recibe del Padre (cf. 1,14) los hace uno; esa misma gloria, al perfeccionar esa unidad entre los discípulos, sirve para que el mundo conozca por experiencia la raíz de dicha unidad: el amor del Padre a Jesús y a los discípulos. La gloria y el amor se intercambian porque son una misma realidad. El Espíritu Santo manifiesta la gloria de Dios infundiendo el amor en el corazón de los discípulos y haciéndolos capaces de amar como el Padre y él los aman (cf. 15,9).
Finalmente, la oración concluye con la formulación de su deseo con la libertad propia del Hijo. «Estar con él» denota que hereden con él la misma condición de hijos; «contemplar su gloria» es experimentar su amor y amar como él. Así ellos podrán ser presencia suya en el mundo a favor de la humanidad de todos los tiempos.

La evangelización pretende unir en un solo pueblo de Dios a todas las naciones de la tierra. Esta unidad se logra por la manifestación de la gloria de Dios, que se da en la vida, en la obra y en el mensaje de Jesús, y que se prolonga por los discípulos que viven el mandamiento nuevo a fin de que todos conozcan lo que significa ser discípulo de Jesús (cf. Jn 13,31-32.34-35). No se trata de un burdo proselitismo para ganar adeptos a cualquier precio, incluso al precio de renunciar a la propia identidad como discípulo del Señor, diluyéndose en un sincretismo complaciente.
La comunidad cristiana será el nuevo santuario, y ella es responsable de que se realice el designio de Dios a lo largo de la historia y en lo ancho de la tierra. Los discípulos han de dar testimonio de un Dios que es generoso y total don de sí mismo, para hacerlo creíble.
En la celebración de la eucaristía cada comunidad de discípulos experimenta vivamente ese don y se compromete con libertad y alegría a prolongarlo incesantemente en el espacio y en el tiempo. La unidad entre sus miembros es decisiva para la efectividad de ese testimonio

Detalles

Fecha:
2 junio, 2022
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