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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la III semana de Adviento

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (23,5-8):

MIRAD que llegan días —oráculo del Señor—
en que daré a David un vástago legítimo:
reinará como monarca prudente,
con justicia y derecho en la tierra.
En sus días se salvará Judá,
Israel habitará seguro.
Y le pondrán este nombre:
«El-Señor-nuestra-justicia».
Así que llegan días —oráculo del Señor— en que ya no se dirá: «Lo juro por el Señor, que sacó a los hijos de Israel de Egipto», sino: «Lo juro por el Señor, que sacó a la casa de Israel del país del norte y de los países por donde los dispersó, y los trajo para que habitaran en su propia tierra».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 71,1-2.12-13.18-19

R/. En sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.

V/. Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

V/. Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R/.

V/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén! R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24):

LA generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Emmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

18 de diciembre.
El segundo día de la octava previa a la celebración del nacimiento de Jesús nos remite al éxodo desde una nueva perspectiva, ya que pone el acento en el éxodo personal para que se cumpla la promesa del éxodo definitivo. La salida de Egipto se convierte en paradigma de todas las obras liberadoras y salvadoras de Dios en todos los tiempos y a favor de todos los pueblos. Pero no es una repetición, sino sorprendente revelación, porque esa gesta se supera cada vez que se renueva. La fuerza salvadora de Dios en cada nueva ocasión se manifiesta de un modo original y superior.
1. Primera lectura: promesa (Jr 23,5-8).
El texto contiene dos anuncios, precedido cada uno de ellos por el aviso: «Miren que llegan días –oráculo del Señor–…». El primero anuncia al Mesías; el segundo, el nuevo éxodo.
• El primero (vv. 5-6) anuncia «vástago» o «germen», un rey que será «legítimo» descendiente de David (cf. Zac 3,8; 6,12; Is 4,2), designación del Mesías tomada en préstamo de Jer 33,5; 33,15 e Is 11,1-2. Al llamarlo también «siervo», Zacarías muestra que este Germen se concibe como una figura mesiánica (cf. Is 49,5-6; 52,13; Ag 2,23). Este será prudente y administrará justicia (rectitud ante Dios) y derecho (rectitud hacia el prójimo), y en sus días Judá (reino del Sur) tendrá vida e Israel (reino del Norte) tendrá paz. Ese rey tendrá por nombre: «Señor, justicia nuestra», contra el nombre que ostentaba el rey entonces en ejercicio: Sedecías («Señor, justicia mía»). Cuando los «pastores» faltan a su deber (cf. Jer 22,13), el Señor en persona toma las riendas en sus manos (Sof 3,3-5), y eso es lo que hará por medio de este rey «legítimo», que, ante todo, habrá de ser lugarteniente suyo –ya que el verdadero rey de Israel es el Señor (cf. 1Sm 12,12)– y garante de un orden social justo. El mismo nombre del rey se le dará a la nueva Jerusalén (cf. Jer 33,16).
• El segundo (vv. 7-8) anuncia la actualidad de la actividad liberadora y salvadora del Señor en favor de su pueblo. Tras la amenaza del exilio, se vio la necesidad de insertar promesas de retorno (cf. Jer 3,18; 16,14-15; 31,7-9; Is 43,5-8). El destierro a Babilonia no constituirá una cautividad definitiva. Aunque será más dura que la esclavitud en Egipto, concluirá con una liberación más impresionante que el primer éxodo, porque este nuevo éxodo reiterará y superará el anterior. El Señor, que realizó el éxodo de Egipto realizará un nuevo éxodo, ahora de Babilonia. Y también «de todos los países adonde los expulsó». El pueblo fue conducido al destierro a causa de sus injusticias («pecados»), pero el Señor, compasivo y misericordioso, lo liberará por la fidelidad a sus promesas. O sea, él liberó y salvó en el pasado, pero puede hacerlo también ahora y en el futuro. Porque él es el Dios vivo.
