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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Sábado de la XVII semana del Tiempo Ordinario. Año I

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Lectura del libro del profeta Isaías     61, 9-11

La descendencia de mi pueblo será conocida entre las naciones, y sus vástagos, en medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor.
Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas.
Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.

Palabra de Dios.

SALMO    1Sam 2, 1. 4-5. 6-7. 8abcd (R.: cf. 1a)

R. Mi corazón se regocija en el Señor, mi salvador.

Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría. R.

El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita. R.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece. R.

El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria. R.

ALELUIA     Cf. Lc 2, 19

Feliz la Virgen María,
que conservaba la Palabra de Dios
y la meditaba en su corazón.

EVANGELIO

Conservaba estas cosas en el corazón

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     2, 41-51

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Palabra del Señor.


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Sábado de la XVII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El «año jubilar», llamado posteriormente «el año de gracia del Señor» (Isa 61,2), formula un ideal de convivencia basada en la alianza que gira sobre dos o tres puntos, inspirados todos en el ideal de libertad y autonomía, que es la base del la independencia familiar, tribal y nacional:
1. La recuperación de la propiedad de la tierra. El hombre «sin tierra» carece de un ámbito donde afirmar su señorío como hombre libre; su condición equivale a la del esclavo.
2. La manumisión de los esclavos. El hombre reducido a la servidumbre en relación con otro ser humano carece de autonomía, no solo acata órdenes, sino que depende de decisiones ajenas.
3. La condonación de las deudas (actualización de la «remisión», שְׁמִטָּה: Deu 15,1ss). Muestra del influjo de la predicación de los profetas en las nuevas exigencias de la justicia social.
No hay constancia de que se haya aplicado esta legislación en algún momento, pero refleja bien el ideal de convivencia que se esperaba del pueblo de la alianza. Quizás tiene más de «ideal» que de praxis, es decir, tal vez era más utopía que ley, pero es clara su intención de querer evitar tanto el acaparamiento de la tierra como la consiguiente desigualdad social debida al enriquecimiento de un reducido grupo a expensas de la mayoría. Esto implica que el «año jubilar» se sitúa en un horizonte hacia donde el pueblo debe caminar. La actualización que entraña la «condonación de las deudas» en el Deuteronomio muestra que ese era el propósito.
Lev 25,1.8-17.
Hay dos realidades íntimamente relacionadas, el Año Sabático y el Año Jubilar. El leccionario solo se refiere al segundo, pero vale la pena tener presente en qué consiste cada uno.
1. El «Año sabático» (Lev 25,1-7, omitido)
La Ley preveía el descanso semanal para seres humanos y animales en la observancia semanal del sábado (cf. Exo 20,8-11; Deu 5,12-15); ahora también prevé un asueto para la tierra después de un determinado período, que también se pone en relación con el éxodo y la alianza. Esto no es ajeno a los usos y costumbres de entonces; una antigua costumbre oriental buscaba asegurar la fertilidad de la tierra suspendiendo por un tiempo su cultivo. Los israelitas la asumieron para poner la tierra en relación con el Señor, dueño absoluto de la misma, y con el culto a él.
Así como se «santifica» el sábado, hay que «santificar» este año. Se trata, en primer lugar, de una manumisión general, de no sembrar y de recuperar la propiedad de la familia. Durante ese año, se prohibía plantar, podar y almacenar frutos, pero se permitía, tanto al propietario como a los que de él dependían, tomar los frutos espontáneos. Al parecer, esta ley nunca se observó (cf. Lev 26,34-35; Jer 34,14), aunque luego fue restablecida (cf. 1Mac 6,49.53).
2. El año jubilar (Lev 25,8-55)
