Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-13):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos (los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte”; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.»
Palabra del Señor
Martes de la V semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El ritual de la dedicación del templo por parte del rey Salomón se desarrolló según el esquema siguiente: a) Convocación y ritos iniciales (vv. 1-13), b) bendición a la asamblea, acción de gracias al Señor y súplica por la monarquía (vv. 14-27), c) súplicas del rey para siete casos específicos en el futuro (vv. 28-53), d) bendición a la asamblea y exhortación a la fidelidad (vv. 54-61), e) ritos finales: celebraciones por ocho días y despedida.
El centro del ritual está en las súplicas para los siete casos específicos previstos para el futuro:
1. Mantener vigente la promesa hecha a David (vv. 28-30).
2. Hacer justicia entre los israelitas (vv. 31-32).
3. Perdonar el pecado del pueblo (vv. 33-34).
4. Levantar los castigos y enviar la bendición (vv. 35-40).
5. Escuchar al extranjero no residente (נָכְרִי) respetuoso (vv. 41-43).
6. Escuchar al pueblo en la guerra contra su enemigo (vv. 44-51).
7. Atender siempre la oración del rey y del pueblo (vv. 52-53).
En las súplicas para los siete casos previstos aparecen las relaciones entre cielo y templo, y entre oración por parte del hombre y escucha de parte de Dios. En muchos casos se puede determinar un esquema básico: calamidad (o pecado), conversión y petición, perdón y liberación.
El texto que hoy se lee está tomado de la bendición inicial (b) y del centro de dicho ritual (c), en lo que se refiere a la súplica para que el Señor escuche las oraciones que el rey y el pueblo hagan en dicho templo.
1Ry 8,22-23.27-30
El rey aparece ahora orando ante Dios y asumiendo funciones de carácter sacerdotal. Antes del exilio, los reyes no eran solo jefes militares y políticos, sino que en ocasiones podían desempeñar el oficio de sacerdotes, tal como lo sugiere aquí la mención del «altar». Eran intermediarios entre Dios y el pueblo. Después se hará la separación de la realeza y el sacerdocio (cf. Eze 45-46).
• «De pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea», el rey «extendió las manos al cielo». Esta actitud típica de oración implica las palabras de súplica y el gesto de las manos con las palmas abiertas hacia arriba, en actitud de recibir. El orante pide con manifiesta confianza de ser escuchado. Salomón alabó al Señor por su insuperable fidelidad a la alianza con sus vasallos, siempre que estos caminen en su presencia. Su invocación no declaró la unicidad del Señor como Dios, pero sí su excelencia: ninguno de los que se dicen dioses se le podría comparar.
• Reconoció la fidelidad del Señor a la promesa que le hizo y le cumplió a David («con tu boca se lo prometiste, con la mano se lo cumples hoy») y le pidió que la mantuviera en favor suyo, en su condición de descendiente de David (cf. también vv. 24-26, omitidos).
• Confesó su asombro y el del pueblo ante la inaudita ocurrencia de que Dios –a quien ni el cielo puede contener– vaya a habitar en la tierra en un templo edificado por él. La pregunta que hace prepara al oyente para resolver de un modo diferente la cuestión que plantea. La destrucción del templo en el año 587 –que el autor jamás pierde de vista– y la presencia de Dios en medio del pueblo –fuertemente subrayada antes del exilio– requieren otra explicación: los altos cielos son insuficientes para contener a Dios, ciertamente, así que es impensable que lo contenga un edificio en la tierra, pero el creyente que ora en el templo tiene la seguridad de que Dios lo escucha en el cielo, porque él mismo lo ha querido así; en el templo estará su «nombre», es decir, su presencia viva y activa (cf. 8,17.28-30; Deu 12,5). De este modo, el autor supera el rústico concepto de la gran mayoría de sus compatriotas antes del exilio respecto de la presencia del Señor en el templo (cf. Jer 7,1ss), y que causaba desazón en muchos de ellos después del destierro.
Hay una cierta analogía entre el cielo y el templo en cuanto a su incapacidad para contener ellos la realidad divina. El Señor «no cabe» en el cielo, a pesar de su amplitud; tampoco «cabe» en el templo, limitada construcción humana que el rey ha hecho edificar. Y enseguida pasa a declarar la finalidad del templo como casa de oración:
• En primer lugar, es casa de oración para el rey, en cuanto responsable del pueblo de Dios. Y pide que El Señor vigile día y noche allí y que se incline a las oraciones que el rey allí le formule, lugar en el que él quiso que residiera su nombre, oraciones que Salomón le dirigirá para gobernar con sabiduría y acierto el pueblo, como ya se lo había pedido antes en Gabaón (cf. 3,6-9).
• En segundo lugar, es casa de oración del pueblo con su rey, y por eso pide que desde la morada celeste (más que desde dentro del mismo templo) Dios escuche y perdone al pueblo. La oración de Salomón manifiesta la conciencia de que la presencia de Dios no se limita al templo, ya que lo desborda. La petición de que el Señor «escuche» y «perdone» mira hacia el pasado del pueblo.
• El templo aparece ante todo como casa de oración, no como lugar de sacrificios. Se observa que no se hace mención del templo como lugar para el ofrecimiento de holocaustos y sacrificios (según 8,64, estos se ofrecen «delante del templo»), aunque explica que esto se dio por el tamaño del altar de bronce, demasiado pequeño para la cantidad de los dones ofrecidos.
Por ser casa de oración, Salomón pide al Señor que también escuche al extranjero que venga a orar en este templo (cf. 1Rey 8,41-43). Por eso Isaías podrá afirmar después: «mi casa es casa de oración, y a mi casa la llamarán (reconocerán) todos los pueblos Casa de Oración» (Isa 56,7). Esa apertura universal es digna de mención y rescate en la comunidad cristiana, que debe ser el lugar de encuentro de todos los seres humanos. Así se completan dos notas básicas del templo: la oración con Dios y la universalidad.
Llamar «casa de oración» al templo no es solo darle ese nombre, sino asignarle esa función, hacer del templo un lugar de diálogo con Dios. Esto no se logra con estrépito, sino con el silencio de la escucha y la comunicación en voz baja, media o alta, mentalmente, con el canto, el gesto o la presencia quieta, pero comunicación con él. Es la oración que se dirige a un Dios que «escucha», que «inclina el oído», porque ama y se complace dando vida. Este silencio de escucha vale mucho más que elocuentes discursos sobre la oración.
Es necesario que así sean nuestras celebraciones eucarísticas. La algarabía de las voces y el sonido altísono de los instrumentos musicales no sustituyen la fe y el amor. La acción del Espíritu Santo está en la alegría de los hijos que se saben amados, en la de los hermanos que se aman entre sí, y en el gozo íntimo de quienes tributan al Padre el culto «en Espíritu y fidelidad» (cf. Jn 4,23).
Feliz martes.