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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Miércoles de la segunda semana de Pascua

PRIMERA LECTURA

Los hombres que ustedes arrestaron están en el Templo y enseñan al pueblo.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles    5, 17-26

El Sumo Sacerdote con todos sus partidarios, los de la secta de los saduceos, llenos de envidia, hicieron arrestar a los Apóstoles y los enviaron a la prisión pública.

Pero durante la noche, el Ángel del Señor abrió las puertas de la prisión y los hizo salir. Luego les dijo: “Vayan al Templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva Vida”. Los Apóstoles, obedeciendo la orden, entraron en el Templo en las primeras horas del día, y se pusieron a enseñar.

Entre tanto, llegaron el Sumo Sacerdote y sus partidarios, convocaron al Sanedrín y a todo el Senado del pueblo de Israel, y mandaron a buscarlos a la cárcel. Cuando llegaron los guardias a la prisión, no los encontraron.

Entonces volvieron y dijeron: “Encontramos la prisión cuidadosamente cerrada y a los centinelas de guardia junto a las puertas, pero cuando las abrimos, no había nadie adentro”.

Al oír esto, el jefe del Templo y los sumos sacerdotes quedaron perplejos y no podían explicarse qué había sucedido. En ese momento llegó uno, diciendo: “Los hombres que ustedes arrestaron, están en el Templo y enseñan al pueblo”.

El jefe de la guardia salió con sus hombres y trajeron a los Apóstoles, pero sin violencia, por temor de ser apedreados por el pueblo.

SALMO RESPONSORIAL    33, 2-9

R/. El Señor escucha al pobre que lo invoca.

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores.

Miren hacia Él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en Él se refugian!

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO    Jn 3, 16

Aleluya.

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; todo el que cree en Él tiene Vida eterna. Aleluya.

EVANGELIO

Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  3, 16-21

Dijo Jesús:

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no es condenado, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.

En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

La reflexión del padre Adalberto Sierra

Los acontecimientos que estamos meditando en el libro de los Hechos de los Apóstoles se narran en el trasfondo del éxodo. Es la pascua de la Iglesia. Los sumos sacerdotes, cual nuevos faraones, meten en la cárcel a todos los apóstoles, pero el Ángel del Señor los libera. En este libro, la figura del Ángel del Señor asume unos rasgos muy definidos. En el Antiguo Testamento, se refiere a la presencia y actividad liberadora del Señor, nombre que ahora se reserva casi en exclusiva a Jesús (excepto cuando se citan o aluden textos del Antiguo Testamento), en tanto que a Dios se lo llama así («Dios»), o se le da el nombre cristiano de Padre.
El amor de Dios, y, por tanto, el amor del cristiano, no es un sentimentalismo fácil y romántico, sino una relación comprometida y constructiva cuya finalidad consiste en la salvación de aquellos a quienes se ama. El amor de Dios es salvador. Amar es salvar, y salvar es infundir vida.

1. Primera lectura (Hch 5,17-26).
La «rabia» del partido saduceo, al cual pertenecen en su gran mayoría los sumos sacerdotes y los senadores, toma nota de la ruptura de la comunidad con el culto del templo, y esto los alarma. Por eso apresan a los apóstoles delante de la gente, con el propósito de amedrentar, pero el Ángel del Señor, como en Egipto, los rescata en aquella «noche». En el libro de los Hechos, este «Ángel del Señor» (el «mensajero» del Dios del éxodo) se identifica con Jesús en su aspecto liberador. La figura del Antiguo Testamento se interpreta a la luz de Jesús. Cuando va a subrayar su aspecto salvador, el libro usa su nombre propio («Jesús»: el Señor salva). El Ángel del Señor los envía de nuevo a cumplir la misión ante «el pueblo» (es decir, Israel), que debe comenzar por Jerusalén (cf. Lc 24,47-48) y que se ha de cumplir íntegramente. La liberación de la que han sido objeto es para que estén disponibles para la misión. Este paso («pascua») lo indica el libro contrastando la «noche» de la cárcel con el «alba» cuando ellos «se pusieron a enseñar».
La acción represiva pierde su efecto ante la obra interiormente liberadora del «Ángel del Señor» (Jesús). Aunque la «cárcel» permanece, y el calabozo sigue siendo un reclusorio que atemoriza, a los guardias les sorprende que los «presos» sigan libres y haciendo uso público de su libertad. El aparato represivo ha perdido su poder sobre los liberados por Jesús, el «Ángel del Señor».
Los apóstoles, como antaño Moisés, deben explicarle al pueblo «este modo de vida», es decir, la liberación que acontece por medio de Jesús. El sumo sacerdote junto con su partido convoca «el Consejo, a saber, el Senado en pleno». Esta doble designación (Consejo, Senado) alude al grupo de ancianos (γερουσία) que asistía a Moisés. Los actuales ancianos se oponen a la obra liberadora que apoyaron los antiguos. Los que antes se sentían libres y con capacidad de encarcelar, fueron presa del despiste; los que estaban presos, en cambio, fueron liberados y cooperan con el Dios del éxodo. Ya no hay prisión que pueda retenerlos. Dios ha invalidado la cárcel de los dirigentes (el miedo). De las acciones, los apóstoles han pasado a la enseñanza sobre Jesús. El pueblo se pone de su parte y se debilita el poder de los dirigentes asesinos. Aunque los apóstoles todavía no hacen pleno uso de su libertad, Dios interviene para liberarlos con el fin de que ellos cooperen con él en la realización de su designio.
Ya los guardias tienen que tomar precauciones («sin emplear la fuerza»), porque les causa temor el respaldo que el pueblo les da a los misioneros.

