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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la V Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Todo el que haya sido mordido, al mirar la serpiente de bronce, quedará sano.

Lectura del libro de los Números    21, 4-9

Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!”

Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.

El pueblo acudió a Moisés y le dijo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes”.

Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: “Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un mástil. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará sanado”.

Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un mástil. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba sano.

SALMO RESPONSORIAL    101, 2-3. 16-21

R/. ¡Señor, escucha mi oración!

Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor; no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto, cuando te invoco.

Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria: cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella; cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria.

Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor: porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre.

EVANGELIO

Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    8, 21-30

Jesús dijo a los fariseos:

“Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde Yo voy, ustedes no pueden ir”.

Los judíos se preguntaban: “¿Pensará matarse para decir: ‘Adonde Yo voy, ustedes no pueden ir’?”

Jesús continuó:

“Ustedes son de aquí abajo, Yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, Yo no soy de este mundo.

Por eso les he dicho: “Ustedes morirán en sus pecados”.

Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.

Los judíos le preguntaron: “¿Quién eres Tú?” Jesús les respondió: “Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar.

Pero Aquél que me envió es veraz, y lo que aprendí de Él es lo que digo al mundo”.

Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada”.

Mientras hablaba así, muchos creyeron en Él.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

«Salvar» es infundir vida. «Amar» es entregar libremente la propia vida. La «salvación» es amor en acción. Dios es «salvador», como Padre que es, comunicando su propia vida como don, para que los salvados por él tengan vida eterna (cf. Jn 3,16-17). La salvación exige la libertad, porque el amor solo puede darse en libertad. Por eso, después de meditar en la actividad liberadora de Dios, meditamos ahora en su actividad salvadora.
Jesús no «salva» (da vida) por una acción de poder, exterior al hombre, sino por la acción interior de su entrega, que provoca la fe, adhesión de parte del hombre, y permite la infusión del Espíritu Santo en el «corazón». El hombre ha de enfrentar sus miedos, sobre todo el miedo a la muerte, y mirar al crucificado como fuente de vida definitiva, como lo hacemos los cristianos.
Quienes miran la cruz con horror y pavor se quedan solo en la superficie del asunto, su mirada es exterior, no percibe la verdad integral. Es verdad que la cruz de Jesús muestra con espanto el extremo al que es capaz de llegar el odio del mundo. Pero no es menos cierto que ella manifiesta hasta dónde es capaz de llegar el amor de Dios, y no en abstracto, ni con romanticismo, sino en su capacidad de derrotar el odio y de superar el dolor.

1. Primera lectura (Núm 21,4-9).
Para comprender mejor este relato hay que tener en cuenta que en hebreo se da un parentesco entre «serpiente» (נָחָשׁ) y «bronce» (נְחֺשֶׁת) con el verbo «adivinar» (נחשׁ); y, también, recordar que «rebelarse» contra Dios, en el Antiguo Testamento, no significa oponer resistencia a una tiranía, sino resistirse a la iniciativa liberadora del Señor.
El relato se sitúa en el desierto. El pueblo rescatado se desanima, siente extenuante el camino y se pone a difamar la liberación de la que está siendo beneficiario. En vez de un camino de vida, ve una «trampa» de muerte, el maná le parece miserable. No ve el amor que lo libera y lo lleva a la tierra de la vida, «tierra espaciosa, que mana leche y miel» (Éxo 3,8; cf. Núm 14,8; Deu 31,20).
El relator le atribuye a Dios las consecuencias de la maledicencia del pueblo: surgen en medio del pueblo «las serpientes, los serafines» (literalmente: הַנְּחָשׂים הַשְּׂרָפִם), seres mitológicos de origen egipcio, representados como serpientes con alas, que engalanaban el trono del faraón. O sea, la maledicencia genera el pánico supersticioso de que los dioses protectores del faraón van a llevar al fracaso el éxodo del Señor. La mordedura de «los serafines» se entiende mejor cuando se tiene en cuenta que «serafín» (שָׂרָף) evoca un nombre, «jefe» (שַׂר), que se predicaba de un general que representaba al rey (en este caso, al faraón), y, además, está emparentado con el verbo «quemar» (שָׂרַף), que aquí describe el tormento del veneno de esas serpientes. Se trata, entonces, del miedo aún no superado a los ejércitos del faraón.
Esto hace que muchos «mueran» (caigan en el engaño) y desistan. Cuando el pueblo reconoce su pecado y recurre a la intercesión de Moisés, el Señor le indica a este que haga para sí un serafín (שָׁרָף) y lo coloque en un estandarte (hebreo, נֵס; griego, σημεῖον: cf. Lc 2,34) para que todo el que sea mordido viva al verlo inerte. Moisés, sin embargo, hace una serpiente (נָחָשׁ) de bronce, que cumple ese cometido. Aquí se trata de enfrentar («ver») el propio miedo con fe en el Señor y con confianza en la guía de Moisés. Esto le dará vida al pueblo. Y lo que era causa de muerte, por esa fe y esa confianza, se convierte en causa de vida.

