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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la octava de Pascua

PRIMERA LECTURA

Conviértanse y háganse bautizar en el Nombre de Jesucristo.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles  2, 36-41

El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos:

Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías.

Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: Hermanos, ¿qué debemos hacer?

Pedro les respondió: Que cada uno de ustedes se convierta y se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquéllos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar.

Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.

Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.

SALMO RESPONSORIAL  32, 4-5. 18-20. 22

R/. La tierra está llena del amor del Señor.

La palabra del Señor es recta y Él obra siempre con lealtad; Él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Nuestra alma espera en el Señor; Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en Ti

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO   Sal 117, 24

Aleluya.

Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. Aleluya.

EVANGELIO

He visto al Señor y me ha dicho estas palabras.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   20, 11-18

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron:

Mujer, ¿por qué lloras?

María respondió: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió:

Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.

Jesús le dijo: ¡María!

Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: ¡Raboní!, es decir, ¡Maestro! Jesús le dijo: No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes”.

María Magdalena, fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras.}

La reflexión del padre Adalberto Sierra

La vida de fe es un proceso que hay que completar. Al principio, la predicación de los discípulos, influida por la mentalidad legalista de la piedad farisea, era de tipo moralizante, como la de Juan Bautista (exigencia de enmienda y de bautismo con agua para perdón de los pecados), razón por la cual solo producía adhesiones cuantitativas, pero no la prometida efusión del Espíritu Santo.
El evangelista describe cómo pasa un discípulo de «la tiniebla» de la muerte a la «luz de la vida», cómo vence el temor a la muerte para dar fe a Jesús resucitado: no por la profesión de una teoría, sino por la praxis del amor; no por el saber especulativo, sino por el encuentro vivo y personal con el Señor resucitado.

1. Primera lectura (Hch 2,14a.36-41).
Según la secuencia descrita por Pedro, Jesús primero subió al cielo, después Dios lo sentó a su derecha, y finalmente lo constituyó Señor y Mesías. Esta secuencia no concuerda con lo narrado por Lucas en su Evangelio. Se aprecia, pues, una diferencia entre Lucas como narrador y Pedro, como personaje de su obra. Así Lucas permite que Pedro se exprese. En Lc 9,20 Pedro lo había declarado «Mesías de Dios», pero su muerte en la cruz dio al traste con su esperanza mesiánica nacionalista; ahora revive dicha esperanza, y con ella su nacionalismo. La sola bajada del Espíritu no ha cambiado su mentalidad, que aparece oscilando entre la universalidad de la promesa y su restricción al solo pueblo de Israel. Esta oscilación marca su personal proceso de conversión.
El auditorio reacciona compungido y le pregunta qué tienen que hacer, en alusión a la pregunta que le hicieron a Juan Bautista las multitudes judías, los excluidos de Israel y los foráneos (cf. Lc 3,11.12.14). Pedro se sitúa en el horizonte mental del precursor: exige arrepentimiento-enmienda y bautismo con agua para el perdón de los pecados, prometiendo por esto el don del Espíritu Santo. Es una visión sincretista del mensaje: se supone que se adhieren a Jesús por ese bautismo de enmienda, pero que no van a recibir enseguida el Espíritu por esa adhesión, sino en un futuro indeterminado. No obstante, los ciento veinte sí habían recibido el Espíritu Santo sin tal requisito (cf. 1,15; 2,1-4). Lucas muestra que Pedro todavía no tiene clara la experiencia vivida.
Sin embargo, al hablar del Espíritu Santo, vuelve a la promesa para los israelitas y para todos los paganos. La exhortación a ponerse a salvo de «esta generación malvada» (cf. Deu 32,5; Lc 3,7) se refiere ahora la sociedad judía, sugiriendo que esta no entrará en la tierra prometida. Según esto, el amor del Espíritu vence la resistencia interior de Pedro, este vuelve al anuncio original y asume de nuevo la causa de Jesús: los excluidos de la tierra. La promesa se concreta ahora en el don del Espíritu Santo, anuncio con el que Pedro retoma las palabras de Jesús (cf. Lc 24,49).
Hay una aceptación masiva de «sus palabras» y de su propuesta de bautismo en agua, pero no se constata la prometida efusión del Espíritu Santo. La tarea resulta realizada a medias. Sin efusión del Espíritu Santo, no hay amor universal –es decir, sintonía con Jesús–, sino «arrepentimiento» de sus pecados. Esto los deja en la situación en la que los entregó Juan Bautista. No hay fe, sino, a duras penas religión. Por eso Lucas no dice que creyeron, sino que «aceptaron sus palabras».

