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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Lunes de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año II.

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Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (15,13-14.30;16,5-13a):

En aquellos días, uno llevó esta noticia a David: «Los israelitas se han puesto de parte de Absalón.»
Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén: «¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, y pase a cuchillo la población.»
David subió la cuesta de los Olivos; la subió llorando, la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todos sus compañeros llevaban cubierta la cabeza, y subían llorando. Al llegar el rey David a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venía.
Y empezó a tirar piedras a David y a sus cortesanos –toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey–, y le maldecía: «¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino.»
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey: «Ese perro muerto ¿se pone a maldecir a mi señor? iDéjame ir allá, y le corto la cabeza!»
Pero el rey dijo: «¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?»
Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos: «Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme, ¡y os extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy.»
David y los suyos siguieron su camino.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 3,2-3.4-5.6-7

R/. Levántate, Señor, sálvame

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios.» R/.

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito, invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo. R/.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,1-20):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre, poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.»
Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte.
Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.»
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.»
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Lunes de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El hijo de David con la mujer de Urías murió, y el rey se resignó pensando que ese era su castigo. De nuevo se unió a Betsabé y ella le dio un hijo al que él llamó Salomón (שְׁלֹמֹה: «pacífico»), y el profeta Natán, enviado por el Señor, le puso el nombre de Yedidías (יְדִידְיָח: «amado del Señor) «por orden del Señor» (cf. 2Sam 12,17-25).
Por medio de Joab, el rey volvió a su vida militar exitosa tomándose la ciudad de Rabá, la capital de los amonitas, y, después de someterlos a todos, volvió a Jerusalén (cf. 12,26-31).
Después de cierto tiempo, se precipitó la discordia en la casa de David. Su hijo mayor Amnón, obrando hábilmente como su padre, violó a su hermana Tamar, lo que provocó la ira de Absalón, el hermano de madre de Tamar, quien dos años después se vengó haciendo matar a Amnón y se dio a la fuga, dejando consternada la casa de su padre. Vivió fuera del país durante tres años, al cabo de los cuales la ira del rey se había calmado (cf. 13).
Joab se las arregló para que una mujer hiciera entrar en razón al rey y no autorizara la venganza contra Absalón. El rey permitió su regreso a Jerusalén, pero durante dos años se negó a recibirlo, hasta que, accediendo a su insistencia, el rey lo recibió Así regresó a Jerusalén, se ganó el favor del pueblo y buscó granjearse del perdón del rey (cf. 14). Luego comenzó a usurpar las funciones judiciales del rey y a conspirar, y finalmente decidió autoproclamarse rey (cf. 15,1-12).
2Sam 15,13-14.30; 16,5-13a.
El rey David ha mostrado su preferencia por Salomón o, al menos, por Betsabé, su madre. Y esto provocó los celos de Absalón, uno de los hijos que tuvo con Mical, la hija de Saúl. Absalón se proclamó rey en Hebrón, antes de que su padre nombrara su sucesor. David comenzó así a experimentar lo anunciado a raíz del asesinato de Urías: «la espada jamás se apartará de tu casa» (cf. 2Sam 12,10). La elección de Hebrón por parte de Absalón podría deberse a que esta ciudad estuviera resentida porque David había trasladado la sede de su gobierno de ella a Jerusalén
