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Oración por el Papa León XIV

Señor, te pedimos por el Papa León XIV, a quien Tú elegiste como sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia. Cuida su salud, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.

Concédele valor y amor a tu pueblo, para que sirva con fidelidad a toda la Iglesia unida. Que tu misericordia le proteja y le conforte. Que el testimonio de tus fieles le anime en su misión, protegiendo siempre a la Iglesia perseguida y necesitada.

Que todos nos mantengamos en comunión con él por el vínculo de la unidad, el amor y la paz. Concédenos la gracia de amar, vivir y propagar con fidelidad sus enseñanzas.

Que encuentre en María el santo y seña de tu Amor.

Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén

Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

 

Congreso Diocesano de Familias 2025 – Enseñanza 1 – Pbro. Carlos Yepes

 

Audiencia General 21 de mayo de 2025- Papa León XIV

 

Cuaresma 2025: Mensaje de Mons. José Clavijo Méndez.

 
 
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Miércoles de la I semana del Tiempo Ordinario. Año II.

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Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (3,1-10.19-20):

En aquellos dias, el niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse, y no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios.
El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llarnado.»
Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aqui estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha.”»
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!»
Él respondió: «Habla, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 39,2.5.7-8a.8b-9.10

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños. R/.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro:
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
Miércoles de la I semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El crecimiento de Samuel se da en contraste con el comportamiento abusivo de los hijos de Elí, que, prevalidos de su condición privilegiada y del respeto que el pueblo les tenía por ser sacerdotes, atropellaban la gente y no mostraban respeto por los asuntos del Señor (cf. 1Sam 2,12-17, omitido). Samuel, por el contrario, mostraba una conducta digna, servía de consuelo a Elías y era una bendición para sus padres, sobre todo para Ana, la cual concibió cinco hijos más después de él (cf. 2,18-21, omitido). Elí, en su ancianidad, había perdido el control sobre sus hijos, y estos ya no le hacían caso alguno. Entonces apareció «un hombre de Dios» que denunció la corrupción de la familia del sacerdote y anunció su ocaso sin gloria: una muerte temprana y una existencia en la indigencia (cf. 2,22-36). Así surgió Samuel.
El relato gira en torno a dos sentidos: la vista y el oído o, mejor, al ejercicio de los mismos: la visión y la audición. La palabra del Señor raramente se escuchaba y la visión de Dios no era común. Los dos personajes que aquí actúan se definen por su capacidad de ver y oír a Dios. Elías a punto de extinción, casi ciego, contrasta con la lámpara de Dios; su incapacidad para identificar la palabra de Dios es patente en el hecho de que Dios no le hable y de que él no sepa quién llama a Samuel; este oye, pero no conoce al Señor (pese a vivir en el santuario y mantener el culto), pues su palabra aún no le ha sido revelada. Finalmente, Elí, en un último esfuerzo, reconoce al Señor y orienta a Samuel en la dirección correcta. El relato termina constatando el resurgimiento de la palabra del Señor y el reconocimiento de la manifestación del Señor a través de Samuel.
1Sam 3,1-10.19-20.
Lo primero que se observa es la sombría descripción del ambiente general en el que se dan los hechos: «la palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no abundaban las visiones». Esa descripción sugiere un cielo cerrado, una comunicación interrumpida entre Dios y el pueblo. De otra parte, aparece una progresiva toma de conciencia por parte del sacerdote Elí, quien se encuentra en el ocaso de su vida y ya casi no «ve», ni tampoco «escucha». Pese a que Samuel está «al servicio del Señor», en el relato se puede apreciar que él tiene conciencia de estar al servicio de Elí. Así que él también va afinando su conciencia de quién es él y cuál va a ser su misión. El ambiente que se percibe es como de un silencio del Espíritu de Dios.
