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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Miércoles de la II Semana de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Vengan, inventemos algún cargo contra él.

Lectura del libro de Jeremías 18, 18-20

Los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén dijeron: “¡Vengan, tramemos un plan contra Jeremías, porque no le faltará la instrucción al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta! Vengan, inventemos algún cargo contra él, y no prestemos atención a sus palabras”.

¡Préstame atención, Señor, y oye la voz de los que me acusan! ¿Acaso se devuelve mal por bien para que me hayan cavado una fosa? Recuerda que yo me presenté delante de ti para hablar en favor de ellos, para apartar de ellos tu furor.

SALMO RESPONSORIAL 30, 5-6. 14-16

R/. ¡Sálvame, Señor, por tu misericordia!

Sácame de la red que me han tendido, porque Tú eres mi refugio. Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.

Oigo los rumores de la gente y amenazas por todas partes, mientras se confabulan contra mí y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”. Líbrame del poder de mis enemigos y de aquéllos que me persiguen.

EVANGELIO

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la Vida”, dice el Señor.

EVANGELIO

Lo condenarán a muerte.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 20, 17-28

Mientras Jesús subía a Jerusalén, llevó consigo a los Doce, y en el camino les dijo: “Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará”.

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante Él para pedirle algo.

“¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús.

Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.

“No saben lo que piden”, respondió Jesús. “¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?”

“Podemos”, le respondieron.

“Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz.  En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”.

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.


La reflexión del padre Adalberto Sierra

La atribución de «poder» –así, sin más– a Dios, y la consiguiente ambición del mismo, es muy peligrosa por la perversidad que allí se esconde. El «poder» es la capacidad que alguien tiene para imponer su criterio o su voluntad. Por eso, anula la libertad e impide la realización de la persona sometida. Ese poder no es cristiano, ni podrá serlo. Atribuirle a Dios tal poder no es evangélico. Ambicionar ese tipo de poder es incompatible con el seguimiento del Señor. Pero para percibir esto con claridad no basta con «saber», es preciso «conocer». El conocimiento experimental de Dios, a través de Jesús conduce a la conclusión de que tal poder se opone a la acción del Espíritu Santo, por más que afirmen lo contrario los «sabios y entendidos» (Mt 11,25).
La conversión a Dios nos exige hoy renunciar a esa ambición de poder y aceptar al Mesías que se nos entrega en el servicio voluntario y por amor. Lo opuesto al poder, en términos cristianos, es el servicio al estilo del Hijo del Hombre.

1. Primera lectura (Jer 18,18-20).
Las acusaciones del profeta Jeremías suscitan en su contra una confabulación por parte de los círculos de poder a los cuales denuncia. Curiosamente, dichos círculos de poder no son políticos, sino del ámbito religioso: sacerdotes, maestros y profetas. Ellos traman un plan, convencidos de que, si faltara Jeremías, el pueblo nada perdería, porque siempre habrá sacerdotes, maestros y profetas entre ellos. Advierten que los sacerdotes, maestros y profetas que existen son sumisos al poder político, con el cual se entienden bien y quieren mantener buenas relaciones. Jeremías los irrita y los perturba porque le advierte a la gente que ellos están llevando el país a la ruina.
Se proponen silenciar al profeta como tal («herirlo en la lengua»), porque este les resulta molesto, y desacreditarlo no dándole importancia a lo que dice, o sea, desconocer su condición de profeta del Señor no reconociendo sus oráculos como mensaje divino. Se imaginan que pueden rechazar sin problemas al profeta, y la falsificación les parece un recurso válido. Lo que se advierte es que van a apelar a su posición oficial y al ascendiente institucional que ejercen sobre el pueblo a fin de deshonrar a Jeremías como profeta, con la ilusión de que sus mentiras sustituirán las verdades que Jeremías propone en nombre del Señor. Esta sustitución es un engaño consciente, motivado por el afán de proteger sus intereses, que están siendo afectados por la predicación de Jeremías.
El profeta, puesto que ha hecho caso de lo que el Señor le mandó, le pide al Señor que le haga caso, es decir, que se declare a su favor (cf. 1,8), que lo acredite como su profeta en oposición a lo que pretenden sus rivales. En el fondo de esta súplica está la persuasión de Jeremías de que el Señor nada tiene en común con esos círculos de poder, que ellos no lo representan ante el país y que además defienden una causa perdida en razón de su infidelidad a la alianza (cf. 1,16-19).
Y se lamenta por la ingratitud de su pueblo: en tanto que ellos lo condenan a la tumba, él no ha hecho más que orar por ellos, para que Dios los perdone y los libre de las consecuencias de sus extravíos (el «furor» de Dios). Sin embargo, «los sacerdotes no preguntaban ¿dónde está el Señor? Los maestros de la Ley no me reconocían …los profetas profetizaban en nombre de Baal» (2,8). Traicionaban al Señor y engañaban a todo el pueblo, y, a pesar de eso, el pueblo los seguía y se aliaba con ellos en contra de Jeremías. El pueblo se ha dejado arrastrar por sus dirigentes a la infidelidad y a la injusticia, y ahora los sigue, rechazando a Jeremías, que ha sido su benefactor.

