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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

Mons. Luis José Rueda, nuevo Cardenal | Informe especial con los mejores momentos desde el Vaticano

 
 
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Martes de la undécima semana del tiempo ordinario

PRIMERA LECTURA

Has hecho pecar a Israel.

Lectura del primer libro de los Reyes  21, 17-29

Después que murió Nabot, la palabra del Señor llegó a Elías, el tisbita, en estos términos: “Baja al encuentro de Ajab, rey de Israel en Samaría. Ahora está en la viña de Nabot: ha bajado allí para tomar posesión de ella. Tú le dirás: Así habla el Señor: ¡Has cometido un homicidio, y encima te apropias de lo ajeno! Por eso, así habla el Señor: En el mismo sitio donde los perros lamieron la sangre de Nabot, allí también lamerán tu sangre”.

Ajab respondió a Elías: “¡Me has sorprendido, enemigo mío!” “Sí, repuso Elías, te he sorprendido, porque te has prestado a hacer lo que es malo a los ojos de Señor. Yo voy a atraer la desgracia sobre ti: barreré hasta tus últimos restos y extirparé a todos los varones de la familia de Ajab, esclavos o libres en Israel. Dejaré tu casa como la de Jeroboám, hijo de Nebat, y como la de Basá, hijo de Ajías, porque has provocado mi indignación y has hecho pecar a Israel. Y el Señor también ha hablado contra Jezabel, diciendo: Los perros devorarán la carne de Jezabel en la parcela de lzreel. Al de la familia de Ajab que muera en la ciudad se lo comerán los perros, y al que muera en despoblado se lo comerán los pájaros del cielo”.

No hubo realmente nadie que se haya prestado como Ajab para hacer lo que es malo a los ojos del Señor, instigado por su esposa Jezabel. El cometió las peores abominaciones, yendo detrás de los ídolos, como lo habían hecho los amorreos que el Señor había desposeído delante de los israelitas.

Cuando Ajab oyó aquellas palabras, rasgó sus vestiduras, se puso un sayal sobre su carne, y ayunó. Se acostaba con el sayal y andaba taciturno. Entonces la palabra del Señor llegó a Elías, el tisbita, en estos términos: “¿Has visto cómo Ajab se ha humillado delante de mí? Porque se ha humillado delante de mí, no atraeré la desgracia mientras él viva, sino que la haré venir sobre su casa en tiempos de su hijo”.

SALMO RESPONSORIAL     50, 3-6a. 11. 16

R/. ¡Ten piedad, Señor, porque hemos pecado!

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos.

Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas. ¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia!

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO    Jn 13, 34

Aleluya.

“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros, así como Yo los he amado”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Amen a sus enemigos.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo   5, 43-48

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

La reacción del Señor ante la muerte de Nabot no se hace esperar. El rey Ajab y su mujer han provocado la «cólera» del Señor, es decir, su enérgica reprobación de la felonía que acaban de cometer. Por «cólera del Señor» se entienden dos realidades: su inflexible censura de la injusticia, y las consecuencias que produce dicha injusticia en quienes la cometen. Esto último se expresa generalmente en términos de «castigo»; es decir, las secuelas de la injusticia se interpretan como castigo de Dios. Esa interpretación se debe al escaso desarrollo que tiene todavía el concepto de responsabilidad humana.
Muchos autores han hecho notar las semejanzas entre este pasaje y el de la muerte de Urías, el hitita, por instigación de David (cf. 2Sam 12). El adulterio de David equivale a la idolatría del rey Ajab (inducido por su mujer); el leal e inocente Urías está aquí representado por el fiel y piadoso Nabot; y así como el pecado de David es denunciado por el profeta Natán, el crimen de Ajab es denunciado por el profeta Elías; la prórroga concedida a David también se le concede a Ajab; el «castigo» alcanzará a los hijos de los reyes injustos. Pero también señalan diferencias: Elías no es profeta cortesano, como Natán, sino opositor del rey Ajab y su corte; Natán sigue ejerciendo su cargo, en tanto que Elías es llamado «enemigo» por Ajab; la dinastía de David tiene una garantía previa, y por eso sobrevive, en tanto que la de Ajab es «barrida». Un hecho sí queda establecido en ambos relatos: el Señor interviene en favor del débil denunciando el atropello del poderoso.
La mayor parte de los estudiosos está de acuerdo en que los vv. 23-24.25-26 son verosímilmente adiciones posteriores a la primera redacción del relato.

