Cargando Eventos

ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
  • Este evento ha pasado.

Martes de la III Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado nos hagan aceptables.

Lectura de la profecía de Daniel 3, 25-26. 34-43

Azarías tomó la palabra y oró así:

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, y digno de alabanza, que tu Nombre sea glorificado eternamente. No nos abandones para siempre a causa de tu Nombre, no anules tu Alianza, no apartes tu misericordia de nosotros, por amor a Abraham, tu amigo, a Isaac, tu servidor, y a Israel, tu santo, a quienes prometiste una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Señor, hemos llegado a ser más pequeños que todas las naciones, y hoy somos humillados en toda la tierra a causa de nuestros pecados.

En este tiempo, ya no hay más jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y así, alcanzar tu favor.

Pero que nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado nos hagan aceptables como los holocaustos de carneros y de toros, y los millares de corderos cebados; que así sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que nosotros te sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que confían en ti. Y ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro.

No nos cubras de vergüenza, sino trátanos según tu benignidad y la abundancia de tu misericordia. Líbranos conforme a tus obras maravillosas, y da gloria a tu Nombre, Señor.

SALMO RESPONSORIAL 24, 4-5a. 6-9

R/. ¡Acuérdate, Señor, de tu ternura!

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; Él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Cf. Jl 2, 12-13

Vuelvan a mí de todo corazón, porque soy bondadoso y compasivo.

EVANGELIO

Si no perdonan de corazón a sus hermanos, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35

Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”

Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Dame un plazo y te pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”.  El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”.  Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ” ¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El «culto» al Padre puede ser ocasión –como de hecho lo es– para ser juzgados y condenados por «los hombres» en la medida en que dicho culto implique una amenaza para la estabilidad de sus costumbres y tradiciones, o simplemente cuestione sus valores y su mundo de relaciones.
El ser humano tiene dos maneras de rendirle homenaje al Padre:
1. «Confesando» (reconociendo) sus obras –la creación, la liberación y la salvación– en favor de la humanidad, y dándole gracias («bendiciéndolo») por ellas.
2. «Confesando» (reconociendo) los propios pecados como infidelidad a la alianza y como causa de los propios males, dándole la razón a Dios («glorificándolo»).
El culto «en espíritu y verdad», propio de los verdaderos adoradores del Padre (cf. Jn 4,23-24), consiste en vivir y convivir teniendo como criterio de juicio y norma de conducta el amor que el Padre nos ha manifestado por medio de su Hijo.

1. Primera lectura (Dan 3,25.34-43).
Daniel y sus compañeros fueron preparados para el servicio del rey, sin tener en cuenta que ellos eran «servidores» del Señor. Daniel («Dios es mi juez»), Ananías («el Señor da gracia»), Misael («¿quién como Dios?») y Azarías («el Señor es mi ayuda») recibieron otros nombres que delatan la intención de ponerlos al servicio de otro: Daniel fue llamado Belzasar («¡Protege la vida del rey!»); Ananías fue llamado Sidrac («Iluminado por Aku», dios acadio); Misael fue llamado Misac («¿Quién como Aku?»); y Azarías fue llamado Abdénago («Siervo de Nebo», dios babilonio).
Sidrac, Misac y Abdénago están a punto de ser sometidos a «la prueba del fuego», a un juicio de aniquilación («fuego»: pena de muerte) por no admitir el culto al poder, simbolizado por la efigie del rey (cf. 3,1-21). Ellos declaran que el culto al Dios vivo no es negociable, ni siquiera al costo de la propia vida; tienen la promesa de que Dios los protegerá (cf. Isa 43,2), pero, incluso si no lo hiciera, tampoco le rendirán culto al poder. Su decisión es franca y firme.
Sometidos a la prueba del fuego, experimentan la protección del Señor. Y entonces Azarías ora al Señor haciéndose vocero de todos los israelitas. Lo llamaron Abdénago, pero él solo reconoce al Señor, y se incluye entre los que se reconocen sus «siervos» y «fieles» (cf. 3,33). Apela al Señor haciendo honor a su nombre hebreo. Su oración pasa de la honesta y humilde confesión de los pecados a la petición de misericordia, y de esta a la formulación del propósito de enmienda, y, al final (vv. 44-45, omitidos), pide que fracase el proyecto de sus enemigos.
La afligida confesión de pecados, reconociendo que no han cumplido las exigencias de la alianza, declara que el Señor es justo e inocente, en tanto que a su pueblo lo abruman su propia culpa y la vergüenza. Para pedir la misericordia divina, apela al honor de Dios, a su fidelidad a la alianza, a las promesas hechas a los patriarcas y, ante todo, a la triste situación del pueblo. Dado que no tienen oportunidad de ofrecer un culto ritual, Azarías propone el culto que al Señor le agrada: «un corazón quebrantado y un espíritu humillado» (cf. Sal 51,19), es decir, ellos mismos, con sus designios hechos trizas y su ímpetu dominado por el opresor; estos hechos los han llevado a la conclusión de que Dios tenía la razón. El propósito de enmienda es consecuente: en adelante, seguirlo de corazón, respetarlo y buscarlo solo a él. La súplica final pide que el Señor no los deje caer en la deshonra y que actúe a su favor con misericordia para honra de su Nombre santo.

