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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Miércoles de la cuarta semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Resérvame a Saulo y a Bernabé.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles    12, 24—-13, 5

La Palabra de Dios se difundía incesantemente. Bernabé y Saulo, una vez cumplida su misión, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando consigo a Juan, llamado Marcos.

En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores, entre los cuales estaban Bernabé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca Herodes, y Saulo.

Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: “Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado”.

Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.

Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre. Al llegar a Salamina anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y Juan colaboraba con ellos.

SALMO RESPONSORIAL    66, 2-3. 5-6. 8

R/. ¡Que los pueblos te den gracias, Señor!

El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones.

Que todos los pueblos te den gracias. Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra.

¡Que los pueblos te den gracias, Señor, que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO    Jn 8, 12

Aleluya. 

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la Vida”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Yo soy la luz y he venido al mundo.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   12, 44-50

Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en Aquél que me envió. Y el que me ve ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.

Al que escucha mis palabras y no las cumple, Yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que Yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.

Porque Yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y Yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

El «éxodo» del Padre es diferente del nuestro. Él sale de sí mismo en virtud de su libertad para darse por amor; nosotros salimos de nosotros mismos liberados por el Espíritu Santo para amar como el Padre siguiendo a Jesús. Nuestra libertad de amar es recibida; la del Padre, propia de él.
La aceptación de los alcances que tiene la universalidad («catolicidad») de la misión no es intuitiva ni espontánea, sino fruto de un largo proceso de apertura al Espíritu de Jesús, a veces en notoria oposición a la educación y a la cultura de los misioneros. En este caso, la resistencia espiritual (o psicológica) se manifiesta con fuerza en Pablo, de quien Lucas se ocupa en adelante y cuyo caso de conversión va a ilustrar para que quede como lección para las generaciones futuras.
Para verificar que uno ha aceptado la invitación de Jesús, hay que comenzar preguntándose si esto es algo tan íntimo y personal que pertenece en exclusiva al ámbito subjetivo, o si hay hechos objetivos que identifican al seguidor del Señor. Jesús proporciona unos criterios:
• La aceptación del Padre como Dios, que se traduce en la conducta propia de un «hijo» suyo.
• La adhesión a él, que saca de la «tiniebla» y se manifiesta en un diferente modo de pensar.
• La aceptación libre de sus exigencias, que muestra una persona comprometida con su obra.
• La afirmación del origen divino del mensaje que él propone, guardándolo con total fidelidad.

1. Primera lectura (Hch 12,24-13,5a).
Concluye la primera parte del libro de los Hechos con la noticia de que, a raíz de la conversión de Pedro, el mensaje de Dios se extiende universalmente. Y ahora Bernabé y Saulo, después de entregar la colecta (cf. 11,27-30) se regresan de Jerusalén (aunque parece que Lucas sugiere que solo Bernabé deja Jerusalén atrás), en compañía de Juan Marcos, el evangelista.
La comunidad de Antioquía representa muy bien la Iglesia cristiana. Su constitución incluye un grupo mixto de tres profetas:
• Bernabé. Su nombre era José, chipriota de origen; su sobrenombre, arameo (hebreo: Barsabá).
• Simeón el Negro, nombre arameo y sobrenombre latino; de raza negra y de origen africano.
• Lucio, natural de Cirene; nombre de origen latino.
Y dos maestros:
• Manaén, nombre hebreo, criado con Herodes Agripa.
• Saulo, judío nacido en Tarso, ciudadano romano. Nombre hebreo (Saúl) en su forma griega.
El uso del verbo griego λειτουργέω, que Lc refiere al culto judío (cf. Lc 1,23: λειτουτγία), sugiere que el Espíritu Santo interrumpe un culto de esa naturaleza («ayunando»: cf. Lc 5,33-35) para urgirlos a la misión. De la lista, escoge al primero de los profetas (Bernabé) y al último de los maestros (Saulo), y con esta escogencia indica cuáles son los dos componentes esenciales de la misión (anuncio y enseñanza), dándole la prioridad al anuncio respecto de la enseñanza (nombra primero a Bernabé y después a Saulo). Y urge a la iglesia enviarlos a la «obra» a la que los destinó, obra que consiste en «abrirles a los paganos la puerta de la fe» (14,26-27). A pesar de esto, la comunidad insiste en ese culto, para después orar y hacer lo que le indicó el Espíritu Santo. La imposición de las manos sugiere el compromiso de todos en la misión. El hecho de «dejarlos ir» (en vez de «enviarlos») sugiere que la comunidad se desprende de sus dos miembros fundadores para realizar la misión, lo que implica su propio aporte a la misma.
Dicha misión mezclará en lo sucesivo judaísmo y cristianismo, hasta cuando la comunidad perfile plenamente su identidad «cristiana». Aunque los misioneros llevan a «Juan» (sin el sobrenombre «Marcos») como garante, solo se dirigen a los judíos, con todo y estar en tierras de paganos.

