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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Miércoles de la decimocuarta semana del tiempo ordinario

PRIMERA LECTURA

Es tiempo de buscar al Señor.

Lectura de la profecía de Oseas     10, 1-3. 7-8. 12

Israel era una viña exuberante, que producía su fruto.

Cuanto más se multiplicaban sus frutos, más multiplicaba él los altares; cuanto mejor le iba al país, mejores hacía él las piedras conmemorativas. Su corazón está dividido, ahora tendrán que expiar: el mismo Señor destrozará sus altares, devastará sus piedras conmemorativas. Seguramente dirán entonces: “No tenemos rey, porque no hemos temido al Señor. Pero el rey ¿que podría hacer por nosotros?”

¡Samaría está completamente perdida! Su rey es como una astilla sobre la superficie de las aguas.

Los lugares altos de Aven, el pecado de Israel, también serán destruidos; espinas y cardos invadirán sus altares.

Ellos dirán entonces a las montañas: “Cúbrannos”, y a las colinas: “¡Caigan sobre nosotros!”

Siembren semillas de justicia, cosechen el fruto de la fidelidad, roturen un campo nuevo: es tiempo de buscar al Señor, hasta que Él venga y haga llover para ustedes la justicia.

SALMO RESPONSORIAL    104, 2-7

R/. ¡Busquen el rostro del Señor!

¡Canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas! ¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor!

¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; recuerden las maravillas que Él obró, sus portentos y los juicios de su boca!

Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO    Mc 1, 15

Aleluya.

El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia. Aleluya.

EVANGELIO

Vayan a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    10, 1-7

Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de sanar cualquier enfermedad o dolencia.

Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: “No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

En el capítulo 9 el profeta se anticipa a lamentar el destierro y sus consecuencias: el despojo de la tierra, la convivencia con los paganos «impuros» (no observan la Ley) y «profanos» (idólatras), la imposibilidad de darle culto al Señor… en una palabra, el rechazo por parte del Señor.
Israel se prostituyó y vendió su amor en los cultos de fertilidad (idolatría), por eso se hizo indigno de su herencia («la tierra del Señor»), que implica libertad, y volverá a ser esclavo. La expresión «volver a Egipto» equivale ahora a la deportación a Asiria, donde «comerán manjar impuro», ya no podrán observar las prescripciones de la Ley ni rendirle culto legítimo al Señor, pulularán los falsos profetas; se olvidaron de su elección y, lejos del Señor, experimentan la muerte nacional. Desde sus orígenes («Guilgal»), la realeza los extravió y apartó del Señor (cf. 9,1-17, omitido).
Era frecuente entre los profetas la imagen de la viña referida a Israel (Isa 5,1-7; Jer 2,21; Eze 15; Sal 80). Los frutos que el Señor espera de esa viña son «derecho y justicia». Según cada contexto, con esta metáfora se subraya la grandeza de la elección, el carácter insensato de la rebelión o el aspecto inevitable del juicio. Oseas recurre a ella para contrastar las bendiciones que el Señor le concede al pueblo con las traiciones que este acumula.

