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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Martes de la VII semana del Tiempo Ordinario. Año I

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (2,1-11):

HIJO, si te acercas a servir al Señor,
permanece firme en la justicia y en el temor,
y prepárate para la prueba.
Endereza tu corazón, mantente firme
y no te angusties en tiempo de adversidad.
Pégate a él y no te separes,
para que al final seas enaltecido.
Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,
y sé paciente en la adversidad y en la humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro,
y los que agradan a Dios en el horno de la humillación.
Confía en él y él te ayudará,
endereza tus caminos y espera en él.
Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia
y no os desviéis, no sea que caigáis.
Los que teméis al Señor, confiad en él,
y no se retrasará vuestra recompensa.
Los que teméis al Señor, esperad bienes,
gozo eterno y misericordia.
Los que teméis al Señor, amadlo
y vuestros corazones se llenarán de luz.
Fijaos en las generaciones antiguas y ved:
¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?,
o ¿quién perseveró en su temor y fue abandonado?,
o ¿quién lo invocó y fue desatendido?
Porque el Señor es compasivo y misericordioso,
perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia,
y protege a aquellos que lo buscan sinceramente.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 36,3-4.18-19.27-28.39-40

R/. Encomienda tu camino al Señor, y él actuará

V/. Confía en el Señor y haz el bien,
habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón. R/.

V/. El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agostarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambre se saciarán. R/.

V/. Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.
Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá. R/.

V/. El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):

