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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Lunes de la VIII semana del Tiempo Ordinario. Año par.

PRIMERA LECTURA

Ustedes aman a Cristo sin haberlo visto, y creyendo en Él, se alegran con un gozo indecible.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro   1, 3-9

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final.

Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en Él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.

SALMO RESPONSORIAL   110, 1-2. 5-6. 9. 10c

R/. ¡El Señor se acuerda eternamente de su Alianza!

Doy gracias al Señor de todo corazón, en la reunión y en la asamblea de los justos. Grandes son las obras del Señor: los que las aman desean comprenderlas.

Proveyó de alimento a sus fieles y se acuerda eternamente de su Alianza. Manifestó a su pueblo el poder de sus obras, dándole la herencia de las naciones.

Él envió la redención a su pueblo, promulgó su Alianza para siempre: su Nombre es santo y temible. ¡El Señor es digno de alabanza eternamente!

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO  2Cor 8, 9

Aleluya.

Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. Aleluya.

EVANGELIO

Vende lo que tienes y sígueme.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 17-27

Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le, preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

La carta no llamaba la atención de algunos especialistas porque parecía no aportar novedad con relación a los otros escritos, salvo lo de «sacerdocio real» y lo de la predicación del Mesías en el lugar de los muertos (cf. 2,9; 3,19). Después se fijaron en su parentesco con los sinópticos, o con los discursos de Hechos, o con las exhortaciones morales de Pablo, y pensaron en su importancia para conocer cómo era la catequesis en el período apostólico.
Después del saludo (1,1-2), se refiere al nuevo nacimiento (1,3-2,10); enseguida, exhorta a vivir el testimonio ante la sociedad (2,11-5,11), y concluye con la despedida (5,12-14). La vida cristiana transcurre, según lo anunciado (1,10-12), en la esperanza de los hijos y en la convivencia fraterna (1,13-25), como nuevo culto y nuevo sacerdocio, después de la lactancia propia de «niños» (2,1-10); por eso, exhorta a todos a vivir a distancia de la bajeza (2,11-12), dando testimonio esforzado del Mesías (2,13-4,6), con invencible alegría (4,12-19), y también a los «maduros» y a los «jóvenes» a asumir sus responsabilidades en la vida comunitaria y en la tribulación.

