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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Martes de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año II.

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Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (18,9-10.14b.24-25a.30–19,3):

En aquellos dias, Absalón fue a dar en un destacamento de David. Iba montado en un mulo, y, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina copuda, se le enganchó a Absalón la cabeza en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que cabalgaba se le escapó.
Lo vio uno y avisó a Joab: «¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!»
Agarró Joab tres venablos y se los clavó en el corazón a Absalón. David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela subió al mirador, encima de la puerta, sobre la muralla, levantó la vista y miró: un hombre venía corriendo solo.
El centinela gritó y avisó al rey. El rey dijo: «Retírate y espera ahí.» Se retiró y esperó alli.
Y en aquel momento llegó el etíope y dijo: «¡Albricias, majestad! ¡El Señor te ha hecho hoy justicia de los que se habían rebelado contra ti!»
El rey le preguntó: «¿Está bien mi hijo Absalón?»
Respondió el etíope: «¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!»
Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! iHijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!»
A Joab le avisaron: «El rey está llorando y lamentándose por Absalón.»
Así la victoria de aquel dia fue duelo para el ejército, porque los soldados oyeron decir que el rey estaba afligido a causa de su hijo. Y el ejército entró aquel día en la ciudad a escondidas, como se esconden los soldados abochornados cuando han huído del combate.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 21,26b-27.28.30.31-32

R/. Te alabarán, Señor, los que te buscan

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre. R/.

Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R/.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,21-43):

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le djo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

2Sam 18,9-10.14b.24-25a.30-19,3.
Absalón fue a parar casualmente frente a un destacamento de David; montaba en un mulo, que era la montura propia de reyes y príncipes; este, al meterse debajo de una encina copuda provocó que accidentalmente la cabeza de su jinete se enganchara en su ramaje y quedara suspendido (tal vez desnucado) mientras el mulo huyó. Al ser el mulo cabalgadura de reyes o príncipes (cf. 2Sam 13,29; 1Rey 1,33); esta escapada del mulo no es mera anécdota; deja sobreentendido que Absalón perdió no solo su cabalgadura, sino su principado, y que se le escapó también el reino.
Le avisaron a Joab, quien –después de discutir con su informante porque no lo remató– lo ultimó personalmente, seguido por sus diez escuderos; enseguida hizo sonar el cuerno para detener la persecución y sepultó el cadáver de Absalón en un hueco bajo un enorme motón de piedras. En Deu 21,23 –texto posterior a estos hechos, pero que seguramente no los ignora– está escrito que «Dios maldice al que cuelga de un árbol», alusión a los ejecutados que eran colgados de un palo para advertencia general, y al hecho de cubrir sus cadáveres con «un montón de piedras» (cf. Jos 7,26) –al menos los de los extranjeros– como para retenerlos allí (cf. Jos 8,29; 10,27; 2Sam 4,12). Joab lo había traído del exilio pensando que su venida despejaba el enigma de la sucesión y que constituía una solución para el futuro del reino de David; ahora lo ha eliminado como amenaza a la estabilidad del naciente reino de Judá. El relato no afirma ni niega que Absalón se hubiera enredado en la encina a causa de su famosa cabellera, que constituía un orgullo para él (cf. 14,26); esa es la lectura tradicional, pero sin apoyo textual concluyente.
En aquella época, las noticias de la guerra se recibían de dos modos: un mensajero, enviado por el general, traía la «buena noticia» de la victoria a la población defendida, y recibía las «albricias», una gratificación, a modo de propina; pero un tropel de fugitivos era, de suyo, el anuncio de un desastre. Al avisarle a David que se veía en lontananza un mensajero, dedujo que la noticia era positiva; al haber un segundo mensajero –aislado también– entendió que la noticia se ratificaba como buena, impresión que confirmó cuando supo el nombre del primero, Ajimás. Pero luego, el segundo, un cusita, le disipó su duda y le confirmó sus más profundos temores: Absalón murió en la refriega (cf. vv. 31-32, omitidos).
David se mostró devastado con la noticia de la muerte de Absalón. De la muerte del hijo recién nacido se repuso, pero la de Absalón lo abatió visiblemente. Se alejó del personal, se aisló en sus aposentos y, mientras subía hacia estos, prorrumpió en llanto y dio rienda suelta a su dolor. Hasta este momento, cuando se refería a él, lo llamaba «el muchacho»; ahora, «hijo mío» resuena ocho veces. Es evidente que la exclusión de David del campo de batalla (cf. vv. 1-4), la pública solicitud que les hizo a sus generales de cuidar la vida del «muchacho» (cf. v. 8) y su manifiesta reacción de dolor por la muerte de Absalón tienen el objetivo de descartar toda culpa de parte de David en la muerte de su hijo, lo cual hubiera significado una grave descalificación en su contra. Esto no obsta para que David comprenda que el reino no vale el precio de un hijo, y que perder este hijo es volver a experimentar en su propia vida la sentencia de muerte que él comunicó a Natán.
La noticia del abatimiento del rey cundió entre la tropa, comenzando por el general en jefe, Joab, quien se había encargado de la ejecución de Absalón. Y no solo fue motivo de desconcierto para los oficiales, sino para todo el ejército, que se sintió desmoralizado por la actitud del rey. La tropa entró en la ciudad como cuando los ejércitos regresan en fuga, avergonzados y vencidos, y entran a escondidas en la ciudad.
Fue preciso que Joab, su general en jefe, le hiciera un enérgico reproche y obligara a David a dar la cara. No podía hacerles sentir la victoria como una derrota; no podía manifestar reproche por la muerte de Absalón, sin expresar su gratitud por haberlo defendido a él y al resto de sus hijos de una muerte segura a manos de Absalón; no podía darle a entender a la tropa que el rey habría preferido que pereciera su propio ejército con tal de que se salvaran Absalón y sus tropas. Estas palabras hicieron reaccionar a David, quien le dio la cara a su gente (cf. vv. 5-9, omitidos).
La traición de Absalón le dolió mucho a David. Casi nada se dice de la traición de su hombre de confianza, su consejero Ajitófel. Ambos murieron colgados, pero en tanto que Absalón murió de manera accidental, y sin el honor de morir combatiendo, Ajitófel se suicidó. Al margen de los evidentes pecados de David, oponerse al designio de Dios y tratar de desvirtuar su promesa es condenarse a la propia destrucción. Es preciso dejar constancia de que no todo es equivalente. David había rogado al Señor que hiciera fracasar los planes de Ajitófel, y Jusay, amigo y espía de David, se encarga de hacerlos fracasar manejando el egoísmo de Absalón.
La muerte de Judas se describe como la de Ajitófel (cf. Mt 27,5): es una muerte infamante. Así también se describe la de Absalón, aunque este no ejecutó su propia sentencia. Aquí parece que se escucha un eco de las palabras de Jesús: «¡Ay de ese hombre que va a entregar al Hijo del Hombre!» (Mt 26,24). Traicionando los auténticos valores humanos, se frustra la propia vida. A todas luces, se ve que no es venganza de Dios ni del «destino», es consecuencia de las opciones hechas en contravía de la promesa de Dios.
Comulgar con Jesús es afirmar la propia vida en la suya, que es indestructible, a prueba de muerte.
Feliz martes.

Detalles

Fecha:
4 febrero, 2020
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