EN aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Martes de la VII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Ben Sirá explica primero que la sabiduría procede del Señor (1,1-10) y, luego, que para adquirirla hay que respetar al Señor («temer al Señor»). Este «temor del Señor», a la vez respeto y amor, es gloria y honor, gozo y júbilo, vida digna, próspera, duradera y fructuosa para el que lo profesa (cf. Sir 1,11-21). El respeto por el Señor es exigente; en particular, exige ser dueño de sí mismo, dominio que el pecador no cultiva, ya que es cualidad de hombres libres, fieles y humildes. Esto indica que la sabiduría es para vivir y convivir (cf. Sir 1,22-27).
A partir de ahí, explica a continuación cómo adquirir y cómo cultivar el respeto al Señor. En la raíz del mismo está la sinceridad; si no la hay, el Señor descubre toda falsedad: Esa es la condición inicial. La hipocresía está descartada, al igual que la soberbia (cf. Sir 1,28-30).
El «homo sapiens» que delinea el autor es un «viviente conviviente», cuyo saber vivir y convivir le viene del Señor, que es su Creador. Como creatura, el ser humano está habilitado para «saber» vivir humanamente, y para «saber» convivir solidariamente; esa sabiduría propia de su condición de creatura se potencia con la sabiduría revelada por el Señor, la Ley.
Sir 2,1-13.
La sabiduría del israelita contrasta con la sabiduría del mundo helénico, por eso, vivir sabiamente requiere de unas actitudes básicas para mantenerse en el «respeto al Señor». El texto propuesto hoy a nuestra consideración enumera tres:
1. La valentía.
La sabiduría es servicio al Señor. Y este servicio exige un corazón firme, valiente. El autor piensa en la prueba (?????????) que supone el contraste entre la sabiduría de la Ley y la filosofía griega. No hay que temer a la adversidad, al contrario, hay que adherirse más firmemente al Señor para resultar enaltecido por él. La aceptación es determinante: el que se acerca a servir al Señor sabe que este servicio tiene unas exigencias y requiere unas calidades. Acepta las exigencias para que se aprecien en él dichas calidades. Además, así como el oro se acrisola en el fuego, los elegidos del Señor se aquilatan en la prueba, sea la que sea: enfermedad o pobreza (la incertidumbre de la vida). «El horno de la pobreza» resulta ser prueba de calidad, en vez de la supuesta maldición de Dios que se le atribuía. Se trata, pues, de enfrentar dignamente privaciones de esa índole (pobreza o enfermedad), sin renunciar por ellas a la prometida fidelidad a la Ley del Señor.
2. La confianza.
La sabiduría se testimonia mostrando seguridad en que el Señor ayudará y allanará el camino del justo. La ayuda del Señor se deriva de su fidelidad a la promesa; el que prometió la vida, ayudará a conservarla y a disfrutarla. El camino del justo es recto, los senderos de los impíos, tortuosos; el justo experimenta la oposición de los impíos poniéndole trampas en el camino, pero el Señor le allana el camino al justo para que permanezca fiel. Los que «temen» (respetan) el Señor pueden esperar en su misericordia (amor expresado en apoyo), porque él los sostendrá de modo que no se aparten de él y no vayan a fallar. Es preciso mantener la confianza en que él dará a cada uno oportunamente su recompensa («salario») y no la diluirá en el tiempo. El respeto del Señor induce a la confianza, y esta lleva a esperar bienes, gozo perpetuo y misericordia. Se trata de mantener hacia el futuro la persuasión de que el Señor es fiel a su promesa, que no abandona a sus fieles, y que les remunerará su lealtad.
3. La paciencia.
La sabiduría aprende de la historia, porque ella condensa la experiencia del pueblo. Las Escrituras dan testimonio de la historia de los hombres de fe. El Señor jamás ha defraudado a nadie que haya confiado en él; el que esperó en él nunca resultó abandonado, el que pidió su ayuda siempre fue escuchado. Con el que sufre, el Señor se muestra «clemente» (?????????), o sea, compasivo, y «misericordioso» (???????), o sea, solidario: «él perdona el pecado y salva del peligro». En caso de debilidad humana («pecado») él no rechaza ni castiga, sino que perdona; en caso de fragilidad o vulnerabilidad («peligro»), él no desampara ni se rehúsa, sino que ayuda. Se trata de mantener el aguante, resistiendo en la adversidad, porque está comprobado que el Señor no abandona.
En consideración a esas tres actitudes básicas del respeto al Señor, el autor lanza, entonces, tres imprecaciones:
• ¡Ay del corazón cobarde! El hombre que se acobarda se vuelve ambiguo, sus acciones son tímidas («manos desfallecidas») y su camino incierto («va por dos caminos»).
• ¡Ay del corazón desconfiado! El que se niega a confiar en el Señor –y por eso desfallece– se priva a sí mismo de la protección del Señor («no alcanzará protección»).
• ¡Ay de los que se rinden! (v. 14, omitido). El que pierde el aguante y desfallece en la esperanza, porque desconfía de la promesa, se priva del futuro («¿qué hará cuando venga el Señor?»)
La sabiduría no es solo un título de predilección por parte de Dios y un motivo de gloria para el israelita, es igualmente una exigencia de coherencia. Y esta exigencia puede volverse duramente apremiante en muchos de los casos. Ser sabio a la manera del Señor en la culta sociedad de corte helénico era exponerse al juicio soberbio de quienes presumían de tener la última palabra, porque se creían más sabios que los demás. Esto sin contar con que la sabiduría que procede del respeto al Señor conduce a llevar un género de vida que los filósofos griegos censuraban como estupidez. Por eso, la «prueba» de la que habla el autor era doblemente exigente. El israelita no tenía otro apoyo que el Señor y el testimonio de su corazón, confiando en que el Señor remuneraría su lealtad. Pero tenía otra prueba: su reivindicación por parte del Señor no sería inmediata, podía demorarse; había que tener el aguante, la paciencia, para resistir hasta cuando él manifestara su compasión y su misericordia. No le era lícito desertar.
El cristiano vive hoy una prueba que le exige una confianza más radical y aguante a prueba de toda suerte de vejámenes: cargar la cruz. La única fuerza que puede sostenerlo en la «via crucis» es la que procede del Señor Jesús, su Espíritu. Cuando el discípulo sigue a su Señor, lo hace a través de esa vía dolorosa que lo lleva a la luz de la resurrección, por gracia del Espíritu del Padre y del Hijo. Gracia que se renueva en la celebración del memorial del Señor.
Feliz martes.

Detalles

Fecha:
26 febrero, 2019
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