2. Evangelio (Jn 3,16-21).
«Dios es amor» (1Jn 4,7.16), y demuestra ese amor con el don de su Hijo, que es como darse a sí mismo, para que el que lo acepte tenga vida y no perezca. La fe consiste en aceptar a ese Dios que se entrega por medio de Jesús y como él. Esta aceptación implica un cambio, una conversión. No se trata de un Dios que sentencia y condena, sino del Dios que en Jesús ofrece la oportunidad de salvarse. Nótese que dice: «para que el mundo por él se salve» (v. 17). El mundo (en este caso, la humanidad) no es un objeto pasivo sino agente activo de su propia salvación. Por eso, aunque Dios tiene un designio universal de salvación, el mundo es responsable de salvarse. Se perciben así dos actitudes: el que le da su adhesión a Jesús y el que no.
• La condición de «Hijo único de Dios» (ὅτι μὴπεπίστευκεν εἰς τὸ ὄνομα τοῦ μονογενοῦς υἱοῦ τοῦ θεοῦ, lit.: «por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios») vale por «hijo amado» (cf. Gén 22,2). Negar la adhesión de fe a Jesús es dar sentencia contra sí mismo, renunciar a la posibilidad de vida plena que él ofrece. Eso es cerrarse al amor manifestado por Dios mediante este hijo singular. Esta es la opción de «los hombres», los que no se dejan guiar por el Espíritu, sino por «la tiniebla» –la ideología embustera–, por ser partidarios del «pecado del mundo» –la injusticia de la sociedad perversa–, que mata. Su actuación es «perversa», por eso detestan la luz, es decir, a Jesús, porque él denuncia la perversidad de sus obras.
• En cambio, el que tiene una conducta favorable a la vida humana, da su adhesión de fe a Jesús y se exime de toda sentencia; eso es practicar la «lealtad» (ἀλήθεια, lit.: «la verdad»), o sea, el amor leal/fiel, como él. Por eso, le da su adhesión a Jesús, no teme acercarse a él, pues sus actuaciones son coherentes con esa adhesión al Señor, que es su modelo de vida, y no tiene que avergonzarse de sus obras, porque se inspira en él. Aquí se aprecia claro que la adhesión a la persona, la obra y el mensaje de Jesús está preparada y precedida al optar por la «lealtad». El que está de parte de la verdad y de la justicia muestra una actitud favorable a la vida humana, a la realización humana, y, por eso, se siente atraído por Jesús y se acerca a él, porque encuentra en él la confirmación de su opción. Jesús responde a sus anhelos, y se le ofrece como su mejor aliado para realizarlos.
Resaltan las características fundamentales del amor de Dios: universalidad, gratuidad y fidelidad. Jesús es el revelador de este amor (cf. 1,17-18), a la vez antiguo y nuevo (cf. 1Jn 1,7-8).

Para hacer eficaz la misión que Dios quiere confiarnos, es necesario tomar en serio el señorío de Jesucristo y asumirlo. Esto no consiste en someterse a él, sino en aprender la libertad del Hijo del Hombre, la que procede del Espíritu, es decir, la libertad para amar. Esta libertad implica la opción de ser «hijo de Dios» como Jesús. En el fondo, significa cumplir el viejo sueño de «ser como Dios» (cf. Gén 3,5).
La adhesión de fe a Jesús como el Hijo único del Padre resulta ser opción de fe en el ser humano, tal como este se revela en Jesús. Él es «el Hombre», la máxima expresión de humanidad. Es el Hombre-Dios, en quien el Padre señala el modelo humano, el ideal que todo ser humano acepta como propuesta para alcanzar así su propia plenitud humana. En él se encuentra la libertad que todo ser humano requiere para realizarse y amar sin ataduras egoístas ni miedos.
Por eso, cuando en la comunión eucarística lo recibimos con un entusiasmado «amén» (término hebreo de la misma raíz que «fe»), nos abrazamos a él con el propósito cada día más firme de ser felices como él.

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Fecha:
27 abril, 2022