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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la IV Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

He visto el agua que brotaba del templo: y todos aquellos a quienes alcanzó esta agua han sido salvados.

Lectura de la profecía de Ezequiel 40, 1-9. 12

El ángel me llevó a la entrada de la Casa del Señor y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.

Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.

El hombre me dijo: “¿Has visto, hijo de hombre?”, y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.

Entonces me dijo: “Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente.

Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio”.

SALMO RESPONSORIAL 45, 2-3. 5-6. 8-9

R/. ¡El Señor está con nosotros!

El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar.

Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo. El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; Él la socorrerá al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Vengan a contemplar las obras del Señor, Él hace cosas admirables en la tierra.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Sal 50, 12a. 14a

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y devuélveme la alegría de tu salvación.

EVANGELIO

En seguida el hombre se sanó.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 5, 1-3a. 5-18

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo “Betsata”, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos.

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: “¿Quieres sanarte?”

Él respondió: “Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes”.

Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y camina”.

En seguida el hombre se sanó, tomó su camilla y empezó a caminar.

Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser sanado: “Es sábado.  No te está permitido llevar tu camilla”.

Él les respondió: “El que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y camina”“. Ellos le preguntaron: “¿Quién es ese hombre que te dijo: ‘Toma tu camilla y camina’?”

Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.

Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: “Has sido sanado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía”.

El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había sanado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Él les respondió: “Mi Padre trabaja siempre, y Yo también trabajo”. Pero para los judíos ésta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Afirma Juan –el Bautista– que Jesús es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29), o sea, el que libera de la complicidad con el sistema injusto. Esta liberación no es producto de una rebelión contra ese sistema, sino fruto espontáneo de la adhesión de fe a él: a su persona (amor), a su obra (compromiso) y a su mensaje (fidelidad).
Dicha adhesión a él conlleva la no menos espontánea ruptura con «el mundo», con sus valores y sus prácticas, es decir, el éxodo definitivo de la zona de la «tiniebla» y el alejamiento progresivo de las «obras de la tiniebla». Se trata de una liberación que arranca del interior de la persona y se manifiesta exteriormente, no en forma de antagonismo, sino en forma de libertad para amar.

1. Primera lectura (Eze 47,1-9.12).
El templo de la recién restaurada ciudad de Jerusalén se muestra como una corriente permanente, impetuosa y desbordante de vida que avasalla la muerte. Símbolo de la vida que Dios infunde a su pueblo y, por su medio, al mundo corrompido (o «mar de las aguas pútridas»), esta corriente es como un río que, en su recorrido, hace exitosa la vida de todo ser: los vegetales, los animales y los humanos. Y su fuerza vivificante jamás decae, permanece a lo largo del tiempo.
La dirección del flujo es más simbólica que geográfica (el Mar Muerto está localizado al sureste del templo); tal vez establece un contraste entre la aridez del oriente y la fecundidad que lleva el agua. Este torrente supera el Jordán, que es vadeable en varios lugares. Igualmente, contrastan la medida exacta e igual en cuatro oportunidades («mil codos») con el impetuoso crecimiento de la corriente que «depura» (רפא,ὑγιαίνω: LXX) las aguas del mar de las aguas «pútridas» (cf. 2Rey 2,19-22: רפא, ἰάομαι: LXX). En Exo 15,22-25 se refiere el hecho de un agua «amarga» (מַר) que provocó murmuración de parte del pueblo, y que Moisés endulzó con un leño. Así mismo se refiere otro hecho, en relación con Eliseo, que depuró también un manantial dañino para la vida (cf. 2Rey 2,19-22). El mar de las aguas pútridas es equiparado al «mar grande» (el Mediterráneo) a causa de la cuantía de especies marinas que contendrá una vez sea depurado. No obstante, sus marismas y esteros quedarán para producir sal, útil para el rito de los sacrificios legales, garantía de la perpetuidad de la alianza (cf. vv. 10-11, omitidos).
Ese torrente cambia el paisaje estéril en un paraíso poblado por todas las variedades de frutales, que dan cosecha permanente en razón de la calidad del mismo torrente. Los frutos comestibles y las hojas medicinales garantizan la calidad y la continuidad de la vida.