2. Evangelio: cumplimiento (Mt 1,18-24).
El nacimiento de Jesús Mesías exige salir de los esquemas establecidos. Hacia él camina la historia pasada, pero en él se realiza una absoluta novedad. José es «justo», pero esa justicia no basta para recibir a Jesús. Hace falta admitir una intervención del Señor que es liberadora (papel del «ángel del Señor») y salvadora (obra del Espíritu Santo), que está por fuera de las posibilidades humanas: una libertad interior y una vida de origen divino que se obtienen más allá de lo que ofrecen la ley y la enseñanza de los maestros en las sinagogas los sábados. La salvación no consistirá en liberar al pueblo de otros pueblos, sino de los propios pecados. («salvará a su pueblo de los pecados»).
Por eso hay dos hechos-clave: la «doncella» (joven) del antiguo oráculo ahora es «virgen» (fiel); el «justo» (observante) según la ley es ahora el que, por fe, le pone nombre a esta nueva realidad («le pondrás de nombre Jesús»). María es «virgen» y, a la vez, está «encinta por obra del Espíritu Santo». La suya no es una fidelidad estéril, como la de los letrados y fariseos (cf. Mt 5,20), sino rebosante de una vida que procede del amor de Dios («Espíritu») y que realiza su comunión con él («Santo»). En su virginidad se cumple la promesa hecha a Abraham. José siente la insuficiencia de la «justicia» que ha aprendido y con la que está seriamente comprometido, por lo que busca la manera de seguir siendo justo sin descalificar la virginidad de María, hasta que la intervención de Dios («un ángel del Señor») lo libera de la justicia según la ley para acogerse a la gracia del don libérrimo del Espíritu Santo. Ahora comprende que él y su pueblo tienen necesidad de salvación a partir de la liberación interior («de sus pecados»). En esta nueva justicia se cumple la promesa hecha a «la casa de David» (cf. Is 7,13).
Es preciso hacer un nuevo éxodo («hizo lo que le había dicho el ángel del Señor») y acoger con fe el don de Dios («se llevó a su mujer a su casa»). José «se despierta» como de un letargo, y hace el éxodo de la Ley a la gracia llevándose a María a su casa. La «casa de David» se abre a la promesa hecha a Abraham, para que se cumpla como Dios lo había previsto, y no según las expectativas de «los hombres». José es descendiente de David y acepta que la promesa se cumpla por gracia, no por la observancia de la Ley; el Mesías es «acogido» (???????????) en la casa de Davidpor fe, no «engendrado», según las exigencias legales. Así tendrán que hacer todos los descendientes de Abraham, el creyente, y los súbditos de David, el rey.
La legitimidad del rey anunciado consiste en administrar la justicia para todos y realizar el nuevo éxodo. Anuncio que cumple Jesús. Y, para que se cumpla, se requiere la fe que manifiestan José y María. La fe de José se expresa en la emigración de la confianza puesta en las obras de la Ley a la aceptación de la salvación de los pecados por la gracia del Espíritu Santo a través de Jesús. Y la fe de María se expresa en su apertura a la obra del Espíritu Santo y en su fidelidad a Dios, incluso al riesgo de la infamia, para que Jesús tome «carne» y sea el salvador de su pueblo.
Esta es la fe que Dios espera de todo ser humano: que renunciando al apoyo que le brindan sus falsas seguridades («su justicia») se acoja al designio que él manifiesta en su palabra (cf. Mt 4,4), sin poner en duda su amor (cf. Mt 4,7) para realizar su reino, erradicando los reinos del dinero, del poder y del prestigio (cf. Mt 4,8-10), a fin de que los pueblos alcancen la verdadera libertad y la justicia para todos (cf. Mt 5,3-10).
Acoger a Jesús en la comunión eucarística exige esa fe, que se pone de manifiesto en la nueva andadura comunitaria, como la de José con María, unidos, no por la Ley, sino por Jesús.
¡Ven, Señor Jesús!
Feliz día.

Detalles

Fecha:
18 diciembre, 2018
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