2. Evangelio (Mt 20,17-28).
Jesús desveló la confabulación que estaba por organizarse en Jerusalén: los tres círculos de poder, dos judíos (los sumos sacerdotes y los letrados) y uno pagano, se unirán para matarlo, pero Dios lo va a resucitar. Como si él nada hubiera dicho, los discípulos muestran que lo siguen por otros motivos, ellos ambicionan posiciones de poder.
• Al indicar que la autora de la petición es «la madre» (sin nombre) de «los hijos de Zebedeo», Mateo deja claro que esta es una ambición de origen nacional (aquí la «madre» representa a la nación), y en consonancia con la tradición «patria» («hijos de Zebedeo»).
• La pregunta que Jesús les hizo indicó que ellos no lo habían entendido, que él no buscaba el poder, sino entregarse, darse a sí mismo, incluso al precio de su propia vida. Por eso les preguntó si estaban dispuestos a entregarse, identificándose con él.
• La réplica de ellos mostró de nuevo su incomprensión, ellos estaban dispuestos a pasar por una prueba dolorosa, pero pasajera, es decir, entendieron que se trataba de triunfo terreno difícil –como la conquista del trono tras un heroico combate–, pero, de todos modos, seguro.
• Sin embargo, lo que Jesús les anunciaba era que su muerte sería para ellos una prueba muy dolorosa, pues al verlo morir en la cruz se derrumbarían sus aspiraciones de triunfo terreno y se darían cuenta de que lo suyo no era la conquista del poder.
• Y, además de esa decepción, les aseguró que los puestos a su derecha y a su izquierda son para «aquellos a los que mi Padre se los tenga preparado», es decir, a los que estén dispuestos a morir con él y como él, o sea, socialmente rechazados como «bandidos» (cf. 27,38).
Pero, como los otros también ambicionaban el poder, afloró la lucha por el poder en el grupo de los discípulos. Entonces Jesús les aclaró:
• Su comunidad, que es abierta y universal, no es como los reinos de las naciones paganas, que entablan relaciones de dominación y sumisión.
• El título de grandeza en su comunidad es el servicio, y este reviste dos formas:
Primera: servidor (διάκονος), que es el servicio libre, que se da entre amigos o iguales, que se presta sin contraprestación, por amistad y por afecto.
Segunda: siervo (δοῦλος), que es el servicio obligado, propio de los esclavos; hacerse esclavo por propia voluntad es un servicio liberador en favor de los últimos de la escala social.
• Él mismo se propone como modelo de ambas formas de servicio:
Porque él vino como servidor (διάκονος) a favor de quienes enseña a llamarse «hermanos» (cf. 23,8), no para ser servido como lo eran los amos por sus esclavos.
Porque él da su vida en «rescate» por todos. Aquí alude a su muerte en la cruz, que era para los esclavos (δούλοι) rebeldes, y al carácter liberador de la misma («rescate»).

En la eucaristía se sintetiza el servicio de Jesús:
• El pan partido es el sacramento de su «cuerpo entregado por ustedes» (Lc 22,29) signo de su entrega personal en el servicio libre histórico y concreto prestado a sus amigos.
• La copa compartida es sacramento de su «sangre derramada «por ustedes y por todos para el perdón de los pecados»: signo del Espíritu derramado «sobre toda carne» (Joel 3,1) para dar la libertad interior, la libertad para amar, que es la expresión de la liberación cristiana.
Ese carácter de totalidad («por todos») aparece como un modismo arameo en 19,30, en 20,28 y en 26,28: El adjetivo griego «muchos» (πολλῶν; hebreo יםרַבִּ) no significa «varios, pero no todos», sino «todos en contraposición a uno solo». Jesús no excluye a ser humano alguno.
Compartir el cuerpo del Señor nos compromete a ser servidores fraternos unos de otros; beber su sangre del mismo cáliz nos compromete a transmitir, con nuestro amor, el Espíritu Santo, fuente de libertad y de vida, y a ser todos servidores de la dignificación de los excluidos.

Detalles

Fecha:
16 marzo, 2022
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