En tanto que la luz de los ojos de Elí se extinguía, la lámpara que ardía en el santuario –y que lucía de noche (cf. Exo 27,20-21; Lev 24,2-4)– no se apagaba; la tiniebla se apoderaba de Elí y sus hijos, no del santuario, en el cual brillaba «la lámpara de Dios», muy seguramente bajo el cuidado del niño Samuel. El hecho de que «no se había apagado la lámpara de Dios» deja claro que no ha amanecido. Este dato temporal tiene también relevancia teológica: la luz falta en la casa de Elí, no en la casa del Señor. La iniciativa es del Señor. Su palabra resuena en la conciencia del niño, pero este no la puede identificar, porque no está familiarizado con ella, solo conoce la de Elí, por eso acude a él. El Señor le habla desde el arca (cf. Exo 25,22; Isa 6), pero Samuel no se da cuenta. Así ocurre todas las veces (tres), sin que ninguno de los dos se percate de la confusión, aunque en el caso de Samuel era explicable, porque él «todavía no conocía al Señor; aún no se le había revelado la palabra de Señor». Es Elí quien debe tomar conciencia de que, si el niño está al servicio del Señor, es el Señor quien lo llama.
Samuel, por su parte, comprende que él no está al servicio de Elí y aprende a responderle al Señor, declarándose su «siervo» (hombre libre que libremente coopera con Dios) y dispuesto a escucharlo. Aquella noche el Señor le reveló el rumbo que habían tomado las cosas, y las consecuencias de las acciones de Elí y su familia, y le dio un mensaje para Elí: le reprochaba su permisividad y le denunciaba el pecado de su familia. Al día siguiente comenzó su servicio al Señor. Tuvo que contarle a Elí el contenido de la revelación que tuvo, dado que, además de encargárselo el Señor, Elí se lo exigió. Este aceptó su destino (cf. vv.11-18, omitidos).
A partir de entonces, se registra el crecimiento de Samuel y se constata la presencia del Señor en su vida, respaldando sus palabras. La expresión «el Señor estaba con él» reviste un acento particular, dado que a continuación se explicita su contenido diciendo que «ninguna de sus palabras dejó de cumplirse» (cf. 2Rey 10,10). Primera consecuencia de esto: la consolidación del prestigio de Samuel como profeta del Señor ante el pueblo. «Todo Israel, desde Dan hasta Berseba se enteró de que Samuel era Profeta acreditado ante el Señor». Otra consecuencia, de importancia semejante: ahora abunda la palabra del Señor, que antes era «rara»: el pueblo se enteró de que la palabra del Señor ahora se volvía a escuchar en Siló, por medio de Samuel. Tercera consecuencia: las visiones –que antes «no abundaban»– después de la revelación a Samuel, se volvieron cada vez más frecuentes, porque «el Señor continuó manifestándose». La determinación geográfica «de Dan a Berseba» (límites septentrional y meridional de «todo Israel»: cf. Jue 20,1; 2Sam 17,11; 24,2.15; 1Rey 5,5), quiere manifestar en estos términos que el carácter profético de Samuel era reconocido por el conjunto de las tribus. Tanto el título de «profeta» como dicha determinación resultan anacrónicos en este contexto histórico, pues entonces se hablaba de «vidente», y las tribus no estaban tan organizadas.
Esta situación se repite con frecuencia. Dios habla siempre, pero su palabra no encuentra eco; se manifiesta continuamente, pero «en sus ojos algo les impedía reconocerlo» (Lc 24,16). Es algo que ofusca a las personas para que, como dice Jesús: «por más que vean no perciban y por más que escuchen no entiendan» (Mc 4,12). Se trata de la corriente de pensamiento que domina en una sociedad («la tiniebla», según Juan) o en un individuo («el espíritu inmundo», según los sinópticos). Esa «tiniebla» (o el «espíritu inmundo») se presenta con ropaje religioso (habida cuenta de que todo ocurre en el santuario de Siló), pero esconde intereses mezquinos (cf. 1Sm 2,12-17) y negligencia culpable (cf. 1Sm 2,22-25; 3,11-14).
No basta la mera religiosidad, porque quien no conoce al Señor no es capaz de distinguir su palabra de las palabras humanas. Los falsos profetas pregonan que ven a Dios, pero no son «limpios de corazón» (cf. Mt 5,8). De ahí la urgencia de la evangelización. Podría suceder que los mismos que a menudo celebramos la eucaristía tengamos necesidad de ese conocimiento del Señor. Nos corresponde propiciar esa oportunidad. La comunión eucarística, precedida de la escucha de la palabra del Señor, nos lleva a la decisión de ser servidores como él.
Feliz miércoles.

Detalles

Fecha:
15 enero, 2020
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