2. Evangelio (Jn 12,44-50).
Esta es la última declaración pública de Jesús, según Jn. En adelante hablará a los discípulos o a sus interrogadores, en privado. El meollo de dicha declaración es el origen divino de su mensaje.
Por boca de Jesús grita la Sabiduría (cf. Prv 1,21-22) para sacudir la conciencia humana. Es una exhortación sin determinación de espacio ni de destinatarios, abierta a todos los seres humanos. Aceptarlo a él es aceptar al Padre que lo envió, y no para sentenciar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (cf. 3,17); verlo a él es ver al Padre que lo envió a realizar sus obras (cf. 14,9-11). Él y el Padre se identifican, pues su persona y su actividad explican quién es el Padre. Él es luz del mundo, porque saca a la humanidad del dominio de «la tiniebla», o sea, del «mundo» injusto, que es enemigo de Dios y del hombre (en este caso, es el sistema ideológico religioso y político judío). La adhesión a él saca de la zona de la tiniebla. Él realiza un éxodo espiritual.
Sus exigencias son de libre aceptación, porque son exigencias de amor, y toda respuesta al amor tiene que ser libre. Él no condena, sino que salva. Cuando uno lo rechaza rehusándose a dichas exigencias, la sentencia en su contra proviene de haber rechazado el mensaje que le dio pie para salvarse. Porque quien se niega a amar se perjudica a sí mismo. Este «juicio» se verificará «en el último día», expresión que significa dos cosas:
• «El último día» de la vida terrena de Jesús, cuando él dé la prueba del amor más grande; en aquel momento no habrá manera de justificar el rechazo de su persona o sus obras, ni de declarar irrealizable el amor que él ha demostrado y propuesto.
• «El último día» de la propia vida terrena, cuando cada uno enfrente el hecho de haber realizado o impedido en sí mismo el designio divino al haberse negado a lograr su propia plenitud humana, pese a haber visto ese designio realizado en Jesús.
En efecto, el mensaje que él propone no es invención humana, sino un encargo del Padre. Jesús cumple así lo prometido en Deu 18,18; él ha recibido un mandamiento de Dios, que sustituye los anteriores, y que se hace concreto en su misión de dar vida (cf. 10,17). Este mandamiento es recíproco del que él propone a sus discípulos. Y el mandamiento, de uno u otro modo, es vida definitiva. Él es fiel al Padre, por lo tanto, no hay otro camino de acceso al Padre distinto de él. Moisés prometía larga vida (cf. Deu 32,46-47); Jesús, vida eterna.
Él es la plena revelación de Dios (cf. 1,18). Toda idea, doctrina o «teoría» respecto de Dios que sea incompatible con Jesús es falsa en la medida en que se dé esa incompatibilidad. Esto incluye también el mensaje del Antiguo Testamento. Optar por él es vital; cada uno queda en libertad de aceptar o de rechazar a Jesús, pero a sabiendas de que el rechazo implica la propia frustración, perdición o muerte.

La universalidad del amor de Dios es universalidad de la oferta del perdón liberador y del amor salvador. Ese amor universal es gratuito y fiel. Así es su perdón, y así es su salvación.
La salvación es gratuita, pero no es superflua. El mensaje que Jesús encarna y anuncia, con obras y palabras, es oferta y promesa de salvación. Sin embargo, es urgente tomar conciencia de que hay que darle una respuesta libre, generosa y total. No darle respuesta –que sería lo mismo que oponer resistencia a su persona, a su obra o a su mensaje–, significa malograrse uno mismo y perderse definitivamente. Esta no-respuesta se puede dar a veces bajo el disfraz de una respuesta a medias. Por eso Jesús «grita», para advertir que ese autoengaño es siempre posible.
Podríamos celebrar la eucaristía y comer del pan partido con sentimientos religiosos, pero sin la decisión de fe. Eso sería defraudarnos. Escuchemos el grito de advertencia de Jesús.

Detalles

Fecha:
11 mayo, 2022
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