Ose 10,1-3.7-8.12.
Israel no produce los frutos esperados: cuanta mayor prosperidad, tantos más cultos idólatras, cuanto más bienestar, más monumentos en honor de los ídolos. La abundancia que alcanzó en el reinado de Jeroboán II derivó hacia la idolatría, porque el pueblo y sus gobernantes atribuyeron su prosperidad a los ídolos paganos, y a ellos se la agradecían con sus cultos idólatras. El pueblo oscilaba entre el Señor y los baales, y fingía adhesión al Señor mientras se la daba a los ídolos. El pueblo entró en un círculo vicioso engañoso y difícil de romper: «cuanto más fruto, más altares; cuanto mejor iba el país, mejores estelas». Como la prosperidad se la atribuían a los ídolos, cuanto más bienestar disfrutaban mayor gratitud volcaban hacia los ídolos y más se olvidaban del Señor.
El pueblo no advertía que esa prosperidad era inequitativa y acentuaba la desigualdad entre sus miembros, que la desigualdad legitimaba los atropellos de los potentados contra de los humildes, y que esa injusticia era contraria a la alianza con el Señor. Ya no podían decir que eran el pueblo del Señor. Por otro lado, olvidaban que la alianza garantizaba prosperidad haciendo muy claras exigencias de convivencia en la rectitud delante del Señor («justicia») y en el respeto al prójimo («derecho»).
«Tienen el corazón repartido (חלק), y lo van a pagar». El verbo «repartir» es el que se usa para la distribución de la tierra, prenda de libertad. El corazón del israelita es enteramente para el Señor (cf. Deu 6,4); pero ahora es como un terreno parcelado y entregado a los distintos ídolos, lo que implica un juicio adverso (אשׁם), y el precio será la pérdida de su libertad cuando sus altares y sus estelas sean derribados y, con ellos, caerán por tierra sus seguridades.
Los engaña un falso sentido de libertad. Ni reconocen la autoridad del rey ni tampoco reconocen la soberanía del Señor. Pero esto se vuelve una amarga ironía. Aunque tienen rey, es como si no lo tuvieran, porque la tutela de Asiria hace inoperante la institución de Israel; aunque tienen al Señor, no lo respetan, porque les dan culto a los ídolos. Esa aparente libertad, que se afianza en la pérdida del respeto al Señor, los conduce al deshonor, a la mentira y la violencia: «florecen los pleitos como la cizaña en los surcos del campo», donde se suponía que crecía la abundancia con la que los bendecían los ídolos. La inmoralidad y la injusticia hacen presa del país antes que los asirios, y la división social refleja la división del corazón. Los «vecinos de Samaría», habitantes de la ciudad capital del reino, «tiemblan por el novillo de Betavén» (en lugar de Betel: «casa de Dios», Betavén: «casa funesta»: cf. 4,15; 5,8). Como otra amarga ironía, la celebración del duelo por la muerte del «novillo de Samaría» ahora se hace cruel realidad: el ídolo es conducido como prisionero para ser presentado como tal al dios de los asirios. Esto entraña una vergüenza para Israel; sus ídolos fueron incapaces de salvarlo. Es el fin (Ose 10,4-6, omitido).
Se entiende que el ídolo, fabricado de madera, fuera reducido a «astillas», pero esto se afirma del rey y de su reino, lo cual sugiere que ambos destinos están vinculados. La suerte del rey y de su pueblo corre pareja con la del ídolo en el que depositaron su confianza. El profeta anuncia el fin del reino y del rey junto con los lugares de culto dedicados a los ídolos, quedando en su lugar los signos de la desolación: «espinas y zarzas» (la maldición de Gén 3,18). La degradación llega a su colmo; si antes florecían pleitos «como la cizaña», ahora crece la maldición en los lugares de culto a los que acudían en busca de bendición. Esa frustración suya será tan patente y tan insoportable su vergüenza que perderán hasta el sentido de la vida y preferirán morir cubiertos por los montes, aplastados por las colinas con los altares de su idolatría, porque sus ídolos les fallaron, y ya no se sienten con derecho a apelar al Señor.
Aunque la maldad de Israel apareció en Guilgal (cf. 9,15), el mal se remonta más atrás. En Guibeá (o Gabá, cf. Ose 5,8; 9,9) irrespetaron al prójimo y se rehusaron a ser hospitalarios, conducta impropia de quienes fueron rescatados de Egipto (cf. Jue 19,30); su culpa es muy grande. Fueron destinados a ser testigos del amor y la justicia, pero fallaron (cf. Ose 10,9-11, omitido).
Pero el profeta no pierde la esperanza. Le indica al pueblo el modo de revertir su propia ruina. Con la imagen de la «novilla domesticada» hace un llamado a la enmienda a la «vaca brava» (4,16) que es Israel, al que le gusta «trillar el grano», para que se deje uncir el yugo de la Ley y canalice su energía. Es preciso sembrar «justicia», es decir, conformidad don el designio de Dios, para cosechar amor; arar el campo abandonado, porque aún hay tiempo para buscar al Señor, que siempre bendice.

La prosperidad a menudo aleja de Dios porque genera una engañosa confianza en las cosas, y da paso a la idolatría, que termina arruinando la vida y la convivencia. El destino de los ídolos es el descrédito y el fracaso; también quienes apegan a ellos su corazón se exponen a la vergüenza y a la frustración. Esto es algo que genera decepción y es origen de depresiones anímicas que hacen perder el sentido de la vida.
Tendríamos que reflexionar en los variados signos de muerte, sobre todo violenta, que pululan en nuestras sociedades, y particularmente en los altos índices de suicidio, que alarman no solo por su número y frecuencia, sino porque se extienden a poblaciones en las que antes no se daba este fenómeno, o se daba muy esporádicamente. Las nuevas formas de idolatría son causantes de nuevas formas de pérdida del sentido de la vida. La idolatría que denuncia Oseas no solo aleja de Dios, sino que invalida la capacidad de acoger generosamente al prójimo.
La eucaristía, es encuentro con el Dios vivo (antípoda de los ídolos) en el banquete de su reino, el banquete de la vida. No solo es sentido pleno para nuestra vida, sino compromiso con la vida de los demás. Los que comulgamos hemos de ser los primeros en proponer iniciativas para hacer frente a las distintas formas de homicidio y suicidio, y alumbrar esperanzas de vida.

Detalles

Fecha:
6 julio, 2022
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