Avisado de la consumación de la conspiración y con el fin de evitar una confrontación que podría costarle caro tanto a él como al resto de la población de Jerusalén, David decidió huir y ponerse a salvo. La mención de las «diez concubinas» que David dejó «para cuidar del palacio» (15,16, omitido) se conecta, de un lado, con el anuncio de Natán de que las mujeres de David –garantía de la continuidad de su descendencia–, le serían arrebatadas como él le arrebató Betsabé a Urías (cf. 12,11) y, del otro, prepara la toma del harem del rey por parte de su hijo Absalón (cf. 16,21-22). David no consideró que todo estuviera perdido, porque dejó partidarios suyos en la ciudad (cf. 15,27.34); pero dado que tenía que enfrentar dos motines, uno en el Norte y otro en el Sur, hizo una retirada vital para mantenerse a salvo. La subida a pie por la Cuesta de los Olivos parece ser la forma más expedita de abandonar la ciudad. La cabeza cubierta y los pies descalzos son signos de duelo, de dolor y de vergüenza (cf. Jer 14,3-4; Miq 1,8; Est 6,12). Fue una fuga triste y luctuosa, deshonrosa para un rey que había vencido en tantas batallas.
Allí recibió la noticia de la traición de su consejero Ajitófel (cf. vv. 15.31, omitidos). Ajitófel era padre de Elián (cf. 23,34), quien, a su vez era el padre de Betsabé (cf. 11,3). Cuando David tuvo conocimiento de esa deslealtad –que algunos consideran se debió a una venganza– oró al Señor pidiendo que hiciera fracasar los consejos que él le diera a Absalón (cf. 15,31, omitido).
Al pasar la cima del Monte de los Olivos, apareció un servidor de Meribaal (hijo de Saúl con dos asnos cargados de provisiones para David y sus hombres, quien le notificó que su señor se había quedado en Jerusalén en espera de recuperar para sí el reino de Saúl. David se apresuró a pasarle al criado de Meribaal, todas las posesiones de su amo (cf. 16,1-4, omitido).
En la bajada, un familiar de Saúl, llamado Semeí, lo insultó y le tiró piedras, como si lo condenara a la pena de lapidación, y lo acusó de asesinato y de usurpación del trono, entendiendo como un castigo del Señor la rebelión de Absalón. Los hombres de David pretendieron defenderlo, pero él se opuso, y decidió aceptar las maldiciones, pensando también que Dios así lo había dispuesto, e imaginándose que esas maldiciones eran castigo suyo a causa del asesinato de Urías. David vio mayor gravedad en el hecho de que un hijo suyo intentara matarlo que en las maldiciones de «ese benjaminita». El verbo «maldecir» es clave en este relato (vv. 5.7.9.10.11.13). David manifiesta su aceptación de esas desdichas y deja en manos del Señor la decisión de devolverle la dicha (cf. vv. 11-12). La situación se prolonga: en tanto David y los suyos siguen su camino, Semeí lo sigue maldiciendo, lanzándole piedras y «levantando polvo». Esta adición es un énfasis más explícito: el polvo es un eufemismo para designar el sepulcro (cf. Job 17,16; 19,25; Isa 26,19; Sal 22,16-13; Dan 12,2). No solo lo maldijo (le deseó la muerte), sino que indicó la pena de muerte (lapidación: condena de idólatras, blasfemos, violadores del sábado, adúlteros…), lo declaró ya muerto, y procedió simbólicamente a sepultarlo.
Semeí, descendiente de Saúl acusa a David de homicidio por «la matanza de la familia de Saúl», lo cual no es cierto, pero David sí se siente culpable de homicidio por la muerte de Urías. Su arbitrario ejercicio del poder ha prohijado una lucha por el mismo que no repara en vínculos ni en lealtades, ni siquiera familiares, así como él no reconoció límites ni respetó la alianza con el Señor. Eso se volvió en su contra, y ahora reconoce que el desbordamiento produce desorden. Sus pecados tienen consecuencias y él las asume, pero las entiende como castigo divino; no se responsabiliza del todo, atribuye a Dios las consecuencias de sus actos.
A pesar de que Jesús nos aclaró que Dios no castiga ni se venga, muchos –incluso sedicentes discípulos suyos– mantienen una cierta fijación en el Antiguo Testamento –quizá para justificar sus propios desafueros– e insisten en interpretar así las calamidades naturales y las adversidades históricas –personal o colectivamente consideradas–, como castigos de parte de Dios. Esto deja ver un vacío de Espíritu Santo en el discernimiento de tales discípulos, o sea, les falta experiencia personal del amor universal del Padre.
La celebración de la eucaristía nos ayuda a crecer en el conocimiento de ese amor paternal; al experimentar vivamente su universalidad su gratuidad y su fidelidad, comprendemos que a Dios no lo anima el impulso de castigar, sino el deseo de perdonar y reconciliar. Por consiguiente, la comunión eucarística nos ayuda a configurarnos con Jesús y a parecernos y actuar como el Padre, amando como Jesús nos enseña. Este amor es la manifestación de que el Espíritu Santo habita en nosotros, y de que él es la garantía de nuestra herencia futura, la vida eterna.
Feliz lunes.

Detalles

Fecha:
3 febrero, 2020
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