Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-21):
TANTO amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
Miércoles de la II semana de Pascua.
Los acontecimientos que estamos meditando en el libro de los Hechos de los Apóstoles se narran en el trasfondo del éxodo. Es la pascua de la Iglesia. Los sumos sacerdotes, cual nuevos faraones, meten en la cárcel a los apóstoles (todos) pero el Ángel del Señor los libera.
El amor de Dios, y, por tanto, el amor del cristiano, no es un sentimentalismo fácil y romántico, sino una relación comprometida y constructiva cuya finalidad consiste en la salvación de aquellos a quienes se ama. El amor es salvador. Amar es salvar, y salvar es infundir vida.
1. Primera lectura (Hch 5,17-26).
La «rabia» del partido saduceo, al cual pertenecen en su gran mayoría los sumos sacerdotes y los senadores, toma nota de la ruptura de la comunidad con el culto del templo, y esto los alarma. Por eso apresan a los apóstoles delante de la gente, con el propósito de amedrentar, pero el Ángel del Señor, como en Egipto, los rescata en aquella «noche». En el libro de los Hechos, este «Ángel del Señor» (el «mensajero» del Dios del éxodo) se identifica con Jesús en su aspecto liberador. La figura del Antiguo Testamento se interpreta a la luz de Jesús. Cuando va a subrayar su aspecto salvador, el libro usa su nombre propio («Jesús»: el Señor salva). El Ángel del Señor los envía de nuevo a cumplir la misión ante «el pueblo» (es decir, Israel), que debe comenzar por Jerusalén (cf. Lc 24,47-48) y que se ha de cumplir íntegramente. La liberación de la que han sido objeto es para que estén disponibles para la misión. Este paso («pascua») lo indica el libro contrastando la «noche» de la cárcel con el «alba» cuando ellos «se pusieron a enseñar».
La acción represiva pierde su efecto ante la obra interiormente liberadora del «Ángel del Señor» (Jesús). Aunque la «cárcel» permanece, y el calabozo sigue siendo un reclusorio que atemoriza, a los guardias les sorprende que los «presos» sigan libres y haciendo uso público de su libertad. El aparato represivo ha perdido su poder sobre los liberados por Jesús, el «Ángel del Señor».
Los apóstoles, como antaño Moisés, deben explicarle al pueblo «este modo de vida», es decir, la liberación que acontece por medio de Jesús. El sumo sacerdote junto con su partido convoca «el Consejo, a saber, el Senado en pleno». Esta doble designación (Consejo, Senado) alude al grupo de ancianos (????????) que asistía a Moisés. Los actuales ancianos se oponen a la obra liberadora que apoyaron los antiguos. Los que antes se sentían libres y con capacidad de encarcelar, fueron presa del despiste; los que estaban presos, en cambio, fueron liberados y cooperan con el Dios del éxodo. Ya no hay prisión que pueda retenerlos. Dios ha invalidado la cárcel de los dirigentes (el miedo). De las acciones, los apóstoles han pasado a la enseñanza sobre Jesús. El pueblo se pone de su parte y se debilita el poder de los dirigentes asesinos. Aunque los apóstoles todavía no hacen pleno uso de su libertad, Dios interviene para liberarlos con el fin de que ellos cooperen con él en la realización de su designio.
Ya los guardias tienen que tomar precauciones («sin emplear la fuerza»), porque les causa temor el respaldo que el pueblo les da a los misioneros.
2. Evangelio (Jn 3,16-21).
«Dios es amor» (1Jn 4,7.16), y demuestra ese amor con el don de su Hijo, que es como darse a sí mismo, para que el que lo acepte tenga vida y no perezca. La fe consiste en aceptar a ese Dios que se entrega por medio de Jesús y como él. Esta aceptación implica un cambio, una conversión. No se trata de un Dios que sentencia y condena, sino del Dios que en Jesús ofrece la oportunidad de salvarse. Nótese que dice: «para que el mundo por él se salve» (v. 17). El mundo (en este caso, la humanidad) no es un objeto pasivo sino agente activo de su propia salvación. Por eso, aunque Dios tiene un designio universal de salvación, el mundo es responsable de salvarse. Se perciben así dos actitudes: el que le da su adhesión a Jesús y el que no.
• Negar la adhesión de fe a Jesús es dar sentencia contra sí mismo, renunciar a la posibilidad de plenitud de vida que él ofrece. Su condición de «Hijo único de Dios» (??? ????????????? ??? ??????? ??? ?????????????? ??? ????, lit.: «por no haber creído en el nombre de Hijo único De Dios») equivale «hijo amado» (cf. Gen 22,2). Esto significa cerrarse al amor manifestado por Dios mediante este hijo singular. Esta es la opción de «los hombres», los que no se dejan guiar por el Espíritu, sino por «la tiniebla» (la ideología embustera), por ser secuaces del «pecado del mundo» (la injusticia de la sociedad perversa). Su actuación es «perversa», por eso detestan la luz, es decir, a Jesús, porque él denuncia la perversidad de sus obras.
• En cambio, el que tiene una conducta favorable a la vida humana, da su adhesión de fe a Jesús y se exime de toda sentencia, eso es practicar la «lealtad» (???????, lit.: «la verdad»), o sea, el amor leal/fiel, como él. Por eso, le da su adhesión a Jesús, no teme acercarse a él, pues sus actuaciones son coherentes con esa adhesión al Señor, que es su modelo de vida, y no tiene que avergonzarse de sus obras, porque se inspira en él. Aquí se aprecia claro que la adhesión a la persona, la obra y el mensaje de Jesús está preparada y precedida al optar por la «lealtad». El que está de parte de la verdad y de la justicia muestra una actitud favorable a la vida humana, a la realización humana, y, por eso, se siente atraído por Jesús y se acerca a él, porque encuentra en él la confirmación de su opción. Jesús responde a sus anhelos, y se le ofrece como su mejor aliado para realizarlos.
Es necesario tomar en serio y asumir el señorío de Jesucristo para ser eficaces en la misión que Dios quiere confiarnos. Este no consiste en someterse a él, sino en aprender la libertad del Hijo del Hombre, la que procede del Espíritu, es decir, la libertad para amar. Esta liberad implica la opción de ser «hijo de Dios» como Jesús. En el fondo, significa cumplir el viejo sueño de «ser como Dios» (cf. Gen 3,5).
La adhesión de fe a Jesús como el Hijo único del Padre resulta ser opción de fe en el ser humano, tal como este se revela en Jesús. Él es «el Hombre», la máxima expresión de humanidad. Es el Hombre-Dios, en quien el Padre señala el modelo humano, el ideal que todo ser humano acepta como propuesta para alcanzar así su propia plenitud humana. En él se encuentra la libertad que todo ser humano requiere para realizarse y amar sin ataduras egoístas ni miedos.
Por eso, cuando en la comunión eucarística lo recibimos con un terminante «amén» (término hebreo de la misma raíz que «fe»), nos abrazamos a él con el propósito cada día más firme de ser felices como él.
Feliz miércoles.