2. Evangelio (Mt 18,21-35).
El anunciado reinado de Dios se manifiesta como una sorprendente manifestación de inmerecida e inesperada generosidad. Esta experiencia conduce al hombre a no fijarle límites a la generosidad humana, es decir, a no anteponer a dicha experiencia sus leyes o sus costumbres. La generosidad de Dios se convierte así en criterio de juicio y norma de conducta: ser generoso como él lo es.
La parábola que Jesús propone contrasta dos deudas y las actitudes de los respectivos acreedores:
Una de «diez mil talentos» (más o menos 360.000 kg de plata), cifra deliberadamente exagerada que pretende dar la idea de una deuda impagable. Representa la «deuda» del hombre con Dios, deuda que, ante todo, es de gratitud por la vida y todas sus demás bendiciones. De hecho, una deuda tan considerable corresponde a una generosidad que jamás tuvo en cuenta la capacidad de reembolso del deudor. Dios prodigó sus riquezas sin cálculos, pensando solo en el bienestar de sus creaturas. Así pondera Jesús la magnitud de la gracia divina.
La otra, de «cien denarios». El denario era el valor de un día de trabajo (cf. 20,2). En números cerrados: tres meses y diez días de jornal; era una deuda razonable. Representa la deuda del hombre con su prójimo, es decir, el debido respeto por el derecho ajeno según las exigencias de la alianza con Dios. Esto es lo que todo ser humano le «debe» a su semejante. En la perspectiva cristiana, esta «deuda» se expresa en términos de amor (cf. Rom 13,8; 1Jn 4,11). Así contrasta Jesús la misericordia del hombre con su semejante en comparación con la de Dios.
Jesús muestra que el Padre ha sido benefactor y generoso «sin esperar nada» (cf. Lc 6,35), y que esa munificencia suya es uno de sus atributos que sus hijos quieren apropiarse. Esta «imitación» del Padre no es impuesta, porque el que quiere ser hijo suyo la asume por admiración a él. Este es el sentido que tiene la «deuda» que el hijo adquiere, más consigo mismo que con el Padre.
El término «deuda» denota una obligación que una persona contrae libremente con otra, sin que esto implique sentimiento alguno de hostilidad entre ambas, distinto de «ofensa», que indica que, al menos, una de las partes se siente injuriada. Esto no siempre se tiene en cuenta en la traducción del padrenuestro, en donde se habla de «deudas» y no de «ofensas» (cf. 6,12).
Después, Jesús contrasta la ilimitada generosidad del «rey» (el Padre: cf. v. 35) con la insensible mezquindad del «compañero» (su «hermano»: v. 35), haciendo ver que la culpa de este consiste en no haber reproducido y prolongado la compasión de la que fue objeto.
El culto que el Padre «busca» y quiere encontrar es la imitación de su amor por parte de sus hijos, no la elaboración de una casuística que le ponga límites a ese amor. El planteamiento de «Pedro» pretendía ponerle límites al perdón fraterno y, por tanto, al amor cristiano.

«Perdón», en español, es un término compuesto por un prefijo («per») y un sustantivo («don»). En este caso, el prefijo indica intensidad, como en «perdurar» o «perseguir». Por consiguiente, «perdonar» denota la acción de hacer un don y connota la calidad exuberante de ese don, porque perdonar no es solo dar, sino también darse. Este don de sí mismo es lo que hace que el perdón sea culto «en espíritu y verdad», digno de un discípulo de Jesús y de un hijo de Dios.
Negarse a perdonar es negarse a compartir el amor generoso de Dios y, por eso mismo, cerrarse a recibirlo. Quien se rehúsa a perdonar se priva de ser perdonado, porque se cierra al Espíritu, de modo que se condena a sí mismo a la prisión en la que confina a los demás. Abrirse a dar el perdón es prestarse para que el amor del Padre llegue a otros a través nuestro.
Al recibir a Jesús en la eucaristía, después de orar con el padrenuestro y de darnos el saludo de la paz, tenemos eso presente. Recordamos que la reconciliación con Dios pasa por la paz con el hermano (cf. Mt 5,23-24).

Detalles

Fecha:
22 marzo, 2022
Categoría del Evento: