24 de diciembre (misa de la vigilia).
El evangelio entero de Mateo tiene por título «Libro de la génesis de Jesús, Mesías, hijo de David, hijo de Abraham». La expresión «libro de la génesis» (?????? ????????) remite a dos textos del Antiguo Testamento: Gn 2,4; 5,1 (LXX), donde se refiere a la creación del cielo y de la tierra, y a la creación del género humano. Al nombre (Jesús: «el Señor Salva») le adjunta el título Mesías, y dos datos formales de filiación («hijo de David» e «hijo de Abraham»), ninguno de los cuales lleva artículo determinado, lo que indica que no son atribuciones exclusivas.El carácter mesiánico, la condición de heredero de la bendición prometida a Abraham, y de la condición real de David, siendo propias de Jesús, se pueden predicar también de sus seguidores. Así que la génesis de Jesús es, en modo cierto, el comienzo de la humanidad definitiva, de la cual él es el prototipo. Y esto es lo que nos disponemos a celebrar.
Evangelio (Mt 1,18-25).
El texto que se proclama tiene dos partes: la genealogía de Jesús, es decir, su conexión con toda la historia anterior, y su nacimiento, es decir, la originalidad de su persona y la novedad que con él se inaugura. Los estudiosos señalan un paralelo entre Mt 1,2-17 y Gn 1,1-2,3 (creación del ser humano en el concierto universal), por un lado, y, por el otro, entre Mt 1,18-25 y Gn 2,4ss (los pormenores de la creación del ser humano): ascendencia y «descendencia» de Jesús Mesías.1. Ascendencia de Jesús Mesías.En la genealogía de Mateo, Jesús aparece inserto en una historia de fe que tiene dos referentes: la promesa de Dios a David y, antes de ella, la promesa de Dios a Abraham. A David le prometió un reino perdurable; a Abraham, ser bendición para todas las naciones y –en consecuencia– una descendencia incontable, ya que la bendición entraña la vida. Ambas promesas implican el resto de la humanidad, pero el pueblo se irá dando cuenta de esto paulatinamente.El reino prometido a David, entendido inicialmente como un dominio sobre los paganos, será entendido finalmente como una bendición para todos los pueblos (cf. Sl 72). La descendencia prometida a Abraham, entendida primero en términos étnico-biológicos, terminará incluyendo a los extranjeros (cf. Is 14,1; 56,1-8). Por eso, en la genealogía hay paganos; de hecho, Abraham fue pagano, así que por las venas de todo israelita circula sangre pagana. También por las venas de Jesús. Él se inserta en una historia de fe e infidelidades, y la asume para renovarla.En la genealogía juegan papel explícito los números siete y catorce; e implícito, los números dos (14 = 7×2) y tres (3 grupos de generaciones: v. 17). Siete, es la totalidad heterogénea propia de la creación, que incluye a los paganos (cf. Mt 15,34-37); catorce, el valor numérico del nombre de David; tres, la forma de indicar el grado superlativo (Jesús es tres veces David) y lo definitivo, como la resurrección del Señor (cf. Mt 16,21), y sugiere una totalidad homogénea; y dos, de comunicación de vida y del mínimo de experiencia de comunidad (cf. Mt 4,18.21; 18,16.20). Los números muestran que la creación, la alianza y el reino culminan en Jesús.El Señor salva («Jesús») asumiendo la realidad de fe e infidelidad de la humanidad, no negándola. En vez de destruir la humanidad, la renueva desde dentro y en su totalidad, sin discriminaciones ni exclusiones. Él es salvador universal.2. «Descendencia del Mesías».Jesús es el nuevo Adán. Si la genealogía se abstiene de nombrar al padre de Abraham, este relato dice de forma implícita que Dios es el padre de Jesús. El nuevo Adán es Hijo de Dios. Comienza la nueva humanidad, cualitativamente diferente, pero vinculada a la descendencia de Adán.Los hombres religiosos, observantes de la Ley, como José, comprueban que esa observancia no basta para aceptar y acoger a Jesús, y que, incluso, puede aducirse como pretexto para rechazarlo. Su nombre implica la apertura («el Señor añada»), pero también la continuidad [otro hijo], no la ruptura. El dilema que enfrenta José lo pone a escoger entre la Ley y el amor, y cuando trata de conjugarlos se da cuenta de que tiene que escoger (cf. Mt 9,14-17); esto se lo hace saber el ángel del Señor, es decir, la presencia y el mensaje del Señor que sacó a Israel de Egipto. José tiene que «salir» de su mundo soñado para adentrarse en el nuevo mundo que es obra del Espíritu Santo. Y a él le corresponde ponerle nombre a esa nueva realidad.María –como mujer– pertenece al sector marginal de la sociedad judía. Su nombre entraña la rebelión silenciosa frente a la injusticia («exaltada»); como pobre, está abierta al Espíritu Santo y a su obra, y, en cuanto «virgen» pertenece al resto fiel a Dios. De hecho, de las cinco mujeres en la genealogía, ella, la quinta, es la única fiel de nacimiento: Tamar se prostituyó (cf. Gn 38,2-26), Rut era moabita (pagana: Rut 1,4), Rahab extranjera y prostituta, Betsabé adúltera (cf. 2Sm 11,4), y María es la que cumple y desborda la profecía que anunciaba el nacimiento del Mesías, porque el profeta anunció a una «doncella» (juventud) y Mateo la presenta como la «virgen» (joven fiel) que da a luz al Emanuel («Dios con nosotros»).José llegó a la realidad («se despertó») cuando aceptó a María y, con ella al Mesías que venía con el «sello» de Dios (el Espíritu Santo) a cambiarle su mundo y a conducirlo a la verdadera «tierra prometida», el reino de Dios. José aceptó que el mundo que él soñaba tiene el nombre de Jesús. El nacimiento de Jesús es la alborada del primer día de la nueva creación. La genealogía también tiene la estructura de seis septenarios, como si se tratara de seis «semanas» de generaciones. Con Jesús, «Dios con nosotros», comienza la séptima, la de la totalidad creada (Israel y la humanidad restante), la de la plenitud del ser humano. Y con él también comenzará la octava, cuando él se levante de la muerte el «octavo» día, «pasado el sábado» (Mt 28,1), en el primer día de la definitiva creación, en el reino del Padre, donde los justos brillarán como el sol (cf. Mt 13,43).Si en adviento reiteramos una y otra vez nuestra convicción de que la historia tiene sentido, en la celebración de la Natividad del Señor confirmamos nuestra fe en el futuro de la humanidad. No son los poderosos los que dirigen el curso de la historia, ni son sus decisiones las que definen el destino de la humanidad, sino los que escuchan y ponen por obra la palabra del Señor (cf. Mt 7,24-25), como María y José.Aceptando a Jesús en nuestras vidas, aunque tengamos que abandonar nuestras seguridades (en el caso de María) y confiar en la gracia del Espíritu Santo, nos convierte en progenitores de la nueva humanidad. Acogiendo a Jesús en medio de condiciones sociales y culturales adversas (en el caso de José) y realizar el nuevo éxodo confiando en la palabra del Señor nos permite ver el cumplimiento de las promesas de Dios y ponerle el nombre de Jesús a la nueva realidad.Eso es lo que significa nuestra comunión eucarística en este tiempo en el que celebramos con gozo la Natividad del Señor.
¡Feliz Navidad!