2. Evangelio (Jn 20,11-18).
María permanece triste junto al sepulcro y no aparenta tener consuelo. A pesar de que sabe que Jesús no está en el sepulcro, insiste en permanecer junto al mismo. Y muy a pesar de que Jesús advirtió que su muerte causaría una breve tristeza pero que él volvería, para darles una alegría que nadie les podría arrebatar, María Magdalena persiste en su propósito de encontrarlo junto al sepulcro. Ella necesita recorrer el camino desde la «tiniebla» de la muerte hasta la luz de la vida.
• Los «ángeles», o sea, los mensajeros del cielo, con su vestimenta («blanco»: victoria y gloria) y su postura («sentados»: posesionados del que fuera espacio de la muerte) buscan hacerla tomar conciencia de que su llanto carece de sentido. Pero ella insiste, porque está buscando un cadáver y no a un viviente. La «tiniebla» la ofusca, desvía su búsqueda e impide su encuentro con Jesús.
• Hay un primer movimiento de María –incompleto: «se volvió hacia atrás»– que le permite ver a Jesús vivo, de pie, resucitado, pero, como ella busca un muerto, no lo identifica, no lo logra ver. El dominio que sobre ella ejerce «la tiniebla» es tal que «viendo no ve», y por eso no puede dar el paso de la fe ni beneficiarse de la acción restauradora de Jesús (cf. Jn 12,39-40).
• Sólo después de que Jesús pronuncia su nombre, ella da la vuelta completa (se «convierte»), es decir, le da la espalda al sepulcro, y se produce el encuentro entre ella y él. Esto significa que para poder ver a Jesús resucitado e identificarlo como tal, es necesario convertirse a él mediante un encuentro personal (por nombre propio), cara a cara, con él, encuentro que se produce a medida que se «sale» de la esfera de la tiniebla y reconoce a Jesús como su Señor (רַבּוּנִי: «Señor mío»), tratamiento que le daban los discípulos al maestro (equivalencia que propone Juan) y la esposa a su esposo, posible alusión a María como discípula modelo y en alianza de amor con Jesús.
Una vez realizado el encuentro, todavía María debe superar otro obstáculo. Lo reconoce como su «Maestro»–«esposo», y entonces ella se abraza a él. Pero Jesús le dice que lo suelte, que aún no es la hora del abrazo definitivo, porque este abrazo definitivo será en la casa del Padre. Ahora le toca a ella salir a la misión, que comienza por anunciar la buena noticia a los hermanos, hijos del mismo Padre (por tener el mismo Espíritu) y creyentes del mismo Dios, el Dios de la vida. Hay que advertir que Jesús se refiere primero al Padre y después a Dios. Esto significa que su comunidad solamente reconoce como Dios al que ha conocido como Padre a través de su Señor, Jesús, el que le da vida por el don del Espíritu.
María sale a cumplir el encargo, pero aún no se nos dice cuál fue la reacción de los destinatarios a su testimonio y a su mensaje; eso queda en suspenso.

Por segunda vez se constata que ni el sepulcro vacío, ni el testimonio de las Escrituras (en el episodio anterior), ni el mensaje de los enviados («los ángeles»), les dan motivos suficientes para creer en la resurrección del Señor. Tampoco es la aparición en sí, sino el encuentro por nombre propio, o sea, personalmente, el que lleva a la experiencia del Señor resucitado. Dicho en otros términos, se trata de encontrarse con una persona y no de convencerse de una idea. Perdemos nuestros esfuerzos los evangelizadores cuando pretendemos convencer a otros de la resurrección del Señor. Lo que hay que procurar es el encuentro con el Señor resucitado. En otras palabras, no somos propagandistas de la resurrección, sino testigos del resucitado.
De ahí el valor que tiene la eucaristía como banquete (comunitario) sacramental (memorial) del Señor resucitado. Es la celebración de la comunidad formada por los que tenemos la experiencia de que Jesús vive, y la actualización en la vida personal y comunitaria del compromiso por amor con su obra en fidelidad a su mensaje. Realidades que en él se dan cita: su persona, su obra y su mensaje, porque «la Palabra se hizo hombre» (Jn 1,14).
Y la comunión eucarística es nuestro encuentro con el Señor resucitado para cualificar nuestro testimonio y renovar nuestra misión.

Detalles

Fecha:
19 abril, 2022
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