2. Evangelio (Jn 5,1-3a.5-16).
En la Biblia, la libertad no es un concepto filosófico, sino un modo concreto de vivir. Por eso, se expresa en términos de éxodo: facultad para salir y entrar (cf. Jn 10,9). Para realizar ese éxodo el hombre necesita ser capaz de caminar, es decir, requiere gozar de autonomía. Este relato ilustra el éxodo de Jesús:
1. Haciendo al hombre consciente de su realidad.
El proceso que Jesús impulsa parte de la realidad y de sus interpretaciones por parte del hombre. Él tiene su propia visión y su propia interpretación, pero no las impone. Escucha y propone.
• Primero, toma nota de la realidad del hombre: su postración y el largo tiempo de su vida que esta postración lo ha aquejado. En aquel tiempo, una generación se contabilizaba en 40 años; los 38 de «su enfermedad» indican que la mayor parte de su existencia ha carecido de real libertad.
• Luego, le pregunta por sus aspiraciones; concretamente, si anhela su propio bienestar (ὑγιής: goza de bienestar). Quiere suscitar así en él el anhelo de plenitud de vida, ya que la propuesta de Jesús requiere que el ser humano «quiera» libremente realizarla («¿quieres ponerte sano?»).
• Enseguida, escucha lo que el hombre piensa de su propia situación, la forma como la entiende y las soluciones que supone. Él piensa que depende de otros y, concretamente, de las esporádicas «agitaciones» populares, que no liberan. No conoce la piscina de Siloé (cf. Jn 9,7).
2. Dándole al hombre fuerza y libertad.
El individuo está inserto en un contexto, pero este no anula su libertad, solo la condiciona hasta cuando el individuo, estimulado por Jesús, piensa y decide por su cuenta.
• La institución que gobierna se desentiende de esa muchedumbre cuya vida está menguada («los enfermos»): ciegos, tullidos, resecos. La «tiniebla» (ideología oficial) ciega, invalida la libertad de acción («tullidos»: cf. Isa 35,6) y priva de vida al pueblo («resecos», como esqueletos: cf. Eze 37). Las tres categorías se refieren al pueblo privado de libertad por los poderes opresores.
• El enfermo anónimo personifica a esa multitud que es como la generación que no entró en la tierra prometida (cf. Deu 2,14 LXX: «treinta y ocho años»): va a perecer sin alcanzar la salvación. Pero la enfermedad es «suya», él es responsable de la misma por haber aceptado la idea de que esa institución que lo incapacita y abandona está actuando conforme al designio divino.
• Jesús lo llevó a declarar que lo que él busca es su bienestar (ὑγιής), y le hizo ver que este no ha de depender de agitación popular alguna, sino de darle su adhesión de fe a él, en lugar de dársela a la institución que lo oprime. Le indica lo que es capaz de hacer por sí mismo (levantarse, tomar la camilla y caminar), y el enfermo lo hace. Así alcanza su «bienestar». Ahora ya no está postrado, sino erguido; no depende de la camilla, él la lleva; no está detenido, goza de libertad.
3. Liberando al hombre de la Ley.
La interpretación de la Ley de Moisés por parte de los círculos de poder la convirtió en recurso para perpetuarse en el poder y anular la libertad. Jesús le restituye su potencial liberador.
• La Ley, en manos de los dirigentes, se convirtió en obstáculo a la libertad, ya que ellos se valen de ella para oprimir, y así le impiden al hombre hacerse dueño de su destino.
• El hombre «curado» (θεραπεύω: iniciativa liberadora de Jesús) opone la Ley a la persona y a la palabra de Jesús, en tanto los jefes insisten en poner la Ley por encima del bien del hombre.
• Jesús encuentra al hombre en el templo y le hace ver que el pecado consiste en seguir adherido a esa institución injusta («el templo»), que subordina la libertad humana a la Ley.
Entonces el hombre da testimonio con franqueza y libertad ante sus antiguos opresores, y declara que su nueva libertad procede de Jesús. Se manifiesta listo para realizar el éxodo, saliéndose de la institución opresora y dándole su adhesión a Jesús.

Jesús libera sin bulla ni publicidad. Él no es un caudillo de desesperados. Dado que los dirigentes no lo aceptaron, él cambió de método: se dirigió al pueblo que sufre y que está privado de vida, lo desligó de la Ley que lo esclavizaba, y le comunicó vida y fuerza interior a ese pueblo, sin la pretensión de acaudillar una rebelión. Le quitó adeptos a la institución mostrándoles un camino de plenitud y capacitándolos para proceder con libertad («levántate, carga con tu camilla y echa a andar»). Él no impone lo que hay que «hacer», sino que, con la fuerza de su Espíritu, capacita al ser humano y le hace ver el amplio margen de posibilidades que tiene para «ser». El hombre sale del «mundo» y se integra al nuevo orden («sanado»).
En la celebración de la eucaristía Jesús nos dirige su palabra y nos comunica su fuerza. Quien da fe a su palabra y se nutre de su «carne» adquiere la auténtica libertad.

Detalles

Fecha:
29 marzo, 2022
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