Evangelio del día
PRIMERA LECTURA
La vida de ustedes es como el humo. Digan más bien: “Si Dios quiere, viviremos”.
Lectura de la carta de Santiago 4, 13-16
Ustedes, los que ahora dicen: “Hoy o mañana iremos a tal ciudad y nos quedaremos allí todo el año, haremos negocio y ganaremos dinero”, ¿saben acaso qué les pasará mañana? Porque su vida es como el humo, que aparece un momento y luego se disipa.
Digan más bien: “Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Ustedes, en cambio, se glorían presuntuosamente, y esa jactancia es mala.
SALMO RESPONSORIAL 48, 2-3. 6-11
R/. ¡Felices los que tienen alma de pobres!
Oigan esto, todos los pueblos; escuchen, todos los habitantes del mundo: tanto los humildes como los poderosos, el rico lo mismo que el pobre.
¿Por qué voy a temer en los momentos de peligro, cuando me rodea la maldad de mis opresores, de ésos que confían en sus riquezas y se jactan de su gran fortuna?
No, nadie puede rescatarse a sí mismo ni pagar a Dios el precio de su liberación, para poder seguir viviendo eternamente sin llegar a ver el sepulcro.
El precio de su rescate es demasiado caro, y todos desaparecerán para siempre. Cualquiera ve que mueren los sabios; necios e ignorantes perecen por igual, y dejan a otros sus riquezas.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Jn 14,6
Aleluya.
“Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
El que no está contra nosotros está con nosotros.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 38-40
Juan le dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros”.
La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la VII semana. Año par.
Nos preguntamos con el Concilio Vaticano II: ¿Qué sentido y valor tiene la actividad humana? ¿Cuál es el uso que hay que hacer de todas las cosas? ¿A qué fin deben tender los esfuerzos de individuos y colectividades? (GS 33).
El mismo concilio responde: «Esta es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación» (GS 35).
Después de censurar las divisiones que enfrentan entre sí a los destinatarios de la carta, el autor hizo lo mismo respecto del hábito de la maledicencia. Repensando en «la ley perfecta, la de los hombres libres» (Stg 1,25), hizo ver que denigrar del hermano es ponerse por encima del amor de hermanos y suplantar al Señor, que es «el legislador y juez» (cf. 4,11-12, omitido).
Stg 4,13-17.
Ahora, sin nombrarlos, se dirige a los mercaderes, a los hombres comerciantes. En ellos retrata el espíritu del mundo: pensando en ganar dinero, hacen planes sin tener presente a Dios y sin darse cuenta de que la vida que poseen es efímera. El éxito asegurado de su actividad económica («ganar») los ilusiona de tal modo que no se detienen a pensar en lo que pueden perder, puesto que, en verdad, nada de lo que piensan lo tienen asegurado, ni siquiera sus riquezas (cf. 5,2-3).
El mercader desarrollaba una actividad itinerante. De hecho, la raíz verbal del nombre tanto en hebreo (סֹחֵר)como en griego (ἔμπορος) sugiere la idea de viajar de un lado a otro. No era trabajo específico de los israelitas (cf. 1Rey 10,29; Job 40,30; Prv 31,24), aunque estos sí controlaban las caravanas de mercaderes que pasaban por su país. En todo caso, era una actividad que suponía el peligro de incurrir en explotación y robo (cf. Sir 26,29; 27,2; 42,5; Zac 14,21).
Por eso los exhorta a reflexionar en tres cuestiones íntimamente enlazadas: «Si el Señor quiere y estamos vivos, haremos esto y aquello» (v. 15: Ἐὰν ὁ κύριοςθελήσῃ, καὶ ζήσομεν καὶ ποιήσομεν τοῦτο ἢ ἐκεῖνο).
• El designio de Dios. La proposición «si el Señor quiere…» no era de uso corriente entre los judíos, pero sí entre paganos. El autor pretende que los cristianos aprendan algo de los paganos. Estos, sintiéndose inciertos de la voluntad de sus divinidades, eran precavidos al hacer sus planes de futuro, temiendo que sus dioses se los desbarataran. En el mundo griego se pensaba que la felicidad era atributo exclusivo de los dioses, y cuando estos veían que los humanos superaban una cierta medida de felicidad, los dioses se la enturbiaban. El autor le asigna un sentido concreto a esa expresión: «si está de acuerdo con el designio del Señor…, lo hago; si no, no lo hago». No se trata de que Dios lo impida o lo permita, sino que el hombre lo discierna y lo decida bajo su responsabilidad. Los exhorta a actuar como hombres libres, teniendo en cuenta el bien de todos, que es el designio divino. Esta libertad es promesa de Dios a la humanidad.
