Miércoles de la VI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El diluvio se presenta como un gran cataclismo que es consecuencia de la maldad de los hombres. Como los escritores antiguos analizaban y juzgaban de otro modo, en el relato bíblico se presenta esa consecuencia como «castigo» de Dios a la injusticia de los hombres, con el fin de que el lector entienda que él reprueba esa injusticia y no la comparte.
Los detalles que aporta el relato permiten ver que, por otro lado, Dios cuida a todas sus creaturas y no permite que esa maldad arrase con la creación. Pero su salvación no ocurre por «milagro», sino desde dentro de la historia. Así como se ha generalizado la maldad, también, aunque sea en relativa baja proporción, existen la justicia y la integridad: «Noé fue en su época un hombre justo y honrado, y trataba con Dios» (Gen 6,9). Esa intimidad con Dios lo asemeja a Henoc (cf. Gen 5,22) Y los justos, aunque sean comparativamente pocos, son suficientes para que Dios saque adelante su proyecto (cf. Gen 18,16-33).
Por eso, el autor dice que «Dios se acordó de Noé y de todas las fieras y el ganado que estaban con él en el arca» (Gen 8,1). Esto sugiere la continuación de la historia por iniciativa divina. Y el «viento» (o «espíritu») que Dios hace soplar sobre la tierra anuncia un nuevo comienzo (cf. Gen 1,2). Cesó el diluvio y se separaron las aguas de la tierra (cf. Gen 1,9-10), comenzando por dejar ver los picos de los montes, y principalmente el del monte Ararat, considerado a la sazón el más alto de toda la tierra (cf. Gen 8,1-5, omitido).
Gen 8,6-13.20-22.
La cronología del diluvio debe de tener alguna significación, dada la precisión de sus datos, pero los estudios disponibles atribuyen a una fuente la duración de cuarenta días (cf. Gen 7,17), a otra de ciento cincuenta días (cf. Gen 7,24; 8,3), o sea, cinco meses, pero no permiten aseverar con seguridad la significación de los tiempos que se contabilizan en el relato. La cuarentena de tiempo (días, a escala individual; años, a escala colectiva) se refiere a un período definido de gracia o de desgracia. Era el tiempo que se requería para ser «anciano», y el tiempo que Israel peregrinó en el desierto. El término de «cinco meses» figura en el Nuevo Testamento asociado a un tormento limitado que, a la vez, aflige con un «castigo», pero rescata la vida (cf. Lc 1,24; Ap 9,5.10).
Después de que cesan las lluvias, Noé espera cuarenta días para hacer la primera inspección. No hay locución divina; él debe arreglárselas con los recursos que tiene a su disposición. Primero, suelta un cuervo, animal considerado «impuro» por la posterior ley mosaica (cf. Lv 11,15), pero también instrumento del Señor, que cuida los suyos (cf. 1Ry 17,4); al fin y al cabo, el cuervo es creatura suya (cf. Lc 12,24). El cuervo voló sin rumbo, hasta que se secó el agua.
Después, Noé soltó una paloma, símbolo de fecundidad, que volvió al arca, porque no encontró donde posarse. Siete días después la soltó de nuevo, y al atardecer regresó llevando en el pico una hoja de olivo que había arrancado, símbolo de vegetación útil al hombre, y de paz, indicio de que la tierra volvía a ser habitable para el ser humano. Siete días después soltó de nuevo la paloma, y esta no regresó, señal de que ya se podía salir del arca.
Es entonces cuando Dios le habla a Noé (vv. 15-19, omitidos) para invitarlo a hacer lo mismo que había hecho Moisés: salir y sacar, como en un nuevo éxodo, a poseer la tierra y a realizar la bendición («sean fecundos y se multipliquen»: poseer y dar la vida). La salida de los animales es ordenada («salieron por familias»), como había sido la salida de Egipto (cf. Num 1).
Ahora se emplean por primera vez los términos «altar» y «sacrificio», evidente anacronismo que quiere relacionar las dos épocas, le del relato y la del escritor. Se reporta que Noé ofrece al Señor un sacrificio de reconciliación, y que él lo acepta. El lenguaje que utiliza el autor no es para tomar al pie de la letra; se refiere a los sacrificios propios del tiempo del escritor, no al tiempo de Noé. Un holocausto de la magnitud descrita deja sin efecto la misión de rescate que se le confió a Noé. Lo que quiere enseñar el autor es que, tras la salvación, el justo le da gracias a Dios, y para eso se vale del lenguaje cultual y sacrificial de su tiempo. La aceptación de este culto por parte del justo muestra la reconciliación de la humanidad con Dios a través de la rectitud y la honradez.
Lo que sigue es una reflexión atribuida al Señor, pero no comunicada a Noé. Ante todo, el Señor desvincula el futuro de la tierra de la conducta del hombre, y constata luego la inclinación del hombre al mal «desde la juventud» (cf. Gen 6,5-6). El diluvio no ha cambiado la índole pecadora del ser humano, pero tampoco ha cambiado la actitud misericordiosa de Dios. La naturaleza no va a pagar las culpas de los hombres, así que los ritmos propios de los tiempos (de la historia) no van a depender de la volubilidad del corazón humano. La naturaleza seguirá su curso, incluso si el ser humano se desvía de su camino, porque la perversidad humana no impedirá la estabilidad de los ritmos de la naturaleza, que son dones de Dios.
El diluvio deja un mensaje positivo. Es cierto que el hombre con su maldad puede causarle mucho perjuicio a la creación y a la propia especie humana, en particular; y eso depende de su «corazón», que en esencia no ha cambiado, sigue inclinado al mal. Pero es también cierto que ese corazón puede inclinarse al bien por decisión propia, y cooperar con Dios en la salvación de la creación y de la propia especie humana. Y no es cierto que, porque la maldad prolifera, el bien está en desventaja. Con una sola familia justa puede Dios restaurar su obra.
El hombre pretenderá arrastrar tras de sí a la creación en pos de sus inclinaciones suicidas, o conducirla hacia la meta que Dios quiere. Dios no apoya la destrucción, y ella siempre se realizará sin su respaldo, pero sí respalda lo constructivo y lo considera como cooperación a su obra, dándole garantía de permanencia. Los trastornos que la naturaleza experimenta por influjo del hombre se enfrentan a la búsqueda espontánea de la misma naturaleza por recuperar el equilibrio de sus ritmos y a veces se producen catástrofes cuya autoría es humana, no divina.
El trabajo humano creativo y edificante se simboliza en la eucaristía, en donde el pan y el vino se convierten en pan de vida eterna y bebida de salvación. Ese trabajo evoca la entrega de Jesús y nos recuerda nuestra responsabilidad histórica, para que no nos ocurra como en los tiempos de Noé, sino que estemos preparados para la llegada del Hijo del Hombre, como ahora estamos preparados para recibirlo en la comunión eucarística.
Feliz miércoles.