Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,16-22):
En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.»
Él le preguntó: «¿Cuáles?»
Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.»
El muchacho le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?»
Jesús le contestó: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo.»
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.
Palabra del Señor
Lunes de la XX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
En el libro se identifican dos introducciones: la primera va de 1,1 a 2,5; la segunda, de 2,6 a 3,6. La conquista sintetizada y simplificada en el libro de Josué es presentada aquí como realizada en varias etapas en las que cada tribu –sola o en coalición con otra u otras– hacen su penetración a la tierra de Canaán en un proceso lento, que probablemente duró hasta los tiempos de David y Salomón. En todo caso, la tradición según la cual algunas tribus se limitaron solo a asentarse en el territorio y a cambiar el equilibrio del poder sometiendo la población nativa sin expulsarla se considera aquí como el pecado capital de la conquista, por el sincretismo que implicó. El ingreso por ataques sorpresivos estuvo acompañado de una infiltración progresiva, pero esta última se produjo «de doble vía»: los conquistadores a veces resultados «conquistados».
Por aquí comenzamos la lectura discontinua de este libro llamado «de los jueces», que concluirá el jueves de esta semana. El llamado «tiempo de los jueces» (cf. 2Sm 7,11; 2Ry 23,22; Rut 1,1) llena el vacío narrativo que habría entre el ingreso a la tierra y la instauración de la monarquía. Pero el nombre «juez» o «jueces» (שְׁפְטִים/שָׁפַט) es muy genérico. Son personajes escogidos por Dios para salvar al pueblo, unos más destacados, otros apenas nombrados.
El texto que se lee hoy presenta de manera esquemática el ritmo de la historia del pueblo en ese período:
a) Falta del pueblo (vv. 11-13).
b) Castigo del Señor (vv.14-15a).
c) Angustia que entraña arrepentimiento (v. 15b).
d) Liberación (v.16).
Jc 2,11-19.
La lentitud de la conquista requiere una explicación por cuanto implica dilación del cumplimiento de la promesa del Señor. La primera explicación parece excesivamente cruel en su expresión: la demora se debió a que los israelitas no exterminaron a los pueblos que allí encontraron. Pero esa explicación no hay que tomarla al pie de la letra, como puede verse (cf. Jue 1,21.27-35); después, se habla de derribar los altares de los cananeos, y, por último, el ángel del Señor les reprocha a los israelitas por haber contemporizado con los cananeos y haber dado cultos a sus dioses. Esto se refiere al hecho de que el israelita nómada, al volverse sedentario, se siente tentado de adoptar las costumbres de los paganos sin hacer el debido discernimiento; y así fue como admitieron el culto a los dioses cananeos de la fecundidad (Baal y Astarté), con el cual pretendían garantizar la productividad de la tierra. A eso atribuye el narrador tanto la lentitud de la conquista como, sobre todo, las ocasionales escaramuzas con los cananeos y filisteos, que a veces los sometían.
Las tribus pasaban de libertad a dominación, y de esta a una liberación por obra del Señor. Cada liberación será seguida por una nueva dominación, la cual será explicada por la infidelidad de los israelitas a la alianza con el Señor. Un cuadro esquemático más general y amplio sería así:
1. Pecado del pueblo: generalmente reiterado.
2. En relación con el Señor: abandono, desobediencia.
3. En relación con los ídolos: culto y seguimiento a ídolos.
4. Castigo del Señor al pueblo: abandono en manos de sus enemigos.
5. Súplica del pueblo al Señor: petición de salvación.
6. Envío de un salvador («juez»): hazañas del «juez».
7. Victoria del salvador: rechazo o sometimiento del enemigo.
8. Período de paz: armonía hasta nueva infidelidad.
Es un ritmo repetitivo que alterna entre la idolatría del pueblo y la compasión del Señor. En el fondo, este ritmo marca la historia del pueblo, no la de esa sola época. Es como un paradigma verificable en cualquier período de la vida del pueblo. El seguimiento de los ídolos y la adopción de costumbres paganas está relacionado con el cambio del paradigma de convivencia: el pueblo ha pasado de la cultura nómada y pastoril a la cultura sedentaria y agrícola, aunque conservando el pastoreo. Los pueblos autóctonos daban culto a dioses de la fecundidad, de la lluvia, etc., y celebraban los ritmos de la naturaleza, en tanto que Israel daba culto al Señor y celebraba su acción liberadora y salvadora en su historia. Los israelitas se dejan atraer por el culto al dios Baal, señor del sol y de la fertilidad; asociada a Baal, estaba Astarté, la diosa del amor y la fecundidad. El culto a estos dioses lo califican los profetas de prostitución, o sea, es una traición al amor de la alianza.
El esquema propuesto por el autor en los vv. 11-19 no es minuciosamente verificable, parece un recurso mnemotécnico para narrar la historia dejando una lección (que es la característica básica de la historiografía bíblica) para que el pueblo aprenda a vivir y convivir. La lección es válida; el esquema que simplifica la historia no es matemáticamente exacto. Hay ocasiones en las que esa acción de los jueces es inútil (cf. 2,6-17) y la fidelidad del pueblo es a menudo temporal (cf. 2,18-20); por otro lado, las expresiones de reconocimiento de culpa y arrepentimiento –que falta, por ejemplo, después de 2,16– aparece casi de manera incidental (cf. 2,18; 3,9.15; 4,3; 6,6; 10,10). Es un esquema que orienta a lo esencial del ritmo de la historia, y que desentraña su sentido.
La alianza exigía la fidelidad al Señor. La idolatría era una forma concreta de infidelidad que atrae muchos males, los cuales se interpretan como «castigo» del Señor. El principal de estos «castigos» es la dominación y la opresión por parte de las naciones circundantes. El «juez» (o salvador) era la respuesta del Señor al clamor de perdón por parte del pueblo, otra manera de mostrar que él si era fiel a la alianza, y que los dioses cananeos eran impotentes ante él. Generalmente, no hacían mucho caso a los jueces, y, cuando moría el juez, reincidían en la idolatría.
Los teólogos israelitas interpretaron la permanencia de las poblaciones cananeas como «azotes» del Señor para castigar la idolatría del su propio pueblo. De esta forma querían explicar por qué no exterminó esas poblaciones. Este dato sugiere cautela a la hora de tomar al pie de la letra las narraciones épicas que presentan a los israelitas entrando arrolladoramente en Canaán y pasando pueblos a cuchillo en nombre del Señor.
También las comunidades cristianas, si abandonan su amor del principio (cf. Ap 2,4) reproducen ese mismo esquema. Pero ahora es claro que no se trata de padecer «castigo» alguno de parte del Señor, sino de afrontar las consecuencias de dicho abandono. En la historia de todos los tiempos se verifica que las infidelidades de las iglesias producen dolorosas consecuencias que perjudican su vida y su misión. Pero también se constata que la gran solución ha sido siempre la «santidad», es decir, la enmienda de vida y la conversión al Señor.
La parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,24-30) ayuda a entender la actitud de Dios frente a la presencia del mal; se trata de una tolerancia benevolente, no complaciente, que distingue ambas realidades, pero no pronuncia juicio alguno antes de la recolección del fruto. El juicio depende del fruto que produce cada uno. O sea, el juicio lo hace la respuesta dada al mensaje.
El Señor Jesús permanece fiel. Y el Padre envía continuamente obreros a su mies, ungidos por el Espíritu Santo, para salvar a su pueblo. Esa es la salvación que celebramos en la eucaristía.
Feliz lunes.