• El don de la vida. «Viviremos» expresa la certeza de la vida, que es don de Dios y también fruto gratuito de su amoroso designio. Esta certeza ha de reconocer que dicha vida viene de él y que corresponde a su libre decisión que nosotros vivamos. No es un capricho del azar, es su don, el don que Dios hace de sí mismo, y tiene una finalidad. Pero la vida no solo es don, sino también promesa, y no de cualquier modo, sino como «corona», designación que, por un lado, implica el premio (en el lenguaje deportivo), por otro, el linaje «real» (en el lenguaje sociopolítico), además, la alegría de la victoria sobre el mal (cf. Jdt 15,13) y, por último, la satisfacción que producen los descendientes (cf. Prv 17,6) o incluso los discípulos (cf. Flp 4,1). La «corona de la vida» concreta la promesa de Dios en términos de realización personal y de positivo influjo en la vida de otros. El autor los exhorta a vivir responsablemente teniendo en cuenta la brevedad de la vida presente.
• La actividad humana. «Haremos esto y lo otro» declara la disponibilidad para vivir realizando el designio de Dios. El discernimiento que se hace de ese designio, y la conciencia de que la vida presente se les ha dado como oportunidad para realizarla en una convivencia que alcanza su meta dándose para procurarles vida a los demás, los lleva a descubrir que la verdadera ganancia está, no en el dinero que produzca la actividad comercial, sino en la satisfacción de dar vida. Más allá de los viajes y de los intercambios de mercaderías, el quehacer de los comerciantes se revela ante ellos como una contribución al bienestar de las personas y al desarrollo de los pueblos. Y a eso los dirige el autor: «si el Señor quiere y vivimos, haremos esto y lo otro». Esa es la finalidad de la vida humana: lograr la propia realización llevando a cabo ese designio de Dios, en libertad y con amor activo («misericordia»: cf. Stg 2,12-13). Y los comerciantes pueden realizar ese designio.
En el fondo, el autor pretende que los destinatarios de su escrito caigan en la cuenta de que no es sano que se sientan tan absolutamente confiados de sí mismos, de sus capacidades para hacer riqueza y de sus posibilidades para vivir. Busca que comprendan que la ganancia que les deja su comercio a los mercaderes no les alcanza para comprar la vida, y que de la vida depende que sus proyectos lleguen a término. Por eso, no es sensato fiarse del «mundo».
Así los exhorta a darle pleno sentido a la vida, y a no limitarse a la mera eficacia de sus acciones. Los cristianos «de la diáspora», los creyentes que viven su fe en condiciones de emigrantes, han de aprender de los mercaderes que estar de aquí para allá no es una condición positiva ni negativa de suyo, sino que depende de la actitud del emigrante el hecho de darle sentido a esa condición.
La conducta de los mercaderes, como la que describe el autor, es de prepotencia y de orgullo, es conducta del «mundo» y, por lo mismo, «mala». Por eso concluye con un aforismo, que es una advertencia para los comerciantes: el que discierne cuál es el designio de Dios, pero no lo realiza, se frustra a sí mismo haciéndose partícipe de la injusticia («comete pecado»).
Lo que Santiago enseña de la actividad económica vale para cualquier actividad humana: si no se discierne teniendo en cuenta el designio de Dios, y no se toma ese designio como la propia ruta, puede suceder que se le pierda el rumbo a la vida. Y, si se discierne y no se realiza, se pierde la vida misma. El cristiano, que vive «en el mundo», se abre a los auténticos valores del «mundo» y al acogerlos los reconoce como «gérmenes del mensaje» (semina verbi), rastros de la actividad del Espíritu Santo en la humanidad que preparan el anuncio de la buena noticia.
Particularmente, la actividad económica requiere no perder de vista el proyecto del reino de Dios y su «carta magna», las bienaventuranzas. Jesús enseñó a sus discípulos a subvertir los valores del «mundo», reemplazando la férrea (y a veces inhumana) exigencia de «comprar» por el generoso impulso de «dar» (cf. Mc 6,35-37). Este cambio supone una nueva escala de valores.
En la eucaristía presentamos el pan y el vino como «fruto de la tierra y del trabajo del hombre» para que se conviertan en «pan de vida» y «bebida de salvación». Así la eucaristía les da sentido pleno a nuestras actividades humanas.