2. Evangelio (Jn 8,21-30).
En este fragmento aparece tres veces en labios de Jesús la expresión «yo me marcho» (ἐγὼ ὑπάγω: vv. 21, bis. 22) y tres veces también la expresión «yo soy» (ἐγὼ εἰμὶ: vv. 23.24.28). En la primera se refiere a su muerte; en la segunda, a su condición divina («soy de arriba»: v. 23). Su muerte se presenta como algo consciente y voluntario, una marcha que él emprende. Su condición divina se presenta en contraste con la complicidad de sus enemigos con el «mundo», el orden opuesto al ámbito celeste, «arriba», en donde habita el Padre.
Jesús les advierte a los judíos que van a eliminarlo que su verdadero problema no es él, sino el odio que sienten contra él, ya que –al contrario– él es quien los puede salvar. El pecado que los llevará a la muerte («el pecado del mundo») es la actividad que ellos realizan cuando reprimen o suprimen la vida humana, oponiéndose así al proyecto de Dios. Jesús les explica que pertenecen a dos ámbitos diferentes: él, a la esfera «de arriba» (el reino de Dios); ellos, a la «de abajo» (el «mundo»). Él posee el Espíritu, ellos carecen de él. Si fueran hijos, serían libres (cf. 8,34-35). Por eso no son capaces de seguirlo, porque son incapaces de darse (amar); por no reconocer al Padre no son hijos ni son libres.
La muerte de Jesús les mostrará su amor, porque él es desapegado y libre de dar la vida para que los demás tengan vida. Jesús habla de su muerte como de un éxodo voluntario («yo me voy»), y se les propone para que crean en su condición divina («yo soy»). La partida (muerte-glorificación) demostrará que dicha condición divina no es una pretensión infundada. Cuando ellos lo levanten a él –como Moisés la serpiente en el desierto (cf. 3,14-15; 8,25)– comprenderán que él actuaba y hablaba guiado por el amor del Padre, y que el Padre no lo abandona en la muerte, sino que lo acoge consigo. Ellos verificarán que él no es su enemigo, sino que todo lo que ha hecho es por encargo del Padre y con su respaldo. Y Jesús, «levantado», los atraerá a todos hacia sí (cf. 12,32). «Levantado» se refiere a la vez a su crucifixión y a su resurrección o exaltación.
Sus palabras provocan nuevas adhesiones.

Mirar con fe al crucificado no es fijar la mirada en un fetiche. Es considerar la muerte de Jesús, coherente con el amor que ha testimoniado, como camino de la plenitud definitiva. El verdadero amor da vida, y la da cuando es entrega de sí mismo, y no mero suministro de cosas. Jesús en la cruz desafía tanto el odio asesino como la muerte. Quien lo mira con fe se adhiere a ese desafío del mismo modo que él, amando hasta el don total de sí mismo.
Los miedos intoxican la vida y la convivencia llenando de desaliento a los individuos y los grupos; actúan como un fuego que reduce a cenizas hasta los más preciados sueños de libertad y de vida de las personas. Ese es el veneno que inoculan las distintas «serpientes» (mentiras) que intentan neutralizar el éxodo. La superstición del poder potencia esos miedos hasta el punto de hacerlos insoportables: obligan a ceder. El mayor de esos miedos es el miedo a la muerte. Jesús, libre para amar, por la libre entrega de su vida al servicio liberador supera ese miedo y nos invita a que lo hagamos nosotros como lo hizo él, confiando en el amor salvador del Padre.
En la eucaristía, Jesús se da a sí mismo; no nos promete cosas que nosotros podríamos alcanzar con nuestro esfuerzo. La eucaristía es el don de sí mismo como culto al Padre, dador de vida; es decir, es acción de gracias por el don de la vida recibida, y el que la recibe entra de modo libre en esa dinámica de donación para hacerse solidario con Jesús. Por eso hablamos de «comunión eucarística», comulgamos con Jesús en esa entrega que es gratitud por la vida recibida.

Detalles

Fecha:
5 abril, 2022
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