Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla.¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Palabra del Señor
Jueves de la XXIX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Pablo advirtió que se expresaba en términos humanos en atención a las limitaciones de sus lectores. No había que tomar sus palabras al pie de la letra. Es consciente de que utiliza una metáfora inapropiada, ya que, si bien sirve para describir la situación del «hombre viejo», no es adecuada para la condición del hombre nuevo. Se explica con dos razones: se ve obligado a expresarse en el lenguaje vulgar (ἀνθρώπινον λέγω) en razón de la «fragilidad» (ἀσθένεια) intelectual de sus interlocutores. Esto significa que recurre a una comparación impropia en razón de la dificultad que tienen los destinatarios para entender el concepto de libertad que él les quiere transmitir. Se vale de los términos que la gente entiende, porque su capacidad es limitada a causa de sus condicionamientos culturales. El término traducido por «fragilidad» (ἀσθένεια) se traduce también por «debilidad» (de cualquier clase), o por «enfermedad».
Rom 6,19-23.
Pablo usa el término «siervo» (δοῦλος) en relación con la inmoralidad y el desorden –por un lado– y con la justicia y la consagración –por el otro– con dos connotaciones diferentes: en el primer caso, se trata de la esclavitud al pecado; en el segundo, del servicio libre a la justicia u honradez. El término «siervo» connota la idea de servicio incondicional, distinto de lo que connota «servidor» (διάκονος), que es un servicio voluntario y entre iguales, o el de «criado» (παῖς), que es el hijo de un «siervo», nacido en casa, y considerado miembro de la familia. Al querer subrayar el carácter incondicional de la adhesión de fe, se ve forzado a usar «siervo».
Por otro lado, hay que tener presente que Pablo usa el término «siervo» (δοῦλος) referido a su relación con «el Mesías Jesús» (cf. Rom 1,1), en conexión con otro uso del mismo término, referido a Moisés, Josué, David y la anónima figura del «Siervo» en las profecías de Isaías, es decir, los grandes agentes del designio liberador y salvador del Señor. Esto implica una nueva connotación del término, sugerida allí por la forma de designar a Jesús («Mesías»). Se trata de vivir la libertad cristiana que otorga el Mesías («emancipados del pecado») y de proponer esa misma libertad con el propio modo de vivir y de convivir.
Por eso, para explicarse mejor, los exhorta a que «al igual que» (ὥσπερ) antes se habían puesto sin condiciones al servicio de la inmoralidad (ἀκαθαρσία) y del desorden (ἀνομία), se pongan ahora –sin condiciones también– al servicio de la honradez, para consagrarse así a Dios. Usa el término «desorden» (ἀνομία: «ilegalidad») para referirse a una anarquía progresiva hasta dar la medida superlativa de sí misma con el fin de contrastarla con la «consagración» a la que los exhorta (lit. «santificación»). Opone la injusticia en la que se hunde el esclavo del pecado con la «consagración» que hace de sí mismo el creyente con el «sacrificio vivo» (Rom 12,1). Esta «consagración» consiste en la realización concreta de la vida nueva que el Mesías comunica a sus adherentes (el Espíritu Santo) por el hecho mismo del bautismo como expresión de fe. Es una acción continuada que va produciendo un efecto cada vez más visible (cf. Rom 1,7s).
En la «servidumbre al pecado» no hay cabida alguna a la acción de la justicia u honradez; se trata de dos reinos paralelos: cuando gobierna el pecado, la justicia está ausente, pero cuando gobierna la justicia, es el pecado el que se ausenta. El apóstol expresa esta condición de uno y otro modo en términos de ciudadanía (ἐλεύθεροι ἦτε: «estaban emancipados de»). Lo que se obtiene de ser gobernado por el pecado es totalmente perjudicial porque sus resultados se constituyen en una vergüenza, además de conducir finalmente a la muerte. La asociación de la vergüenza con la muerte se refiere a la injusticia cometida antes de la fe y del bautismo, es decir, a su anterior vida en el reino del pecado, en donde eran muertos en vida hasta cuando el Mesías los emancipó de la injusticia y les dio nueva vida; en ese reino del pecado ni siquiera eran conscientes de lo vergonzosa que era la vida que llevaban. El Mesías los emancipó de la injusticia y, también, de la mentira: vivían engañados, sintiendo orgullo de sus vergüenzas.
Tras emanciparse de la «servidumbre al pecado» y haberse puesto –como hombres libres– al servicio de Dios, los cristianos van alcanzando una consagración que los está conduciendo a una vida plena. La situación actual (νῦν: v. 21; νυνί: v. 22) de los destinatarios de la carta está denunciando un «antes» (πρίν) vergonzoso vinculado a un pecado que se tradujo en injusticia y que implicaba engaño. «Ahora, en cambio, emancipados del pecado», no solo se produjo la superación de esa injusticia y de ese engaño librándose de la muerte –lo cual es ya una gran ganancia–, sino que ellos van produciendo un nuevo «fruto», que es la propia consagración (por obra del Espíritu Santo), consagración que los lleva a la vida eterna.
En resumen, el pecado retribuye con la muerte (es su efecto propio), en tanto que Dios regala la vida eterna (más que la vida física) «por medio del Mesías (para los judíos) Jesús (salvador), Señor (para los paganos) nuestro (de los creyentes)». Afirma así que Dios, por la adhesión a la persona de Jesús da por igual la vida gratuita, nueva y desbordante (el Espíritu Santo) tanto a los judíos, que lo reconocen como «Mesías», como a los paganos, que lo reconocen como «Señor», en igualdad de condiciones.
El cristiano verifica en su vida un «antes de Cristo» y un «después de Cristo» que no tienen principalmente carácter temporal. Se trata de la diferencia entre la «servidumbre al pecado» (que es toda forma de injusticia o de deshonestidad) y el «servicio a Dios» (que es la justicia u honestidad). Pablo usa un término fuerte, «siervo» (δοῦλος), para connotar así la lealtad absoluta que dicho término significaba en aquellas culturas. El pecador es leal al pecado, el creyente es leal a Jesús. Pero, como el ser humano fue creado para ser libre, el mensaje de la fe tiene fuerza liberadora suficiente como para que el esclavo del pecado rompa la lealtad que lo ata y se adhiera a Jesús con una lealtad que lo libera. Además, al principio de la carta vimos que este término, δοῦλος, define el servicio liberador universal del Hijo del Hombre. Cuanto más nos dedicamos a promover la dignificación y la liberación de los excluidos, tanto más nos identificamos con Jesús, Mesías y Señor.
Ese es otro de los sentidos que tiene la comunión eucarística. La entrega del «cuerpo» denota el servicio fraterno de Jesús a los suyos, su actuación histórica en medio de ellos (por eso lo ofrece como «entregado por ustedes»). Pero la dádiva de la sangre (que representa la efusión del Espíritu Santo), denota su servicio liberador que trasciende el tiempo y se extiende a toda la humanidad (por eso él la ofrece como «derramada por ustedes y por todos»). El término «muchedumbre», o «muchos» como sinónimo de «todos» se usa en la fórmula sobre el cáliz que bendecimos. Esto es bueno recordarlo para no olvidar esas dos dimensiones del servicio cristiano a la humanidad.
Feliz jueves.