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ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.
No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Exhortación Apostólica Laudate Deum | Síntesis y reflexión del Cardenal Luis José Rueda Aparicio

 

San José Patrono de la Iglesia universal

 
 
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Misa del día (Natividad del Señor)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (52,7-10):

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey!» Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6

R/. Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (1,1-6):

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

25 de diciembre. (Misa del día).
La celebración de la Navidad nos conduce a escrutar el insondable designio de Dios. Para la meditación del misterio de la encarnación de Dios, el prólogo del cuarto evangelio se remonta «al principio» de todo, como si quisiera llevarnos a la fuente de las decisiones fundamentales de Dios con respecto de la humanidad. Dicho prólogo tiene cinco partes distinguibles:
1. Una breve introducción (vv. 1-2).
2. La condición del hombre-carne (vv. 3-10).
3. La condición del hombre-espíritu (vv. 11-13).
4. El nuevo éxodo y el nuevo pueblo (vv. 14-17)
5. Una breve conclusión (v. 18).
Jn 1,1-18.
Dios no improvisa. La comunidad cristiana vive la experiencia de que la precede una decisión que Dios propone a su aceptación para que la realice en sí misma. Esta decisión es, a la vez e inseparablemente, individual y comunitaria.
1. Introducción.
En Gen 1,1 se dice que «al principio creó Dios…», pero en Jn 1,1 se declara que «al principio ya existía la Palabra…». O sea, nos remontamos a antes del «principio». Y en ese «antes» (todavía no existía el tiempo) Dios sostiene un diálogo que es como un monólogo interior: su propia Palabra se dirige a él, porque la Palabra debía expresarse como Dios mismo. Esto se entiende de dos maneras: la Palabra divina tiende a su propia exteriorización de forma también divina, y, así mismo, que la Palabra divina, dirigida a la humanidad, hace partícipe al ser humano de su misma condición divina, porque esa palabra es creadora.
2. La condición del hombre-carne.
Esa «palabra» exterioriza la «sabiduría» creadora de Dios y va plasmando el mundo que Dios se propuso desde antes del principio. Ella es la causa de todo lo que hay en el universo, nada de lo que existe se sustrae a su acción. Por eso todo lo creado es «muy bueno» (Gen 1,31), porque la palabra comunica la vida que ella contiene, y esa vida es «la luz de la humanidad», o sea, su máximo valor, su criterio de verdad y bondad, y su norma de conducta. Pero, después de la creación, surge una fuerza opuesta, «la tiniebla», con el propósito de extinguir la luz de la vida.
Vino un hombre con experiencia del favor divino, Juan («Dios ha mostrado su favor»), para dar testimonio de que Dios es favorable al ser humano y que quiere que todos gocemos de la plenitud de vida. El objetivo de su testimonio es lograr que todos creamos en ese designio divino. No hay otra «luz» diferente a la vida. La «tiniebla» ciega la mente y pretende extinguir el anhelo de plenitud, pero este anhelo es más fuerte.
3. La condición del hombre-espíritu.
Esa luz, históricamente, vino a los suyos, pero estos la rechazaron, aunque otros la aceptaron, y en estos, y con su cooperación, se realizó el favor divino: «los hizo capaces de hacerse hijos de Dios», no por la generación según la carne, sino por el don del Espíritu Santo. La alianza que debió preparar a Israel para recibirlo no lo hizo, por obra de hombres que sofocaron el ansia de la plenitud de vida presentándola como algo imposible, o como contraria a la voluntad de Dios. Los dirigentes de ese pueblo pretendieron eclipsar la «luz verdadera» manipulando la Ley (cf. Jn 12,34) en pro de un nacionalismo ciego y absurdo que impidió que los judíos aceptaran a Jesús (cf. Jn 12,40). Pero el designio de Dios prevaleció sobre el de la carne.
4. El nuevo éxodo y la nueva humanidad.
Los que aceptaron a Jesús como la encarnación de la Palabra sabia y creadora de Dios vieron en él la realización del designio original: el hombre-carne, lleno de la «gloria» (el Espíritu) del Padre, se mostró como hombre-Dios y manifestó el amor fiel de Dios a la humanidad. Ellos, en forma unánime, como nueva humanidad, dan fe de su propia experiencia, que confirma el testimonio de Juan: el mensaje que Jesús encarna es el designio que Dios tenía desde antes de crear el mundo. La palabra «acampó» en medio de esa nueva humanidad y la acompaña en el éxodo fuera de la «tiniebla» de la mentira y de la muerte. Y prueba de esto es la plenitud que la comunidad ha recibido: un amor experimentado que la hace capaz de amar y responder al amor de Dios amando como él. Por medio de Moisés se dio la Ley, pero por medio de Jesús Mesías existe ya en la comunidad el amor fiel, el Espíritu Santo.
5. Conclusión.
Esta es la primera vez que Dios se manifiesta visiblemente. Los grandes hombres del Antiguo Testamento presentaron a Dios desde ópticas parciales o, inclusive, erradas. Pero la revelación auténtica de Dios es el Hombre-Dios, Jesús. Él es el Hijo único, Dios engendrado que interpreta y explica el ser de Dios con su propia persona.
Hablar de Dios en abstracto es relativamente fácil, además de que no compromete la vida del que habla. De hecho, el dios de los filósofos era uno al cual había que respetar y amar, pero que no se presentaba capaz de amar al hombre. Jesús, al contrario, nos presenta un Dios concreto y tan comprometido con el ser humano que su aceptación se deriva de la experiencia de su amor, e implica el mismo compromiso de amor por la humanidad con total libertad y alegría.
El evangelio no presenta rasgos individuales de Jesús (estatura, complexión, etc.), sino sus rasgos humanos (acogida, compasión, servicio…) para centrarnos en lo fundamental. En Navidad él se nos presenta como un inofensivo y tierno niño que nos invita a aceptar al Padre que nos ama con ternura y fuerza, con humildad y grandeza.
Celebrar la Navidad es volver al designio original, el hombre-hijo que se parece a su Padre por la plenitud de amor fiel (el Espíritu Santo) en su relación con los demás. Al comulgar con él en la eucaristía aceptamos ese designio como programa de vida.
¡Feliz Navidad!

Detalles

Fecha:
25 diciembre, 2018
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