1Ped 1,3-9.
Remitente. A diferencia de nuestro género epistolar actual, el antiguo comenzaba con la mención del remitente de la carta. Y este se identifica como «Pedro, apóstol de Jesús Mesías». El uso del sobrenombre no es extraño, ya que «Pablo», por ejemplo, es la forma como solía presentarse el apóstol cuyo nombre era Saulo, pero que él cambió como señal de su conversión. «Pedro», que significa «piedra», sobrenombre que indicaba la testarudez de Simón, fue reinterpretado por Jesús para sugerir firmeza y fidelidad (cf. Mt 16,18), y es probable que por eso Simón prefiriera llamarse así desde su propia conversión. «Apóstol» significa «enviado», o «misionero», lo cual implica el vínculo con quien lo envía y, por consiguiente, la autoridad de la que estaba investido, con la que se presentaba ante quienes era enviado. Pedro se declara enviado por «Jesús Mesías». El nombre Jesús significa «el Señor salva», y el título Mesías, que significa «enviado», y se refiere al enviado de Dios para liberar a su pueblo (ahora la humanidad entera) de toda esclavitud. En ese nombre y en ese título están implícitas las promesas de Dios a la humanidad: libertad y vida.
Saludo. Se dirige a comunidades del norte de Asia Menor, formadas por «emigrantes dispersos» (cf. Gén 23,4; Sal 39,13; Stg 1,1; Heb 11,9), de origen pagano diverso (universalidad), no estables en patria terrena alguna («emigrantes»). No obstante, son residentes del reino de Dios, al cual se vinculan por la elección divina y su consagración por el Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre, por su respuesta de fe a Jesús y por la aspersión purificadora de su «sangre» (respuesta de Dios a su fe: el Espíritu, amor manifestado en la cruz), que los purifica de pecado. La «gracia» es la experiencia de Dios como amor generosamente comunicado; la «paz», el efecto de ese amor en las relaciones entre Dios y los hombres y en la convivencia humana. Esa paz es dinámica, por eso habla de «paz creciente», indicando así el crecimiento de dichas relaciones (cf. 1,1-2).
Bendición. Los israelitas bendecían (daban gracias) al Dios de Abraham; los cristianos, al «Dios y Padre de nuestro Señor Jesús Mesías». El título «Señor», relacionado con el de «Mesías», recalca la unidad e igualdad de Jesús con Dios. Pedro se presenta, así, como enviado con misión divina. El tema de esta bendición es el nuevo nacimiento que este Padre, según su gran misericordia, ha concedido al dar una esperanza viva, y, con ella, la de una promesa de vida que se verificó cuando levantó de la muerte al Mesías Jesús. La promesa a Abraham era la libertad y la vida. Israel sintió cumplida tal promesa cuando recibió en herencia la tierra de Canaán (cf. Deu 15,4; 19,10; cf. Sal 79,1) pero lo que el Padre cumplió en Jesús desbordó toda expectativa, porque ahora se trata de una herencia que no se corrompe, no se mancha ni se marchita –como sí sucede con los bienes terrenos–, y está reservada «en el cielo» –la morada divina– por Dios para nosotros. A diferencia de la tierra de Canaán, invadida por los enemigos, diezmada por la guerra y profanada por impíos, la «herencia» de los seguidores de Jesús a quienes, por la fe, Dios cuida con su fuerza de vida, garantiza la salvación ahora en las penalidades presentes y en el tiempo futuro. La ponderación de la «herencia» en cuanto a su excelencia y en cuanto a su seguridad –custodiada por el mismo Dios, superior a cualquier ejército– se suma a la absoluta garantía de que los herederos de dicha promesa, por su adhesión a Jesús, están también bajo la custodia de Dios hasta que se cumpla plenamente «la salvación dispuesta a revelarse en el momento final».
Si en condición de «emigrantes dispersos» (παρεπίδεμοί διασπορᾶς), o sea, sin tierra propia, son herederos de la promesa, es porque esta ya está desligada de la tierra; y si han nacido de nuevo y su herencia está en el cielo, también esta está desligada de la descendencia, ya es vida eterna.
Y enseguida interpreta las tribulaciones que padecen los cristianos en su medio social (vv. 6-9):
• Las «pruebas», que no vienen de Dios, sino de los hombres, las sobrellevan con alegría. Dios está con ellos. Esas pruebas los someten a un doloroso proceso de verificación, como un horno que los purifica (cf. 4,12), ya que los llevan a tomar parte en los sufrimientos del Mesías (cf. 4,13). Sin embargo, es necesario tener presente que esas aflicciones son pasajeras.
• Además, las «pruebas» son una ocasión para que ellos muestren el valor y la pureza de su fe, que tiene más precio que el oro, que, siendo una riqueza perecedera y una herencia corruptible, no obstante, es aquilatado con fuego. Esta fe se entiende como la «fidelidad» que supera el dolor y aguanta hasta recibir gloria y honor cuando se manifieste la gloria de Jesús Mesías.
• Su alegría y su fe se basan en el amor a Jesús Mesías resucitado, no en la adhesión a un caudillo temporal. Él no pertenece a su experiencia física, pero sí a su experiencia espiritual, por el amor; la fe en él, que supera la experiencia física, es una realidad perceptible en el amor que reciben de él (el Espíritu) y en el amor que ellos, en su nombre, le prodigan a los demás.
• La certeza de alcanzar esa salvación (vida) que promete la fe los anima siempre. El gozo es real, la alegría es real, la vida nueva («salvación») es real. No están viviendo una ilusión, sino que están comprobando que la fe-fidelidad a Jesús, a pesar de las tribulaciones, no los conduce a sentirse muriendo en vida, sino viviendo una vida de calidad inigualable, satisfactoria.

Si el cristiano tiene conciencia clara de su condición de «emigrante», no buscará la aprobación del «mundo» como si ese fuera su principal anhelo. Puede soportar críticas e insultos sin perder la alegría ni mostrarse arrogante. Si ha de desmentir las calumnias, será llevando una conducta digna, como puede hacerlo, y no amargándose. Respetar incluso a los detractores es mostrar con hechos que no pertenece al «mundo», aunque sí coincida en el mismo espacio-tiempo. La «nota» característica de su testimonio de fe en Jesús es la alegría que dimana del amor del Señor y de la esperanza puesta en la herencia eterna que espera recibir.
Quien celebra la eucaristía recibe en ella la prenda de esa «herencia», el pan de la vida eterna. Y experimenta consuelo en la aflicción y fuerza en su fragilidad. Ella es impulso de vida para el testimonio, ya que la Pascua de Jesús nos hace partícipes del don del Espíritu Santo.

Detalles

Fecha:
28 febrero, 2022
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