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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la séptima semana de Pascua / Visitación de la Virgen María

PRIMERA LECTURA 

El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti.

Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18. 

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal.

Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta. Yo aparté de ti la desgracia, para que no cargues más con el oprobio.

SALMO RESPONSORIAL Is 12, 2-3. 4b-6.

R/. ¡Es grande en medio de ti el Santo de Israel!! 

Éste es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; Él fue mi salvación.

Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Lc. 1, 45.

Aleluya.

Feliz de ti, Virgen María, por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. Aleluya.

EVANGELIO 

¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-56 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de

alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

María dijo entonces:

“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquéllos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre”.

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Desde el siglo XIII se encuentra la celebración de esta fiesta entre los franciscanos. La fiesta fue introducida en esa orden en el año 1263 por san Buenaventura, general de la Orden Franciscana, específicamente para su práctica en dicha orden mendicante.
El papa Bonifacio IX (1389-1404) la introdujo en el calendario oficial de la Iglesia. No se trata de un acontecimiento anecdótico (ajeno al mensaje del evangelio), sino evangelio en sí mismo, totalmente centrado en la persona de Jesús, que muestra su acción santificadora (liberadora y salvadora) ya desde su entrada en el mundo, a través de su madre, que aquí personifica la Iglesia, la «cristófora», como dijeron algunos padres de la Iglesia, la portadora del Mesías. Inicialmente, la fiesta se celebró el 2 de julio. El Concilio Vaticano II la trasladó al mes de mayo.

1. Primera lectura (So 3,14-18).
En el monte Sion es llamado «monte del Señor» por su relación con el templo (cf. Isa 2,3), y por eso se supone que es morada de santidad, o sea, lugar en el que no se comete el mal (cf. Isa 11,9). La firmeza del monte sirve de analogía para ponderar la firmeza del creyente y, particularmente, la de la ciudad de Jerusalén (cf. Sal 125,1-2). Esta ciudad es llamada «hija de Sion», lo que equivale a «hija del templo», y se refiere a la población que a la vez que custodia el templo adora al Señor.
La ciudad de Jerusalén representa al pueblo entero, que es destinatario de una gozosa noticia de liberación, cumplimiento histórico del «día del Señor»: la expulsión de los tiranos y el reinado del Señor «dentro de ti», para disiparle todo temor
El profeta le anuncia a la población la misericordia del Señor apartando de la misma los «cargos» que pesaban en su contra y alejando de ella la amenaza que significaban sus enemigos, de modo que ya no tenga que temer mal alguno.
El Señor que reina dentro de la ciudad es comparado como un soldado victorioso que le garantiza seguridad y tranquilidad, que se goza y alegra con ella, que le renueva su amor, que danza e invita a la ciudad a danzar con él, porque apartó de ella la desgracia y la humillación. Es un anuncio de gozosa liberación y de feliz reconciliación.
La forma como el profeta la invita al regocijo sin límites es evocada posteriormente en el «saludo» del ángel Gabriel a María, aunque con motivaciones diferentes.

1. Primera lectura (Rm 12,9-16b).
El amor cristiano es fundamento de una nueva convivencia humana. Parte de la sincera ruptura con lo malo y la firme adhesión a lo bueno.
Se manifiesta en el amor fraterno que se traduce en el esmero por valorar positivamente al otro y rivalizando en estimarse unos a otros. Su actividad es incesante y sin pereza, con disponibilidad permanente, con espíritu incansable en el servicio, al estilo del Señor, aprovechando la ocasión oportuna. Su ánimo es de solidaridad; por eso, su alegría constante y su compasión permanente, gracias a la esperanza en las promesas del Señor. Es siempre firme en la dificultad, saca su fuerza de la oración, por eso comparte solidariamente las necesidades de sus hermanos y es acogedor.
Siempre bendice (desea el bien), jamás maldice (desea el mal), ni siquiera a los perseguidores. Es solidario con los demás en las buenas circunstancias y también en las adversas. Siempre en busca de la unidad, renunciando a lo que genere desigualdades. Y nunca muestra altivez.
El servicio que María le presta a Isabel en su «visitación» es entrega de sí misma en el testimonio de «las maravillas de Dios» (cf. Lc 1,46.49; Hch 2,11) y comunicación del Espíritu Santo tanto a ella como a la criatura en su vientre. Aunque María estuvo en el nacimiento de Juan («ya tiene 6 meses…»: Lc 1,36; «se quedó con ella 4 meses»: 1,56), su presencia será totalmente discreta.