Recibe su nombre de «yôbel» (יוֹבֵל, «carnero», «cuerno de carnero»), que se usaba como trompeta con el fin de anunciar la inauguración del año. El leccionario omite los vv. 18-55.
El esquema temporal sigue el ritmo de las semanas, en este caso se hace un «cómputo de siete semanas de años», pasados los cuales, se «santificará» el año 49 o 50. Los intérpretes no se ponen de acuerdo, por las particularidades de la numeración hebrea, que a menudo incluía los números primero y último de la serie, es más probable que el número 50 designe la suma de 1+49, pero que, efectivamente, corresponda a 49 años. El año comenzaba el Día de la Expiación y constituía un período de emancipación (libertad para los esclavos: דְּרוֹר), en el que las propiedades alienadas debían regresar a manos de sus dueños enajenantes.
La enajenación de la propiedad se hacía por el valor del número de cosechas que iba a producir hasta el próximo jubileo. Dado que lo que se tenía en cuenta al momento de alienar la tierra era el número de años durante el cual esta iba a producir cosechas en beneficio del comprador, su precio de venta variaba en función de los años que faltaban para el próximo año jubilar, cuando la tierra debía regresar a manos del vendedor. De esta forma se enfatiza el carácter inalienable de la propiedad familiar, dado que esta había sido asignada a cada familia por el Señor.
La libertad de las personas (fruto y lección del éxodo) se tutelaba por la posesión de la tierra que les había sido repartida en herencia, pero no con dominio absoluto sobre ella, porque el dueño absoluto de la tierra es el Señor (cf. Lv 25,23). Este principio constituye una instancia inapelable para garantizar la equidad en la posesión de la tierra. Nadie podía venderla a perpetuidad. Nadie podía quedarse sin tierra de por vida. Así se pretende garantizar la libertad, la independencia y la autonomía de los israelitas. El asunto iba más allá de una transacción agraria, puesto que ponía en cuestión el derecho del prójimo y el respeto al Señor que los sacó de Egipto.
Este respeto por el derecho del prójimo y la soberanía del Señor garantizaba la tranquilidad para poseer «la tierra». Es decir, el respeto por la heredad familiar tutelaba la posesión tranquila que el pueblo entero tendría sobre «la tierra» que el Señor le había dado en herencia al pueblo. Cierto, la tierra era promesa del Señor, pero esa promesa implicaba de parte del pueblo una reciprocidad a la promesa («co-promesa»), es decir, un compromiso. Cumpliendo ese compromiso, el pueblo podría disfrutar de la generosa providencia del Señor más allá de toda previsión o de cualquier cálculo humano (cf. Lev 25,18-22, omitido).
Aunque la esclavitud se admitía en la época, no se consideraba la situación ideal. Por exigencia de la recuperación de la tierra, había que dejar libres a los esclavos, es decir, a los que se vendieron a sí mismos por no tener otro modo de pagar sus deudas (cf. Lev 25,23-32, omitido).
La condonación de las deudas se refería ante todo a las deudas de los pobres. El ideal era que no hubiera pobres en el país, porque Dios bendecía el territorio de forma generosa con ese fin (cf. Lev 25,35-38, omitido).
Toda esta legislación, que de algún modo pretende humanizar las relaciones de convivencia tan inhumanas de la época, muestran el empeño por procurar una nueva convivencia social, que sea fruto de la alianza del pueblo con el Señor.
Cuando Jesús proclama «el año de gracia del Señor» no invoca la ley sino la unción del Espíritu del Señor (יהוה) que sacó a Israel de Egipto. Y no protagoniza un éxodo como el de Moisés, ni una repartición de tierras como la de Josué. El Espíritu saca del mundo y lleva hasta la comunidad cristiana, en donde se comparten (no reparten) los bienes. Aquí todos son «pobres» para que no haya indigentes en la comunidad. Ese es el espíritu de las bienaventuranzas.
En el banquete eucarístico partimos el pan, lo compartimos y nos unimos en un solo cuerpo para «trabajar por el reino de Dios y su justicia», es decir, para crear una sociedad nueva en donde sea posible una convivencia humana justa y solidaria.
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.

Detalles

Fecha:
3 agosto, 2019
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