1Rey 21,17-29.
La muerte de Nabot tiene aún otra connotación. Habida cuenta de lo dicho por el profeta Isaías («La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel»: 5,7), la renuencia de Nabot a entregarle su viña al rey, y por él a Jezabel, entraña su fidelidad al Señor, al impedir que la heredad del Señor pasara a manos impías, y también lealtad a su pueblo, al resistirse a los igualmente denunciados insaciables acaparadores de terrenos (Isa 5,8).
Algunos autores del siglo XX afirmaron que el derecho consuetudinario vigente en Galilea en la época de Jesús establecía que, cuando el dueño de una propiedad desaparecía sin dejar herederos, la propiedad pasaba a manos de quien primero llegase a ocuparla. Y entendieron que esta fue la razón por la que Jezabel urgió a Ajab a ocupar la viña, y este se apresuró a hacerlo (cf. 21,15-16), pero también esa fue la razón por la que Elías lo sorprendió en ese acto de posesión.
El Señor tomó la iniciativa y envió a Elías a denunciarle su crimen a Ajab, asesino y ladrón, y a anunciarle su «castigo», es decir los resultados de sus actos. El rey reaccionó llamando «enemigo mío» a Elías, pero no se atrevió a negar su delito. El profeta le reprochó haberse «vendido», y le anunció lo que sería su «castigo»:
• Primero, le anunció una muerte semejante a la de Nabot. El cronista posterior, sin importarle que los hechos se dieran en distintos lugares, relata que Ajab fue herido de muerte por un soldado cualquiera –lo que es ignominioso para un rey (cf.22,34)–, que «los perros lamieron su sangre» y que unas prostitutas se lavaron con su sangre, mezclando la sangre real con su sangre menstrual –lo cual se considera un atroz insulto a la memoria del rey (cf. 22,38)–. En resumen, el rey tuvo una muerte más deshonrosa que la que Jezabel, con la venia real, había urdido contra Nabot.
A ese anuncio de una muerte semejante a la de Nabot, el rey respondió desafiante, y el profeta lo apostrofó como cómplice de la reina por haberse vendido «haciendo lo que el Señor reprueba» (21,20). Enseguida, le anunció dos «castigos» más, uno contra su familia y el otro contra su casa:
• Se quedará sin descendencia, pues habrá una gran mortandad masculina, tanto de libres como de esclavos (cf. 1Sam 25,22; 1Rey 14,10), lo cual implica la aniquilación de la fuerza de combate, ya sea entre los soldados del reino (libres), como entre los incondicionales de la familia (esclavos). Esto significaba la aniquilación, al menos parcial, de la transmisión de la vida (varones).
• Jezabel y los demás partidarios de Ajab sufrirán el mismo castigo (cf. 2Rey 9,30-37). La «casa», es decir, la dinastía, por culpa de Ajab, sufrirá una muerte afrentosa como las de las casas de los reyes Jeroboam (cf. 15,29) y Basá (cf. 16,11), cuyos descendientes fueron exterminados: «los que mueran en poblado, los devorarán los perros, y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo». La razón de esa sentencia, según Elías, la idolatría que él impulsó con su mujer Jezabel. Por eso, se añade el anuncio de la muerte de Jezabel. Los vv. 25-26 ponderan la culpa del rey y de la reina comparándolos con los amorreos (los «cananeos»).
Ajab dio muestras de arrepentimiento al rasgar sus vestiduras, vestirse de sayal, hacer ayuno y mostrarse taciturno. Este arrepentimiento del rey lo libró personalmente, pero tanto su mujer como su descendencia prolongaron las mismas acciones, sin arrepentirse, y por eso a estos ese «castigo» los alcanzará.
En otras oportunidades, la historia de los reyes deja constancia de que el Señor difiere o evita el «castigo» que los reyes se procuraron con sus maldades en atención a alguna buena acción hecha antes o después de la falta, o al arrepentimiento manifiesto de los mismos (cf. 11,12; 2Rey 20,17-19; 22,18-20). Esto revela un tratamiento diferente –hoy diríamos «personalizado»– de la falta, lo que establece una diferencia importante entre quienes tenían una alianza con el Señor y los que estaban sometidos al «destino» que se notificaba en las religiones paganas. No se trata de una relación implacable de causa a efecto; el amor del Señor introduce una variable, incluso en el caso de los «pecadores» (cf. Ose 14,2-9; Jer 3,12-15), porque él sabe perdonar.
Por eso, no es sorprendente que el Señor se fije –antes que el profeta– en las manifestaciones de arrepentimiento del rey y llame la atención de Elías sobre esas manifestaciones, para notificarle que él ha decidido perdonar al rey. No obstante, el daño hecho tendrá sus repercusiones sobre la casa real y sobre la entera casa de Israel.

El Señor es siempre inflexible ante la injusticia, pero flexible ante el arrepentimiento. La idolatría se adueña del corazón humano y lo induce a cometer homicidios, robos y humillación en contra de sus semejantes. El Señor reprueba esos crímenes, pero, si el hombre se arrepiente y corrige, él no le niega su perdón.
Siempre tendremos una oportunidad de cambio y enmienda delante del Señor. No hay razón para desesperar a causa de la gravedad de nuestros pecados; ni tampoco para desesperar a causa de los pecados de los otros.
El Señor mantiene abiertos sus brazos y permanece dispuesto a acogernos. Esa es la experiencia que, como pecadores, tenemos del amor del Señor. Lo que él no tolera es la farsa de aparentar el bien obrando el mal, ni el descaro de llamar bueno a lo que es malo, o viceversa.
Y eso lo tenemos presente en la celebración de la eucaristía. Antes de recibirla, reconocemos que no podemos alegar méritos para ello, que nos acercamos a comer del pan de vida en calidad de pecadores arrepentidos y perdonados. No nos sentimos mejores que los que no comulgan, sino agraciados por un amor que nos fue revelado, que aceptamos, que nos liberó de nuestro pecado y que nos está salvando. Por eso nos resulta tan fácil perdonar.

Detalles

Fecha:
14 junio, 2022
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