2. Evangelio (Lc 1,39-56).
En el relato de la visitación, la figura de María es un ícono de la Iglesia evangelizadora.
La declaración de «sierva del Señor» se concreta en la presurosa puesta en marcha para servir a Isabel. Ha oído que Isabel está próxima a dar a luz y se dispone a servirle si haber sido llamada, le basta saber que necesita de su ayuda y se apresura a ofrecérsela. «Sierva del Señor» no es título vacío, sino disposición interior y actitud visible en la actividad servicial.
Su «saludo» es eco del «saludo» que ella recibió del ángel (cf. 1,29); se lo apropió, y le transmite a Isabel la buena noticia que ella recibió. Comunica el Espíritu Santo a la criatura y a su madre. Esto deja entender que la buena noticia transmite el Espíritu, y que ella lo había recibido también, y que, al transmitir ese «saludo», puede comunicárselo a Juan y a Isabel.
Al tiempo que la criatura de Isabel salta con la alegría de la liberación (cf. Sal 113,4.6; Mal 3,20), alegría que presagia la inevitable ruina del invasor opresor (cf. Jer 27/50, 11). Isabel se llena con el Espíritu de profecía que colma y unge profeta a su hijo (cf. 1,15), y explica más adelante que el salto que ha dado la criatura en su vientre es de alegría (cf. 1,44)
Isabel, movida por el Espíritu Santo, presta su voz al profeta que lleva en sus entrañas, profetiza e interpreta los hechos: María es «bendita entre las mujeres», el fruto de su vientre es bendición de Dios para todo el pueblo (cf. Deu 7,13), María es declarada la madre del Mesías («mi Señor»: cf. Sal 110/109,1), pero su mayor dicha es la de haber creído en él.
La dicha que Isabel declara de María como creyente se debe a que ella ha creído que lo que le han dicho de parte del Señor se cumplirá. Se refiere a la promesa de Dios (cf. 24,49) que tendrá su plena realización cuando el Mesías resucite y ascienda al cielo, y los suyos reciban el Espíritu Santo para ser sus testigos en todo el mundo (cf. Hch 1,4-5.8).
María profetiza también e interpreta la historia: el Señor ha sido fiel a su alianza y ha cumplido sus promesas de liberación y salvación; también anuncia su intervención definitiva para cumplir plenamente sus promesas instaurando un mundo nuevo, a cambio del mundo injusto que hasta entonces continuaba vigente.
• En la primera parte de su cántico (vv. 46-50: María habla en primera persona), en nombre del pueblo, alaba a Dios por su grandeza y exterioriza su alegría por causa del Dios al que llama «mi Salvador» (cf. Sal 25,5; Miq 7,7; Isa 12,2), tema del cántico.
• En la segunda, declara cumplidas las profecías y las promesas de salvación.
• En la tercera, declara la fidelidad de Dios al pueblo y a los patriarcas y sus descendientes.

Recibir a Jesús y salir presurosamente a dar testimonio de su presencia y actividad liberadora y salvadora en la vida personal de quien lo recibe es una sola realidad. María nos hace ver que la misión brota de la fe. Si faltara la misión, sería indicio de carencia de fe. Y, si faltara la fe, faltaría el impulso imprescindible para la misión. La visitación de María se quedaría sin esa proyección eclesial que supone su celebración.
Lo que muchos bautizados experimentan es que la comunión eucarística es su energía para dar testimonio, de obra y de palabra, con la fuerza del Espíritu Santo, que van comunicando con su «saludo». Lamentablemente, existen bautizados que han reducido su bautismo a una expresión religiosa, en vez de ser una opción de fe. Por eso, aunque sean bautizados, carecen de ímpetu y de mística misionera. Que la eucaristía de hoy nos dé estímulo y fuerza para proclamar también nosotros la grandeza del Señor.

Detalles

Fecha:
31 mayo, 2022
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